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El país|Lunes, 29 de octubre de 2007
EL GOBERNADOR SCIOLI

Un optimista

Hace diez años, del volante de una lancha off shore saltó a una banca de diputado nacional. Su popularidad es el mayor capital que ha sabido explotar hasta llegar a la gobernación del principal distrito electoral del país.

Por Nora Veiras
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“En la vida sé audaz, sé más audaz... no seas tan audaz”, le decía el abuelo a Daniel Scioli. Hace diez años, Carlos Menem lo inventó como candidato a diputado y él empezó a demostrar que su audacia iba mucho más allá del volante de una lancha. Era un cabal representante de la época. Había conocido al entonces gobernador riojano en 1986, en Punta del Este, como campeón de motonáutica enamorado de la bella modelo Karina Rabollini. Las revistas del corazón lo habían transformado en una de las caras de la farándula. Meses después de asumir en la Casa Rosada, en diciembre del ’89, Menem lo acompaña al volante de su lancha en el Delta. Al día siguiente, un accidente lo deja sin el brazo derecho. Empieza otra carrera, en la que el ahora electo gobernador bonaerense demostrará no sólo audacia, sino también tenacidad. Una tenacidad que lo convirtió en el hombre elegido de tres presidentes peronistas que han logrado detestarse: Carlos Menem, Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner.

Nació hace 50 años en Villa Crespo. Hijo de un empresario de electrodomésticos, cursó la primaria en el colegio Ward y la secundaria en el Carlos Pellegrini, “donde había que romperse el alma para estudiar”, repite. En una época de efervescencia militante, sus compañeros lo recuerdan como ajeno a todo lo que tuviera que ver con la política. Lo de él eran los “fierros”. Cursó Comercialización en la UADE, pero las competencias deportivas lo dejaron fuera de esa carrera. Por esa época tuvo una hija, Lorena, que recién reconocería muchos años después. Su padre era socio de Alejandro Romay y Canal 9 empezó a cubrir su derrotero por los ríos del mundo. Combinaba las carreras de off shore con su actividad como empresario y la vida en pareja con Rabollini. “La Argentina” y “Gran Argentina” bautizó a sus lanchas. Las crónicas de época comentaban que el espíritu nacional tuvo su compensación: fue el secretario privado de Menem, Ramón Hernández, quien le gestionó el sponsoreo de YPF por dos millones de dólares.

“Soy la contracara de la pálida”, se presentó al debutar como candidato a diputado nacional por la ciudad de Buenos Aires en el ’97. Lo cumplió: “esperanza”, “optimismo”, “mirar para adelante”, son los latiguillos que signan desde entonces su discurso político. Un discurso que ha hecho de la elusión de definiciones un estilo. “Es un voluntarista, está siempre con buena onda para llevar adelante casi cualquier cosa. Es muy pertinaz. Nunca dice todo que piensa. Es muy ambicioso”, lo describe un peronista que lo conoce desde que el duhaldismo posó sus ojos en él como el compañero de fórmula de Néstor Kirchner en el 2003. Sus amigos están fuera de la política: deportistas, empresarios como Daniel Hadad, Eduardo Eurnekian o Jorge Brito y figuras de la farándula integran su mundo de relaciones en las que los vínculos con los obispos gozan de privilegio.

Reelecto como diputado en el 2001, el efímero gobierno de Adolfo Rodríguez Saá lo catapultó al Ejecutivo como secretario de Deportes y Turismo. “Mirá, Daniel –le dijo el puntano–, quería tener bien representado al menemismo en mi gabinete y la mejor imagen sos vos.” Eduardo Duhalde lo confirmó en el cargo y la devaluación del peso le permitió exhibir un boom de turismo extranjero. Su buena imagen pública hizo el resto y llegó a la vicepresidencia de la Nación. “La mejor década no está atrás, está adelante”, dijo al aceptar el convite, con la intención de conjurar los fantasmas menemistas.

