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Especiales|Jueves, 26 de mayo de 2011
Cuando se rompe una cloaca

El planeta de los simios

Por Horacio Verbitsky
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Una cloaca del Instituto de Menores Manuel Rocca se obturó, y entraron aguas servidas en las instalaciones. Hubo algunos trastornos digestivos, y se temió por un brote de hepatitis. Dos jueces consultaron con un ministro de la Corte Suprema de Justicia, quien sugirió la conveniencia de trasladar a los chicos ante los riesgos para su salud. A su ilustrado juicio, el lugar más apropiado era una unidad carcelaria.

Se ordenaron análisis de sangre, y antes que se efectuaran, un funcionario de Salud Pública que no sintió la necesidad de fundamentarlo con algún dato, redactó un informe en el que habla de promiscuidad, relaciones homosexuales y sida, temas de los cuales opina con la autoridad de su título de odontólogo. Cuando obtuvieron los resultados de los análisis no había brote alguno de hepatitis, sólo un menor enfermo. La cloaca ya estaba en vías de reparación, pero el episodio puso de relieve concepciones más peligrosas para los chicos que una descompostura estomacal.

El juez federal de Morón Juan Ramos Padilla se presentó para ver a un menor que está a disposición de su juzgado. En cuanto comenzó la recorrida, los chicos se le acercaron con reclamos. “Pedimos aceleración de causas, que se atiendan todas las audiencias y peticiones, que dejemos de ser un papel. Acá vienen los jueces con saco y corbata y nos miran como si fuéramos monos, no nos escuchan y no nos dejan decirles lo que nos pasa”, le rogaron, intuyendo que un juez que visitaba un instituto de menores el domingo a las ocho y media de la noche debía ser diferente. “Por primera vez nos tratan bien. No queremos que vuelvan los de los palos”, le dijeron.

¿Los de los palos? Ramos Padilla se dispuso a oír, “frente al ineludible deber de un juez de la Nación en cuanto a respetar los derechos de las personas y con fundamento en normas constitucionales que garantizan el derecho a expresar las ideas y a reclamar justicia”. Los chicos designaron delegados por pabellón y transmitieron al juez sus experiencias y necesidades. Sentían pánico ante la perspectiva del traslado.

“No queremos que se cierre el instituto. Nos comprometemos a colaborar en su reparación. Necesitamos materiales. Ya arreglamos algunos vidrios del pabellón de recepción, hicimos una cámara afuera para la cloaca y un mejor desagüe, limpiamos el comedor y sacamos los escombros a balde por falta de carretilla. Mantenemos todo el lugar nosotros. Desinfectamos los baños todos los días, tiramos la basura en bolsitas y barremos el pabellón cinco o seis veces por día para prevenir infecciones. Ya están destapadas las cloacas”, le explicaron atropelladamente. Pero “queremos que arreglen la calefacción, más cantidad de ropa, materiales de limpieza, más vidrios, una carretilla y herramientas de trabajo”. También los angustiaban las versiones sobre un posible relevo de los orientadores de la Fundación Viaje de Vuelta, formada por médicos, sacerdotes, pastores protestantes, ex convictos, y drogadependientes recuperados: “Nos tratan bien y nos ayudan. Cuando la necesitamos nos dan medicación. Si se lastima alguno nos llevan enseguida al médico, nos dan remedios para la gripe, para el resfrío”.

Entre las solicitudes formuladas al juez figuró la extensión de las visitas de 9 a 14, que la requisa no fuera tan estricta con las madres, que se apuraran los legajos, que “no nos trasladen a unidades penitenciarias, que no saquen a los de Viaje de Vuelta, porque si vuelven los de la Penitenciaría nos van a verduguear. Antes nos levantaban a las 7 de la mañana y nos hacían hacer flexiones y les pegaban a los pibes porque sí. Nos hacían bañar con agua fría en invierno. No había comunicación, no nos daban bola”.

La intervención de los orientadores del Viaje de Vuelta, por convenio con el Ministerio de Salud y Acción Social, fue decisiva. “Ahora tenemos más toallas, hay jabones, pasta de dientes, hacemos grupos terapéuticos, bendecimos la comida, estamos organizados, escuchan las propuestas que hacemos y hasta podemos hablar con el director. Nos cambian la ropa día por medio, nos bañamos todos los días, ahora hay agua caliente. Hay equipos de mate, dejan pasar azúcar, shampú. Antes no. Cuando hay un conflicto en un pabellón lo resolvemos nosotros hablando entre todos. Hay menos violencia entre nosotros y más compañerismo, estamos aprendiendo a convivir. Quisiéramos un taller de carpintería, de artesanía, algo que nos sirva para pasar el tiempo y a la vez nos ayude para el futuro. Rezamos, tenemos misa dos veces por semana, Dios nos va a ayudar a cambiar.” Entre sus reclamos adolescentes se cuentan Biblias, gaseosas, cigarrillos y visita higiénica.

“Preferimos que se queden los de Viaje de Vuelta. Ellos saben lo que es un preso porque antes lo fueron, entienden a los que pueden caer en la droga y nos lo dicen, porque son ex drogadictos. Nos enseñan a no cometer los mismos errores”, concluyeron.

A veces los monos son más humanos que algunas personas muy importantes de alguno de los poderes del Estado, como bien saben los chicos que en lugar de Los animales de Sofovich ahora ven en Canal 13 El planeta de los simios.

(Publicada el 6 de julio de 1988)

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