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El país|Miércoles, 15 de noviembre de 2006
OPINION

Fue útil mientras duró

Por Mario Wainfeld
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“Al perderte yo a ti, tú y yo hemos perdido”

Ernesto Cardenal, Epigramas.

Luis D’Elía, en su discurso de despedida, describió varias veces como “autonómica” a la Federación de Tierra y Vivienda (FTV). Es del caso acotar que esa descripción le calza a él mismo de medida. Sea como militante social, como dirigente, como funcionario desde sus inicios hasta el cenit que parecía haber tocado hasta hace unos días, siempre tensó las relaciones con sus aliados o con sus jefes políticos. Sus rencillas con Adolfo Pérez Esquivel no nacieron hace un puñado de semanas en el Obelisco durante la antimarcha, se remontan a los tiempos en que ambos militaban en el Serpaj. Su perfil propio y belicoso fue aceptado a regañadientes por sus compañeros de la Central de Trabajadores Argentinos, hasta el reciente recambio de autoridades y sancionado sistémicamente con su exclusión de la lista oficialista que engrosaba y de la que tanto difería en el día a día. “El gordo” no es un compañero fácil ni seguidista. Algunos de sus pasados compañeros de ruta le reprochan que ni siquiera es orgánico.

Hasta el lunes, D’Elía había podido construir con Néstor Kirchner, un presidente poco afecto a tolerar disidencias o juegos propios, una alianza que les servía a los dos. El Presidente siempre reconoció, y en los hechos agradeció, cuánto lo ayudó desde los primeros tiempos a acercar al oficialismo sectores crecientes del movimiento de desocupados. D’Elía garantizó la organización del acto en el estadio de Mar del Plata durante la Cumbre, para que Hugo Chávez y Evo Morales tuvieran un escenario masivo y a la vez controlado. Esa fue una instancia sinérgica en la que las relaciones bolivarianas del piquetero le valían para incrementar su potencial simbólico, en tanto servían “de ala” al presidente en una Cumbre que era un reto a George Bush. La movilización anti Blumberg también contó con un aventón desde la Casa Rosada. La campaña contra el multimillonario Douglas Tompkins seguramente fue pura inspiración del dirigente matancero, pero también fue soportada sin mayor estrépito en el Gobierno.

D’Elía contribuía a la contención de sectores populares, participaba intensamente en la ejecución de planes sociales y de vivienda. Y fungía con bríos de vocero plebeyo, munido de lengua filosa cuando pintaba acudir a ese perfil. Perspicaz y lanzado, D’Elía anticipó batidas fuertes del kirchnerismo, como la ofensiva contra Eduardo Duhalde.

El líder de la FTV no obtuvo siempre lo que pidió, por caso, le fue denegada una candidatura a diputado nacional el año pasado. En Palacio se comenta que fue Cristina Fernández de Kirchner, nave insignia de esas elecciones, quien primereó para vetarlo. Pero si D’Elía no accedió a una banca que le hubiera facilitado más alivio respecto de eventuales persecuciones judiciales, nunca le faltó acceso a oficinas importantes del Gobierno. Se llevó siempre bien con Julio De Vido, buena onda que la gestión deterioró algo. Con Alberto Fernández, en cambio, jamás hubo química ni nada semejante, por lo que no es extraño que cerca de D’Elía miren al jefe de Gabinete en pos de uno de los mentores directos de su caída en desgracia.

Mucho más preparado que lo que describen (en algunos casos de lo que son) varios de sus detractores, D’Elía no podía ignorar en qué entrevero se metía sobreactuando su solidaridad autonómica con el gobierno de Irán. La política exterior de Kirchner no es pura profesión de fe bolivariana ni un antiimperialismo lineal que siempre va al choque. La alianza estratégica es con Lula e incluye un manejo de relativa sofisticación frente a Estados Unidos. Jamás los discursos de Kirchner ante foros internacionales han omitido críticas frontales al terrorismo internacional, un punto que es valorado por el Departamento de Estado. La intervención conjunta con Brasil en Haití busca mestizar un gesto a favor de la gobernabilidad continental con un grado de autonomía.

En general, el Presidente piensa que la relativa paz en la región es un beneficio de esta etapa que permite que Estados Unidos distraiga sus mayores energías en otros confines del globo. La incursión de D’Elía en la competencia de la Cancillería les pasó por arriba a esos lineamientos de la política internacional, que el hombre no podía desconocer. Tampoco debía escapársele que en el perfil institucional que gusta cultivar Cristina Fernández (que en estos días es cuidado como una flor de invernadero) es un pilar su relación con las colectividades judías, dentro y fuera de Argentina. Su exabrupto tenía un final previsible, aun para un explorador de los límites como él, su indisciplina como funcionario hubiera sido imbancable en cualquier gobierno.

Le queda el orgullo, que lo tiene y mucho, de no haber resignado su estilo indócil. Aunque, en la noche del martes mientras se cierra esta nota, cuesta entender cuál es su rédito por esta jugada que le propinó al Gobierno un nuevo gol en contra, renovando una racha que acumula varios.

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