Asumió junto a Kirchner en abril del 2003 y en agosto sobrevivió a un tsunami político. El primer incidente se produjo cuando el Congreso anuló las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, decisión que allanó el camino para reabrir los juicios a los represores por delitos de lesa humanidad. Scioli dejó trascender su desacuerdo con la medida, a la que consideró “una clara señal de inseguridad jurídica” que pondría en riesgo los logros en materia económica del gobierno de Duhalde.

Pocos días después, el 12 de agosto de ese año, el vicepresidente habló ante el coloquio de los empresarios de IDEA en Tucumán y anunció que en 90 días habría aumentos de tarifas. Todo el gabinete salió a desmentirlo y tronó el escarmiento. El jefe de Gabinete, Alberto Fernández, desplazó a los delfines del vicepresidente: el secretario de Turismo y Deporte, Germán Pérez, y su coordinador de Planeamiento Deportivo, Víctor Grupierre, y el titular de Parques Nacionales, Sergio Zaragoza. Scioli estuvo horas esperando ser recibido por el Presidente en la Rosada, pero nadie lo atendió. “Lo hicieron pomada...”, le dijo un cronista al verlo a la deriva. “No... mal estaba cuando buscaba mi brazo en el río. Esto es sólo una crisis política”, respondió.

Entendió el mensaje y se recluyó en el Senado. Fue a cuanta ceremonia, acto, festejo lo invitaron. Organizó homenajes a todos los “iconos” de la cultura popular y se aseguró una presencia mediática que tuvo sus frutos. El reconocimiento a su admirado Sandro fue uno de esos hallazgos. “Es al único que reconocen y se acercan a saludar vayamos adonde vayamos”, reconocían en el kirchnerismo.

A fines del 2005, otro vendaval amenazó su suerte. La senadora Cristina Fernández de Kirchner lo reprendió en vivo y en directo desde su banca. Lo acusó de armar operaciones de prensa en su contra. Imperturbable, Scioli aguantó el sacudón. “Es muy distinto a nosotros y piensa muy distinto a nosotros”, explicaban por esos días los hombres del Presidente. El se escudó en el silencio y siguió apostando al optimismo.

En un país donde los escenarios políticos cambian a ritmo vertiginoso, Scioli había empezado a hacer campaña para lanzarse como candidato a jefe de Gobierno porteño. Pero Misiones cambió su destino. La derrota al proyecto reeleccionista en esa provincia obligó a Kirchner a rever todas las jugadas. El vicepresidente fue consagrado entonces como el hombre para pelear el principal distrito electoral del país. Felipe Solá tuvo que enterrar su deseo de continuidad y la popularidad de Scioli fue la condición privilegiada por Kirchner para asegurarse el triunfo. El 40 por ciento del padrón electoral es la garantía del peronismo para mantenerse en el poder. El Gobierno se podía dar el lujo de perder la ciudad de Buenos Aires a manos de Mauricio Macri, pero de ningún modo la provincia.

“El (por Scioli) aprendió que en política nadie es propiedad de nadie”, dijo el Presidente cuando lo presentó en agosto pasado como candidato a gobernador. Apenas empezó a hacer campaña, Scioli se definió como el “intendente 135” de la provincia. En el poder territorial de los eternos intendentes, en la interlocución con Cristina Fernández de Kirchner y con el propio Kirchner se pondrá en juego la posibilidad de gobernar de este deportista devenido en político. “Hasta el 2009 no habrá problemas, después habrá que ver a dónde quiere llegar”, pronostica un bonaerense que sabe de sus ambiciones.

El es un pragmático que demostró ante todo ubicuidad. Hace poco le preguntaron qué libro lo marcó y dijo “con los libros yo tengo una mecánica muy particular porque me gusta leer mucho pero no tengo tiempo. Entonces tengo una chica en mi equipo que hace relevamiento de datos y, además, me hace resúmenes”. La “chica” tendrá ahora más trabajo.

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