“UN GRAN CHICO”, CON HUGH GRANT, SOBRE LA NOVELA DE NICK HORNBY
El arte de la eterna adolescencia
Los hermanos Weitz lograron una versión de la novela “Erase una vez un padre” capaz de entusiasmar tanto a los fans del autor de “Alta fidelidad” como a quienes buscan una comedia inteligente. Por su parte, la nueva entrega de Austin Powers es puro pop revisitado.
Por Martín Pérez
Hugh Grant y Nicholas Hoult, dos voces antagónicas enfrentadas al problema de la madurez.
“Ningún hombre es una isla”, escribió hace años el poeta británico John Donne. Pero Will Freeman no está de acuerdo con él. Para el solitario pero satisfecho Will todo hombre es una isla y, en lo que a él respecta, tiene todas las intenciones de ser Ibiza. A los treinta y ocho años, Will no tuvo trabajo ni novia que le haya durado más de dos semanas. Vive holgadamente gracias a los derechos de autor de un tema navideño compuesto por su padre mucho tiempo atrás, y todas sus relaciones amorosas son superficiales. “Soy la estrella del Show de Will”, pensará en algún momento. “Y mi show no es ninguna telenovela”, agregará, tratándole de escapar al drama con una bonhomía tan encantadora y superficial que lo revela como un adolescente perpetuo, escapándole una y otra vez a la madurez.
A los doce años, Marcus está comenzando a pensar que la clave de una buena vida reside en un principio totalmente inverso a la buena vida de Will. Con una madre hippie, separada y depresiva que le enseñó tanto a pensar por sí mismo y escaparle al consumismo de la vida moderna que sus compañeros de colegio no dejan de burlarse de él, Marcus ha comenzado a pensar que dos –él y su madre– no es un buen número. Que para estar seguro en la vida hay que ser, al menos, más de dos. Como para tener algún reemplazo a tiempo ante cualquier inconveniente. Tan sufrido y autoconsciente como Will es superficial y escapista, Marcus ingresará en la vida de Will cuando éste decida que las madres solteras son el camino hacia la democratización de la belleza.
Con una vida tan vacía al punto de haberla dividido en momentos de media hora para llenar, Will tiene todo el tiempo del mundo para permitirse intentar toda clase de ridiculeces. Y una de ellas será inventarse un hijo de dos años para justificar su presencia en una reunión de madres solteras. Su reciente éxito en una relación de ese tipo, que le permitió ser un tipo extraordinario casi sin esfuerzo y ni siquiera ser responsable de la separación antes de que la cosa se tornara más seria, lo lleva a intentar semejante treta. Algo que le permitirá meterse en la vida de una amiga de la madre de Marcus, y –acto seguido– hará que Marcus ingrese muy decidido y sin pedir permiso en la suya.
Protagonizada por un apropiado Hugh Grant como el gran chico Will y el aún más increíblemente apropiado Nicholas Holt en el papel del otro gran chico Marcus, el film de los hermanos Weitz es una brillante comedia sobre un tema clásico en el cine, el del niño sin padre que elige uno para completar su aprendizaje. Aunque en este caso el padre adoptivo de Marcus es antagónico a la gran imagen rebelde y masculina que semejantes fantasías cinematográficas han elegido retratar. Demasiado lleno de sensibilidad, Marcus aprenderá de Will la necesaria levedad como para escapar del radar del mundo hasta tener edad suficiente como paraenfrentarlo. Y, al mismo tiempo y casi contra su voluntad, semejante trabajo no hará más que destrozar la burbuja autocomplaciente en la que sobrevivió durante tanto tiempo, y enfrentarse a los encantos de una vida vivida también con los ojos cerrados de sentimiento.
Así presentada, sin embargo, Un gran chico está mas cerca del melodrama que de la inteligente comedia que es, llena de guiños y reflexiones cómplices hasta la carcajada. Siguiendo a rajatabla la división de capítulos del libro original —ambos en primera persona, uno para Will y el otro para Marcus— con consecuentes voces en off de sus protagonistas, el gran triunfo del film de los hermanos Weitz (American Pie) es la eficaz construcción de dos personajes únicos como lo son Will y Marcus, originales y al mismo tiempo representativos. Su mirada es la que descubre como nuevo al mundo (y el cine) de todos los días. Y a través de su(s) historia(s), la más convencional comedia romántica es un maravilloso juego de reconocimiento y entrega a un texto (y a un cine y a unos personajes) que será reconocido como propio tanto por los fanáticos a la indispensable novela original (titulada en castellano Erase una vez un padre, publicada por Ediciones B) como por quienes sólo vayan al cine atraídos por la posibilidad de ver la nueva comedia de ese icono de galán capaz de burlarse de sí mismo llamado Hugh Grant.