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Espectáculos|Martes, 12 de noviembre de 2002
ROMAN POLANSKI HABLA DE “EL PIANISTA”, SU FILM SOBRE EL HOLOCAUSTO

“Es mi tributo al deseo de vivir”

Durante años, el director se negó a abordar un tema que vivió en carne propia. Pero “El pianista del ghetto de Varsovia”, la autobiografía de Wladyslaw Szpilman, lo convenció: “Era el texto que esperaba, un testimonio de la resistencia humana sin estereotipos y sin ánimo de revancha”, dice.

Por Pablo Plotkin
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Una escena de “El pianista”, filmada en una monumental réplica del ghetto construida en Berlín.
Szpilman escribió su autobiografía en 1945, lo cual le da al texto una inmediatez abrumadora.
Es lógico que Roman Polanski prefiera no hablar públicamente sobre El pianista. Si se considera que esperó sesenta años para exhumar los recuerdos más sombríos de su infancia y exponerlos en una película, el mundo puede estar seguro de que todo lo que el autor quiera decir al respecto está revelado en esa obra. Polanski siempre tuvo razones suficientes para no revisar el pasado propio, demasiado doloroso e incomprensible. La supervivencia a un campo de concentración, la muerte de su madre en las cámaras de gas, el demencial asesinato de Sharon Tate, su mujer embarazada de ocho meses... “Sí, conocí la violencia y hay violencia en algunas de mis películas”, admite el director de Chinatown. “Pero esas dos cosas no están conectadas. Mi arte es ficción.”
Debió aparecer un testimonio ajeno con el que Polanski se identificara, a través del cual pudiera poner en escena el tormento de los días en que los nazis ocuparon Polonia, cuando él tenía seis años. En 1999, luego de leer el primer capítulo de la novela autobiográfica de Wladyslaw Szpilman (publicada en castellano bajo el título El pianista del ghetto de Varsovia), el cineasta encontró lo que estaba buscando. “Durante mucho tiempo quise hacer una película acerca del Holocausto”, explicó Polanski, quien, a los 69 años, asiste al estreno mundial del film que lo reconcilia con la industria y que le valió la Palma de Oro en la última edición del Festival de Cannes. “El libro de Szpilman es el texto que estaba esperando, un testimonio de la resistencia humana frente a la muerte y un tributo al poder de la música y al deseo de vivir. Rompe con un montón de estereotipos y es una historia narrada sin intenciones de revancha.”
Al estallar la guerra, Szpilman –polaco judío, al igual que Polanski– era, con menos de 30 años, el pianista de la radio nacional y uno de los intérpretes más preciados del país. Cuando las tropas alemanas invadieron Varsovia y destruyeron el transmisor de ondas, entre miles de cosas, Szpilman estaba tocando el Nocturno en Do sostenido menor de Chopin. A partir de ese momento trágico y a la vez encantado, Szpilman inicia el relato de una supervivencia increíble. Sus manos resquebrajadas por el frío, el hambre, las horas tocando por comida, el escape a una Varsovia hecha escombros y el pase a la clandestinidad hasta el final de la guerra, asistido por buenos polacos y un oficial alemán solidario. El pianista escribió sus memorias en 1945, poco después del desembarco de las tropas aliadas en Normandía, y esa inmediatez hace que su novela sea una crónica de observación más que de juzgamiento. Sin la visión totalizadora de la Historia, Szpilman describe la muerte, la destrucción y el sufrimiento alejándose del sentimentalismo y la sensación de posteridad. Eso fue lo que fascinó a Polanski.
La novela fue publicada por primera vez en Polonia en 1946, bajo el título Smierc Miasta (La muerte de una ciudad). Mientras tanto, Szpilman se reincorporaba a la radio polaca, de la que sería pianista hasta 1963. Durante ese período compuso unas 500 canciones, de las cuales 150 fueron éxitos nacionales. Sus memorias agotaron las primeras tiradas y pronto fueron llevadas al cine, en una versión monitoreada por el comunismo oficial polaco de posguerra que, entre otras modificaciones al texto original, incluyó una triunfal escena de bienvenida al Ejército Rojo. La novela permaneció fuera de catálogo durante décadas. Retitulada El pianista, se reeditó en 1998, esta vez a nivel mundial. A partir de su fama de sobreviviente y narrador, la obra musical de Szpilman –su verdadera razón de ser– cobró mayor trascendencia planetaria. “Para mí la guerra fue especialmente cruel”, dijo poco antes de morir, en 2000, a los 89 años. “Pero después de la guerra estuve ocupado. No tenía tiempo de pensar en la familia que había perdido. Cuando sos joven no tenés problema en olvidar.” El texto que aparece firmado por