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Espectáculos|Miércoles, 4 de diciembre de 2002

“Parezco una estrella, pero vivo en la ruina”

En su nuevo disco, “Salam Alecum!”, el polémico musico argentino Andy Chango deja de lado sus obsesión por las drogas para cantar sobre el mundo árabe y las guerras del imperio que comanda Bush.

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Chango sabe que los talibanes lo matarían, pero se solidariza igual.
Por Javier Aguirre

Los hitos mediáticos más fuertes que la carrera del músico Andy Chango alcanzó en la Argentina tuvieron que ver, hasta ahora, más con sus presencias polémicas e hilarantes en favor de la despenalización del consumo de drogas en paneles de televisión que en sus méritos artísticos. Sin embargo, y más allá de que su debut solista –el álbum Andy Chango, de 1998, temático en torno de las drogas– le construyera cierta etiqueta pública muchas veces cercana al estigma, sus discos reflejan un desenfado y un cinismo bastante agudo. Ese espíritu está presente en su tercer disco de estudio, Salam Alecum!, de flamante edición en España (donde está radicado desde hace cinco años), y de aún incierto destino en la industria discográfica local.
No tan lejos de los alias que personificó en sus discos anteriores —el gurú de las adicciones del debut y el adalid de las dolencias físicas y espirituales de su segundo disco Capitán Angustia—, ahora Chango presenta una colección de canciones grabadas con cierto azar, ni en estudios convencionales ni con una banda convencional, sino de gira por casas de parientes y amigotes, quienes fueron oficiando de músicos invitados. Coproducido por Tito Losavio y él, Salam Alecum! (forma de saludo que aprendió en su visita a Marruecos) se permite varios guiños y humoradas -acaso especialmente osadas en su hábitat de primer mundo español– sobre los talibanes, su amistad con Alá, los dealers moros de las calles de Madrid y la inconveniencia de molestar “a los chicos del Corán”.
–¿Por qué es tan clara la presencia de personajes del mundo árabe en sus nuevas canciones?
–Bueno, hay un poco de humor y un poco de seriedad. Los talibanes me matarían al primer segundo, tanto por mi apellido como por mi estilo de vida. Pero, más allá del chiste, hay ciertas cosas con las que hay que comprometerse. El mundo está lleno de causas justas, y uno se solidariza con las que lo van sensibilizando. Así como apoyé la cuestión de las drogas, ahora el aumento del presupuesto militar de Estados Unidos y su política opresiva sobre Irak me asustan. Todos los engaños sobre ayuda humanitaria, la falsa búsqueda de la paz, la manipulación... me aterran tanto como Videla. Bush se está cargando el planeta. Yo soy antiamericano por cuestión de supervivencia. Todo esto me mata de angustia, y en lugar de lamentarme, cuando me siento al piano me surge el tono de broma. Y después están las otras influencias, como mi visita a Marruecos, o como el canto a la ternura que fue invitar a hacer un recitado –en la canción “Ya llegó el morito”– a Faissal, el hijo de diez años del marroquí que me provee en Madrid.
–En Salam Alecum! ya no hay un personaje, un alter ego desde el que cantar...
–No, es mi disco más transparente. En los dos primeros había reforzado ciertas facetas de mí, la eufórico-festejadora o la cínico-depresiva. Ahora hay de todo, canción de pueblo, poesía, tecno oriental, muchos géneros. Tiene que ver con una necesidad de apertura. Este disco me va a permitir salir para cualquier lado. No quiero encasillarme como el chico que hace pop, o el rockero. Estoy pensando en transformarme, quiero abrir la puerta, irme por la tangente. Quiero musicalizar poemas, hacer un disco infantil, o tal vez uno sólo de piano (yo estudié cuatro años de piano clásico, antes que me derivaran a una clínica). Estuve alejado de Madrid, viviendo en las sierras, y ese retiro –después de varias mudanzas, accidentes y canciones– me hizo aterrizar y pensar bastante en lo que quiero hacer con la música.
–La grabación del disco no fue nada ortodoxa...
–Fue un caos total. Yo vivo en España, pero con total empatía con la Argentina, no tengo banda con ensayos, ni estudio para grabar mi disco.Sin embargo grabo y salgo de gira (con una formación de trío, teclados, trombón y guitarra), llevo más gente que nunca en mis shows en Madrid y sin embargo estoy en mi peor momento de guita. Es paradójico, salgo de agotar una sala para 500 personas, me tratan como a un ídolo, tengo compromiso discográfico, parezco una estrella o al menos un chico mediático, pero vivo en la ruina total. Pero no me quejo. Lo cierto es que viví cuatro años de jolgorio y eso se convirtió en endeudamiento. Vivía en una nube a la par de Andrés (Calamaro), Fito (Páez) o Ariel (Rot) sin pensar en el dinero, y ahora estoy endeudado con la SGAE, la Sadaic española. Pero... ¿quién me quita lo bailado?
–¿Tiene previsto presentar su disco en la Argentina?
–Tito Losavio está haciendo algunas gestiones para ver si puedo editar el disco en la Argentina, y además extraño mucho, pero la verdad es que no sé. No lo tengo planeado en lo inmediato, y además el ritmo sin descanso de shows en España, sumado a cuestiones familiares, me hacen ver lejos la posibilidad de ir.

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