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El país|Miércoles, 8 de marzo de 2006
OPINION

Responsabilidad y autismo

Por Horacio Verbitsky

La destitución del jefe de gobierno de la Capital Aníbal Ibarra tendrá consecuencias políticas no sólo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Lejos de constituir un golpe a las instituciones, las fortalece, porque las muestra flexibles para canalizar la exigencia social de responsabilidad de las autoridades. La impunidad del poder, típica de la democracia delegativa, conoció ayer un límite. Es una pena que muchas personas de subjetividad progresista no lo adviertan y crean, en cambio, que se trató de una victoria de la derecha.

El Estatuto de la Ciudad impide que una mayoría circunstancial desaloje de su cargo en forma arbitraria a los designados por la voluntad popular. Para que dos de cada tres legisladores elegidos con un sistema de representación proporcional coincidan se requiere una transversalidad suprapartidaria, más aún en una Legislatura en la que no existen grandes agrupamientos sino una multiplicidad de minibloques, consecuencia de la fragmentación política del distrito. Esto es lo que ocurrió, durante un juicio político transmitido en tiempo real a todo el país, lo cual hizo muy difícil cualquier manipulación y evidentes los casos en los que ocurrió. La responsabilidad del ex jefe quedó expuesta en forma clara y detallada.

El proceso que concluyó ayer muestra un creciente grado de madurez institucional y constituye una saludable advertencia para todos quienes desempeñan cargos electivos. Pero también para aquellas organizaciones de la sociedad civil que desnaturalizando su papel y a espaldas de su propia historia se pusieron al servicio de una estrategia empeñada en ocultar la verdad e impedir la justicia, junto al poder y lejos de las víctimas.

Una vez más, el oficialismo de la Ciudad fue incapaz de prever cómo votaría cada legislador porque prestó mayor atención a su propia estrategia publicitaria (con fondos públicos malversados) que a los datos de la realidad. El autismo ni siquiera cesó con la destitución de Ibarra, quien dijo que se apresta a librar nuevas batallas, jurídicas y políticas. El minúsculo grupo de amigos y parientes que compartió su gestión vive en una realidad virtual que ellos mismos operan y están inmunizados contra cualquier dato que llegue desde afuera de esa burbuja autocomplaciente. Pero a partir de ahora deberán invertir sus propios recursos.

Es muy probable que el nepotismo en la elección de sus colaboradores haya determinado la escurridiza y culposa reacción de Ibarra ante el incendio y, con ella, su propio destino. Si la responsabilidad penal no hubiera llegado a su concuñado y a la mejor amiga de su hermana, tal vez Ibarra hubiera mostrado más sensibilidad hacia quienes padecieron la catástrofe que hacia los propietarios de los boliches que aquellos no controlaron. Les tocó a Juan Carlos López y a Fabiana Fiszbin, como podría haberle tocado al hermano Rubén y señora, al cuñado Adrián, al primo Pablo o a cualquier otro de los muchos parientes enganchados en el presupuesto, incluidas esposas y ex novias y hasta una hija de la segunda mujer del padre de Ibarra.

El voto de Beatriz Baltroc por la absolución (luego de haber impulsado el juicio político) era previsible desde diciembre, cuando su abogado, Pablo Alejandro Pierini, presentó a la justicia un escrito con las firmas de siete legisladores falsificadas, consintiendo la continuación de las obras en el pozo de la Sociedad Rural, en violación del Código de Planeamiento Urbano. El de Helio Rebot por la destitución, también, desde que el presidente Néstor Kirchner cumplió su promesa de no intervenir. Rebot y Elio Vitali habían hecho saber que sólo acudirían al rescate de Ibarra si Kirchner se los pedía. Kirchner permitió que otros integrantes de su gobierno se jugaran con acciones públicas y privadas en favor de Ibarra, pero él se abstuvo de hacer esos llamados, pese a que había recibido el mensaje. Su prescindencia permitió que uno de los legisladores del Frente para la Victoria votara por la destitución y otro se abstuviera, cuando ya la suerte de Ibarra estaba echada. El fallo de ayer, sumado a la estrepitosa derrota electoral del Frente para la Victoria tras una candidatura de fantasía, abre una nueva etapa política en la Capital. Todas las condiciones están dadas para intentar una construcción distinta, más digna de la renovación que Kirchner trajo a la política nacional.

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