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El país|Miércoles, 29 de marzo de 2006
OPINION

La buena onda y la billetera

Por Mario Wainfeld

Algún escéptico comentó una vez que las más clásicas comedias de Hollywood (aquellas de chico-encuentra-chica) que llegaban al casorio como happy end terminaban justo cuando empezaban los reales problemas o la parte más interesante, la aventura de vivir.

Algo similar puede pensarse acerca de los dimes y diretes que pusieron escollos a lo que parecía un romance entre Néstor Kirchner y Tabaré Vázquez, quienes (tras nutridas peripecias) no se dijeron “casémonos”, pero sí “charlemos”. La distensión ulterior y el advenimiento de un nuevo escenario no ponen fin a la película sino que, como en una novela por entregas, suscitan nuevos problemas. El más básico (como no siempre ocurría en las fiestas de bodas de los films de Hollywood, pero sí en las de los Campanelli) es quién paga los gastos.

El gobierno argentino deslizó escueta información acerca de la suspensión resuelta en la noche de ayer, que se conoció primero en Uruguay que acá. No hace falta mucha imaginación para asumir que definir palabra por palabra el alcance del informe medio ambiental no es una cuestión de pura técnica sino un paso previo a determinar quién se hace cargo de los gastos.

“La pata financiera está”, le explicaba a este diario un prominente integrante de la Cancillería cuando el gobierno se ilusionaba (tardía, vanamente) con convencer a Uruguay de relocalizar las plantas unos cuantos kilómetros al sur de Fray Bentos. Hacerlo no era inocuo en términos financieros y el gobierno tenía un cálculo (posiblemente hecho a ojo de buen cubero) de lo que valía el resarcimiento a las empresas pasteras. La propuesta tenía, implícita pero imprescindible, su cláusula de financiamiento. La pata financiera de un eventual acuerdo futuro está en veremos, pero subyace en toda la discusión, aunque no sea de caballeros mencionarlo por ahora. La mera suspensión de las obras empieza a generar un mar de costos, del cual los salarios de los próximos noventa días de los obreros de Botnia (casi dos mil, según los cálculos del sindicato uruguayo de la construcción) son apenas una muestra, la punta del iceberg. Un eventual cambio del modo de tratamiento, un organismo permanente de contralor con oficinas y una logística básica demandan muchos esfuerzos pero, antes que nada, efectividades conducentes. Cuanta más razón tengan los ciudadanos argentinos respecto de la necesidad de alterar el proceso productivo de las plantas, más se quejarán las empresas de quedarse sin mercados, más innovaciones deberán introducirse y más costará la readecuación respectiva.

La discusión meticulosa acerca del temario del informe de impacto ambiental, pues, es un tema que trasciende largamente a los especialistas en cuestiones ecológicas y concierne a aquellos que manejan la víscera más sensible de cualquier gobierno, el bolsillo. En las vidas privadas a veces el amor lo puede todo. En el duro mundo del capitalismo y la política, de ordinario sin dote no hay boda.

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