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Espectáculos|Domingo, 15 de septiembre de 2002
EL GRUPO DE TEATRO DEL NACIONAL DE BUENOS AIRES SE PRESENTARA EN EL TEATRO DE LA RIBERA

Una tragedia griega con acento porteño

El director Orlando Acosta y los actores del grupo, que pondrán en escena “El reñidero”, la notable obra de Sergio De Cecco inspirada en “Electra” de Sófocles, explican la vigencia de una historia de carácter universal.

Por Silvina Friera
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El Grupo de Teatro del Nacional de Buenos Aires viene de cosechar premios y elogios con “El duende”, basado en obras de García Lorca.
Pedro de Mendoza es una calle pintoresca de la Boca, que conserva las huellas de un barrio que supo cobijar a los inmigrantes llegados en los barcos con la promesa de encontrar un “lugar en el mundo” de esas orillas. En el Teatro de la Ribera, el director Orlando Acosta y algunos de los actores del grupo de teatro del Nacional de Buenos Aires, Mariano Saba, Alejandra Marimón, Francisco Prim, Luis Berenblum, Constanza Peterlini y Juan Coulasso, se preparan para el estreno de El reñidero (el jueves 26, a las 20.30), obra de Sergio De Cecco inspirada en Electra, de Sófocles, pero ubicada en el arrabal del barrio de Palermo de principios del siglo pasado. “En la tragedia todo aquello que no puede concretarse se enferma y por ende tiene que morir. Es un texto perfecto porque la estructura dramática no se quiebra nunca. Además, me gusta el desafío de trabajar con la temática del poder”, sostiene Acosta en la entrevista con Página/12.
Después de la puesta de Babilonia, de Armando Discépolo, y El duende, basado en poesías y escenificaciones de obras de Federico García Lorca, el grupo de teatro del Nacional de Buenos Aires irrumpe en un ámbito que nunca había frecuentado: un teatro del Complejo de la Ciudad de Buenos con una pieza que remite simultáneamente, por su complejidad estructural, a la Grecia del siglo V a. C. y al barrio de Palermo de 1905. El próximo sábado a las 20.30, el grupo realizará en Pedro de Mendoza 1821 una función especial, a modo de preestreno, para los lectores de Página/12. El título de la obra, escrita en 1962 y estrenada en 1964, es emblemático porque no sólo denota el ámbito de los viejos reñideros, sino que, además, se inscribe en una época signada por la muerte. Es como un círculo cerrado que recuerda la antigua “orkestra” de la tragedia griega que ya no está recorrida por el coro (presencia de las personas vivas) sino que está sólo habitada por raccontos (evocaciones de los muertos). La tragedia griega presenta familias en conflicto por generaciones porque con la sangre se hereda un destino, una maldición o una responsabilidad. Electra quiere vengar la muerte de su padre (Agamenón) y le pide a su hermano (Orestes) que mate a Clitemnestra, su madre. De Cecco traslada, con rigor estilístico y un lenguaje ajustado y minucioso, el mundo de esas criaturas griegas a un puñado de seres incuestionablemente argentinos como Pancho Morales (Agamenón), Elena, su hija (Electra), Nélida (Clitemnestra) y Orestes, quien conserva el nombre de la tragedia de Sófocles.
Acosta señala que De Cecco “se atreve a exponer cuestiones punzantes que nadie se anima a encarar, como la ambigüedad de la relación entre el padre (Pancho Morales) y la hija (Elena), el padre y el hijo (Orestes), la madre (Nélida) con el padre y la relación entre esos hermanos. Humaniza a los personajes, multiplica sus deseos y los pone en la encrucijada de revisar sus conductas éticas”. El director observa que no es frecuente abordar este tipo de temáticas, especialmente el incesto, porque hay un límite social impuesto: “De eso no se habla”. “¿Qué pasa si el texto plantea rasgos de incesto? El autor, justamente, se atreve a hablar de estas cuestiones”, subraya Acosta. “Todos los personajes son como barcos que se van acercando al abismo –explica Saba–. La puesta está planteada a partir de una tensión muy fuerte que va creciendo hasta el final. La pregunta es si esa muerte (la de Soriano) era necesaria. Respecto del contexto, El reñidero tiene una vigencia histórica porque este malevaje, esta gente que vive en la orilla, es manipulado políticamente. La atmósfera opresiva no sólo se respira dentro del hogar de los Morales, también proviene del afuera. De alguna manera, la obra sigue hablando de lo que nos pasa.”
–¿Los personajes, aunque situados en Buenos Aires, tienen características universales?
Alejandra Marimón: –Indudablemente. En la medida que los personajes no son ni buenos ni malos, que todos muestran sus puntos débiles, sus miserias y vulnerabilidades, el carácter de universalidad está implícito.
