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Espectáculos|Jueves, 3 de octubre de 2002

“Fuimos soldados” vuelve a tomar la bandera que enarbolaba “Rambo”

En sintonía con el impulso bélico de la Casa Blanca, Mel Gibson propone una nueva reivindicación de la intervención estadounidense en Vietnam.

Por Horacio Bernades
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La película protagonizada por Gibson manipula datos a mansalva.
Desde aquellos lejanos tiempos de Rambo, ninguna película había osado reivindicar la intervención de su país en Vietnam como ahora lo hace Fuimos soldados. Pasaron veinte años desde el momento en que –en correspondencia con la política restauradora del cowboy Ronald Reagan– Stallone se vestía de sangre y de gloria en aquellos remotos pajonales, reparando él solo la humillante derrota sufrida por su país una década antes. En el comienzo del nuevo siglo, y con el Imperio otra vez en pie de guerra, el cine vuelve a acudir en su apoyo, con ese militante ultracatólico y republicano, belicista asumido que es Mel Gibson, tomando la bandera que Stallone había levantado bien alto dos décadas atrás.
Sintonizando al milímetro con la campaña psicológica desplegada por su admirado Bush Jr., Fuimos soldados –escrita y dirigida por Randall Wallace, brazo derecho de Gibson desde que escribió el guión de esa otra apología bélica que fue Corazón valiente– jamás pone en cuestión la idea de que los Estados Unidos están llamados a ser el gendarme del mundo, tanto en Vietnam como en Afganistán, Irak, Colombia o donde su destino manifiesto los llame. Sin embargo, y a diferencia del tío Rambo, Gibson & Wallace ya no pueden celebrar la gesta bélica con bombos y platillos, un poco por respetar esa forma de las apariencias que se conoce como “corrección política” y otro poco porque ni el espectador más ignorante o recalcitrante ignora que el Imperio salió de esa guerra con la cola entre las patas. Desde el comienzo mismo, Fuimos soldados aparece teñida del feeling elegíaco que le marca una voz que resulta ser la de un corresponsal de guerra, y que, al narrar la historia desde el dolor y la confusión, aspira a convertirse en eco del sentimiento estadounidense post-11 de septiembre.
Se supone que lo que el periodista cuenta es “la verdad de los hechos”, aunque, como tal vez los propios realizadores, se limite a transcribir la versión transmitida por un alto mando del ejército. Basada en un libro escrito por el coronel Hal Moore, a quien encarna Gibson, casi todo el metraje de We were Soldiers (con excepción de una media hora de entrenamiento inicial) está dedicado a una batalla de tres días a la que se considera el primer enfrentamiento entre el Vietcong y el ejército de las barras y estrellas. Que para Gibson la película equivale a una declaración personal lo subraya el hecho de que su personaje es, como él, un hombre de familia beato y con 5 hijos. Y que se comporta, en relación con sus soldados, como el padre de familia noble, magnánimo y ejemplar que al inefable Mel le gusta mostrar que es. Tanto es así que al final de la película ya resulta imposible saber si el hombre que va a rendir su postrer homenaje a los caídos es el personaje o el actor.
Aun sin excesos heroicos, durante la maratónica batalla no habrá soldado norteamericano que no pruebe su valor, transmitiendo la idea de que no hay nada mejor sobre la Tierra que ser parte del séptimo de caballería, histórico regimiento que Moore conduce. Aunque se echen sombras sobre ese lejano antecesor que fue el general Custer y se eviten banderas flameantes, discursos patrioteros y satanizar al enemigo, Fuimos soldados manipula datos a mansalva. Toda la explicación sobre la intrusión de los Estados Unidos que Gibson/Moore da a su hija de 5 años, evidente alter egodel espectador-tipo al que los realizadores se dirigen, es que “están matando gente, y papá tiene que ir a salvar esas vidas”. Evidentemente sin haber visto jamás Apocalypse Now!, según la (per)versión de Fuimos soldados, el ejército norteamericano en Vietnam funcionó poco menos que como una familia ideal en maniobras. En términos estrictamente dramáticos, debe reconocerse que los realizadores logran que esa casi interminable batalla resulte vívida e intensa, sin necesidad de golpes bajos o excesivos énfasis.
Pero la eficacia dramática de Fuimos soldados descansa sobre un manto de tergiversaciones. La película invierte la verdadera relación de fuerzas (cuatro centenares de bravos americanos combaten contra un enemigo que los decuplica) y, de paso, el resultado mismo de la guerra, trastrocando en victoria lo que en verdad fue la más humillante derrota sufrida por el Imperio en toda su historia. Ya que está, Gibson fija posición sobre el lugar que hombres y mujeres deberían ocupar en una sociedad ideal: mientras ellos combaten como valientes, sus esposas se reúnen para organizar la comida y el lavado de ropa, y más tarde para esperarlos y llorarlos.

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