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Espectáculos|Sábado, 19 de octubre de 2002
EMPIEZA LA SEGUNDA TEMPORADA DE “SIX FEET UNDER”

Una telenovela existencial

La serie dirigida por Alan Ball recomienza esta noche por HBO con su atractiva mezcla de géneros y sus interrogantes metafísicos.

Por Esteban Pintos
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Nate (Peter Krause) y Brenda (Rachel Griffiths), ¿feliz pareja?
La serie televisiva estadounidense más sorprendente de 2001 (sorpresa convertida en éxito de masas, crítica y niveles de audiencia) iniciará esta noche a las 22, por la señal premiun HBO, su segunda temporada. “Six Feet Under”, concebida y producida por el guionista y director Alan Ball –responsable del script de la elogiada Belleza americana–, acumuló resultados satisfactorios para una apuesta de su tipo en su primer año de emisión. Ganó dos Globos de Oro, siete premios Emmy, promedió en su país de origen 5,6 millones de telespectadores a lo largo de sus 13 primeros capítulos y mereció encendidos elogios de la prensa seria de su país, a partir de su cautivante mezcla de drama, humor negro, inventiva visual y varias grandes interpretaciones de sus protagonistas. “Soap opera metafísica”, tal como aventuró un crítico, podría ser una buena definición para esta historia de una familia que –paradójicamente– vive de la muerte. Así es: los Fisher son dueños de una casa funeraria en Los Angeles que, a la vez, es su hogar. Allí conviven Ruth, viuda de Nathaniel Fisher (fundador de la firma, muerte en los primeros minutos del primer capítulo de la primera temporada), y sus hijos David, Nathaniel Jr. y Claire.
Tal como sucedía en Belleza americana, Ball apuntó directo al corazón de una familia disfuncional por donde se la mire, tal como puede inferirse de las primeras circunstancias de la historia: papá Nathaniel choca y muere por encender un cigarrillo a bordo de una flamante ambulancia funeraria; Nathaniel (Nate, de aquí en más) llega a LA desde Seattle y en el vuelo conoce a una atractiva mujer con quién tiene sexo en el aeropuerto; David mantiene oculta una relación homosexual con un policía afroamericano y Claire fuma crystal method en compañía de su novio. Así se presentó al mundo y así lo cautivó, haciendo de la muerte algo más que una cuestión de suerte, llanto o tragedia. También se puede reír o al menos provocar una mueca irónica.
En esta segunda temporada, afirmados los personajes centrales y los colaterales (que no lo son tanto, por cierto), la historia vuelve y revuelve sobre la relación con la muerte. Si cada capítulo comienza con un deceso –en el que se verá esta noche, la víctima es una actriz de películas clase B, con una sobredosis de cocaína–, el devenir cotidiano de los Fisher y sus relaciones satelitales personales se interna por caminos intrincados y no siempre iluminados. En los 13 capítulos de este año, el peso dramático de la historia recae definitivamente en Nate (Peter Krause). Recuérdese que él volvía de Seattle para pasar fin de año en casa y no sólo inició una relación estable con una mujer durante el vuelo -Brenda, magnífica composición de la australiana Rachel Griffiths– sino que recibió la noticia de la muerte de su padre apenas llegado a la ciudad. A partir de ese momento, el más cuerdo y sensible de todos los Fisher debió afrontar el peso inesperado de la conducción familiar, lidiar con la sinuosa Brenda y su aún más extraña familia y, ya sobre el final de la primera temporada, enterarse de una afección cerebral que podría comprometer seriamente su salud e, incluso, su vida. En este primer capítulo, Nate recibe el resultado de una resonancia magnética: es una malformación arterio-venosa que afecta el cerebro, un trastorno que decide ocultar a su círculo íntimo. Más o menos la misma situación que su hermano David debió afrontar, y que bastante trabajo y traumas le costó revelar, alrededor de sus preferencias sexuales. En una de las escenas de ensoñación que habitualmente provee la serie –dirigida en esta primera entrega por el colombiano Rodrigo García, el hijo de Gabriel García Márquez–, Nate juega un partida de poker con su padre y dos espectros que representan, nada menos, la vida y la muerte. El resultado del juego conviene mantenerlo en secreto, al menos hasta esta noche.
“Lo mío es en un 95 por ciento instinto. Creo que cuando uno escribe un piloto, lo mejor que se puede hacer es crear tantas puertas como sea posible. Nunca estuve enteramente seguro hacia donde irían los personajeso que sucedería. Pero si se tiene verdaderamente mucha suerte y los elementos apropiados, el proyecto puede cobrar vida propia. Y cuando eso sucede, si uno es inteligente y despierto, se puede reconocer el camino a seguir”. El comentario-receta pertenece a Alan Ball y describe perfectamente el desarrollo argumental de esta historia en donde la vida y la muerte juguetean con las dudas y certezas existenciales de los personajes.

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