Francisco Prim: –El complejo en la relación con el padre o la madre, los edipos mal o bien resueltos, son cuestiones fácilmente reconocibles, que en muchos casos se resolverán con años de psicoanálisis (risas). Cuando una obra está bien escrita es mucho más que actual, perdura en el tiempo porque indaga en las raíces del ser humano.
Luis Berenblum: –Lo más fuerte es la vastedad de las relaciones filiales que son, sin duda, las más importantes que tiene el ser humano, porque son al mismo tiempo contenedoras y profundamente expulsivas.
Mariano Saba: –Vicente, mi personaje, es un tipo que se abrió del malevaje. Lo que más me gustó de él es el aire de dignidad que profesa. Es un hombre que está entero, un portador de la voz de la claridad, desde su oficio de herrero. Me interesó trabajar una postura corporal y un modo del habla: cómo se para un herrero, cómo se constituye la impronta de un hombre que se retiró del malevaje para dedicarse a un trabajo digno. Muy amigo de Orestes, frente al destino de la tragedia, Vicente le presenta una alternativa, una nueva filosofía de vida. Lo que es perenne en esta obra, y en cualquier tragedia, es que no hay voz que alcance a detener la muerte.
Constanza Peterlini: –La diferencia más importante reside en el mandato de los dioses que predominaban en la tragedia griega. En El reñidero, en cambio, el mandato se articula entre el mundo de la política y lo familiar. Debido a esta combinación, los personajes se tornan más humanos.
Juan Coulasso: –La sentencia de una tragedia termina conduciendo a la tragedia. Aunque Orestes cuestiona esa sentencia, que tiene que matar a Soriano, no puede evitar escapar de esos designios y no oculta su vulnerabilidad. Por eso se pregunta por qué hay que matar.
–El Orestes de De Cecco, a diferencia del ideado por Sófocles, duda, vacila, no está convencido de que la muerte sea la única salida...
Acosta: –En Sófocles, Orestes regresa para matar, apoyado por su hermana. De Cecco le da una vuelta de tuerca a este argumento, y hace dudar al personaje que no está convencido de que esa muerte sea necesaria.
Coulasso: –Aparte del conflicto entre los personajes, el autor incorpora el conflicto psicológico. Al principio, Orestes debe comportarse como un macho, como un matón. Sin embargo, en una de las escenas que tiene con la madre, empiezan a aflorarle las dudas.
Saba: –Lo curioso, desde la perspectiva de la literatura, es que entre la tragedia griega Electra, de Sófocles, y El reñidero, de De Cecco, hay un Hamlet, el héroe trágico tratando de esquivar su destino inevitable.
–En Orestes aparece la consecuencia de un tema trascendental: la mentira. Su padre lo entregó por miedo a perjudicar la candidatura de un diputado y no hizo nada para eludir la cárcel del propio hijo...
Acosta: –Esto expone nítidamente un dilema desgarrador: Pancho es un cobarde, pero es el padre de Orestes. Aunque el padre lo vendió, aunque pueda sentir odio, no deja de ser el padre. Reaparece la línea trazada por la tragedia: todo lo que no sigue su cauce natural enferma y termina mal.
Coulasso: –Las grandes obras de teatro se han escrito con la intención de mostrar al ser humano en su momento más crítico.
–¿Cómo viven las mujeres en la casa de los Morales, en donde prevalece una mirada machista sobre las relaciones humanas?
Marimón: –Lala es la criada de la casa y quiere mucho a la familia, especialmente a los hijos. Me parece que el autor indaga en la relación de ella con esa familia y cómo transcurre su vida en esa casa, que es como una riña, un espacio de disputas entramadas entre padres e hijos, entre hermanos y padre y madre. Ella cree en el destino y no tiene la capacidad para frenar los acontecimientos.
Acosta: –Lala es la voz de los que no pueden hablar, la que observa minuciosamente lo que sucede y trata de equilibrar, quiere apaciguar los ánimos, pero no puede evitar la tragedia.
Peterlini: –Elena está rodeada de fantasmas y siente una devoción excesiva por el padre. Ella no sólo quiere vengar la muerte del padre sino que además siente la necesidad de hacer de su hermano, el hijo de Pancho Morales, lo que el padre quería. Ella se siente más identificada con el mundo de los hombres. Para Elena no existe el mundo exterior porque no quiere salir de la casa. Cuando ella se pone el vestido rojo, convencida de que su hermano vengó la muerte de su padre, ve en Orestes a un padre. Los que están en el bando de su padre merecen su respeto; lo otros son seres que no representan nada en la medida en que no pueden ayudarla a saciar su sed de venganza. Elena piensa en función de palabras claves como coraje, hombría, típicas del lenguaje de los hombres. Vive en un mundo muy “masculinizado”, encerrada y sumergida en una profunda soledad.

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