Polanski en el sitio internético de El pianista es todo lo lacónico que podía esperarse del director de El bebé de Rosemary. “Siempre supe que algún día haría una película sobre este doloroso capítulo de la historia polaca. Sobreviví al bombardeo de Varsovia y al ghetto de Cracovia y quería recrear los recuerdos de mi infancia.” Una infancia interrumpida a los 6 años, cuando fue llevado a un campo de concentración junto a su familia. Mientras la guerra avanzaba y el horror se hacía cada vez más visible, el padre de Roman le pagó a una familia de polacos no judíos para que cuidara de él. En medio de una deportación, consiguió poner al pequeño del otro lado de las vallas y luego le ordenó que huyera a la dirección indicada. En la casa no había nadie. Roman volvió al ghetto en el momento en que su padre estaba siendo trasladado. “Desaparecé de acá”, alcanzó a decirle. El chico volvió a la ciudad, encontró a esa familia y se quedó un tiempo en Cracovia. Luego lo llevaron con unos granjeros que sobrevivían en la miseria y con ellos permaneció el resto de la guerra. Cuando las tropas alemanas fueron vencidas, Polanski se reunió con su padre y supo que su madre había muerto embarazada. Creció, asistió a la Lodz Film School, se mudó a París e inició su esplendorosa carrera cinematográfica.
A partir de ahí, comenzó la historia del artista de lo siniestro y el perseguido. El asesinato de Sharon Tate a manos de Charles Manson (Los Angeles, 1969), la campaña de una parte de la prensa que quiso involucrarlo en la masacre (que incluyó como víctimas, además, a cuatro de sus amigos) y el exilio de los Estados Unidos cuando, en 1977, corría riesgo de terminar en la cárcel por haber tenido sexo con una menor en la casa de Jack Nicholson. Hoy, Polanski vive en París con su mujer, la actriz Emmanuelle Seigner, y sus dos hijos. Allí pasó los últimos años, soportando las malas críticas que recibieron sus obras recientes, hasta que dio con el libro de Szpilman y consiguió los derechos para rodar El pianista. Financiada por el Canal Plus francés (que invirtió 41 millones de dólares, un record para el cine europeo), el largometraje es, quizá, la más antigua cuenta pendiente de Polanski. Unos años atrás, Spielberg le había ofrecido dirigir La lista de Schindler, una historia que transcurre, precisamente, en el ghetto de Cracovia. El sobreviviente se rehusó a filmarla por considerar que era demasiado cercana a su pasado.
Protagonizada por Adrien Brody (Pan y tulipanes, S.O.S. Verano infernal), El pianista es, según coincidieron varios críticos, una película bastante clásica en términos narrativos. Ronald Harwood, autor de la adaptación, escribió en junio pasado una pequeña crónica de rodaje para el diario británico The Guardian. Harwood cuenta que la preproducción comenzó con un viaje a Varsovia y tres días de internación en una sala en que se proyectaban videos de la destrucción de la ciudad y el genocidio, al estilo La naranja mecánica. “Después fuimos a ver lo que quedaba del ghetto. La mayor parte de la zona está convertida en un parque memorial. Sólo permanece allí el infame hospital, donde tanta gente fue sacrificada, y ahora es una escuela. Fueron días deprimentes. En el camino de vuelta a París, Polanski dijo: ‘OK, empecemos a escribir’.”
El director tuvo que escarbar los recovecos más sórdidos de su memoria. Escribe Harwood: “Yo había reproducido el momento del libro en que un policía judío salva a Szpilman de abordar un camión de ganado que iba a Treblinka. El se describe corriendo de la escena. ‘¡No!’, dijo Polanski. ‘Te voy a contar lo que me pasó a mí. Va a ser mejor.’ Aparentemente, él también fue salvado de una manera parecida, pero cuando fue rescatado de la multitud y empezó a correr, el policía le gritó: ‘¡Caminá! ¡No corras!’. Así que cambiamos la escena”. La mayor parte de la película fue rodada en los estudios Babelsberg de Berlín, donde se montó una monumental réplica del ghetto. “Es como un estudio de Hollywood en los viejos tiempos”, comentó Polanski al ver la puesta. Así fue como el hombre que nose podía “permitir mirar al pasado” recreó la parte más tormentosa de su infancia a través del relato de un pianista. “Nunca hablaría sobre sí mismo en una situación traumática del Holocausto. Lo tiene que poner en la piel de otro”, explicó el fotógrafo Ryszard Horowitz, amigo de Roman en aquella Varsovia devastada. “Es la película más importante de mi carrera”, asumió Polanski frente a la revista polaca Kino. “Emocionalmente es un trabajo que no se puede comparar con nada que haya hecho antes. Me remonta a un tiempo que todavía recuerdo.”

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