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El país|Lunes, 20 de febrero de 2006

Cómo es vivir debajo de la cueva de Alí Babá, en pleno barrio de Flores

Sorpresa, curiosidad y chismes de lo más variado entre los vecinos de la casa allanada de Portela y Rivadavia, después de que la Bonaerense detuviera a una pareja con su bebé y secuestrara parte del botín del Banco Río.

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La Bonaerense custodia la entrada de la casa de Portela, en Flores, donde hallaron parte del botín.

“La verdad es que no pensás estar viviendo abajo de la cueva de Alí Babá”, decía ayer Néstor al salir del edificio de Portela 56, en el barrio de Flores. Néstor vive en un departamento justo debajo del que la Policía Bonaerense allanó para encontrar parte del botín del robo a las cajas de seguridad del Banco Río de Acassuso. La entrada del lugar se transformó en el centro de la atención de los vecinos que recibieron incrédulos y sorprendidos la noticia de que parte del botín logrado en el robo más audaz de la historia se encontraba tan cerca.

“Algo tenía que pasar, ya hace varios días que éstos de la policía de San Isidro estaban dando vueltas por acá”, comentó a Página/12 Daniel, mientras despachaba pedidos de autos en la remisería de la vereda de enfrente de la cueva de los cuarenta ladrones. “Andaban de civil, con las camionetas 4x4, haciendo inteligencia”, agrega Adrián a punto de tomar su turno como chofer.

En la tarde de ayer, las camionetas todo terreno estaban una estacionada frente al lugar del allanamiento y otra justo en la puerta, junto a dos patrulleros y un auto verde con baliza. Todos aguardaban que los encargados del operativo terminaran de inspeccionar el interior del departamento allanado.

“Vi cuando trajeron una fotocopiadora. Porque tienen que sacar fotocopias de todos los billetes, por la numeración y eso”, aseguró Daniel, que no desaprovechó la oportunidad para dar muestra de sus conocimientos del proceder policial. Y no se equivocaba. Un alto jefe policial presente en el lugar del allanamiento señaló a este diario que en el departamento encontraron unos 160 mil dólares. “Digo dólares, pero había pesos y euros también, una gran cantidad de joyas y monedas de oro. Estamos haciendo actas con todo lo que se encontró y les sacamos fotocopias a todos los billetes, para que queden registrados los números y después no nos puedan decir que secuestramos otra cosa. Con la fotocopiadora matamos la víbora antes de que nazca”, indicó.

Según las hipótesis tejidas por los vecinos, el trabajo de contabilidad podía prolongarse. “Parece que encontraron 400 mil más –señalaban desde la remisería–; sí escuché a uno de los policías que hablaba con la mujer y le decía que iba a llegar más tarde porque encontraron 400 mil verdes.”

“¿Vos te imaginás vivir debajo de la cueva de Alí Babá? Yo no”, se preguntaba y se respondía Néstor, después de cruzar la guardia policial que en la puerta de su casa se había transformado en porteros involuntarios. “Pensamos que trabajaba, porque cuando yo salía para ir a laburar la camioneta de él ya no estaba”, explicaba sobre el detenido, que junto a su esposa embarazada y su pequeño hijo vive en el departamento en el que se guardaba parte del botín. Mientras se iba con su esposa y sus hijos a iniciar un paseo dominical, Néstor aclaró que “no somos amigos ni nos juntamos a comer o algo así, pero es un padre de familia y algo como lo que pasó era insospechable”.

“Estamos sorprendidos. Pero yo no lo conozco, vivo a unos metros y no sé quién es”, se atajaba una vecina de la cuadra que prefería no dar su nombre. “Parece que es el hijo del cabecilla de la banda del robo al banco”, le informaba otra. “Lo lamentamos mucho pero no queremos hablar”, interrumpieron el diálogo con este diario.

Desde la remisería pudieron ver el momento en el que se realizó la detención del hijo o del primo del tal Alberto, dependiendo de si se consultaba en Portela más cerca de Rivadavia o de Ramón Falcón. “Salía con el Twingo del hotel alojamiento de enfrente, porque deja el coche ahí, y cerca de la esquina le cruzaron una camioneta de la policía. No se quería dejar agarrar, estuvo forcejeando. Si hasta uno de los policías cuando lo tiraron al piso se sacó el cinturón para atarle los pies. No me esperaba esto. Es un pibe diez puntos”, contaba Daniel, el operador de la remisería. Lo cierto es que en la cochera del albergue estacionaba un auto y una camioneta 4x4 y que, según fuentes policiales, era buscado por resistencia a la autoridad y tenencia de arma de guerra. No sólo de operativos policiales sabe Daniel, además se le anima a la sociología. Según sus teorías, “la gente no quería que los agarraran porque son como héroes y piensan que se enfrentaron al poder. Y bueno, en algo se habrán equivocado, si no después de tremendo robo no los hubieran agarrado, pero como hay un banco atrás los tenían que encontrar”.

Gustavo vive al lado del tesoro. Decidió salir a dar una vuelta porque está harto de que lo llamen de las radios para preguntarle sobre su vecino. De todos modos, a la salida habla con la televisión y con Página/12. “Teníamos solamente una relación de vecinos. Un hola y chau, o preguntar por el teléfono de una pizzería. Nunca sospeché algo así”, afirma. El también fue objeto de la investigación. “Allanaron también mi departamento cuando no estaba y secuestraron dos mil dólares que tenía guardados. No sé cuándo me los van a devolver”, se quejaba.

Las cámaras de televisión sumadas a los gorros y chalecos policiales cambiaron la fachada del 56 de Portela, donde a pesar del calor las dos ventanas verdes permanecían cerradas. Desde el edificio de enfrente toda una familia tomaba mate en el balcón y miraba hacia abajo, a ver qué sucedía allí. Con la misma curiosidad escudriñaban las mucamas del hotel. Y cada auto que pasaba bajaba la velocidad para que sus ocupantes pudieran mirar, para que un brazo saliera por una ventanilla e indicara que “es ahí”.

Informe: Lucas Livchits.

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