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Espectáculos|Sábado, 7 de diciembre de 2002

Un retrato televisivo del hombre que quiso ser el cazador oculto

A 22 años del asesinato de John Lennon, la señal Infinite emite hoy “La muerte de un Beatle”, un documental sobre Mark Chapman.

Por Eduardo Fabregat
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John Lennon, asesinado el 8 de diciembre de 1980 en el Dakota.
¿Habrá en el medio musical alguien más vituperado que Mark David Chapman? Desde el chiste cruel de los corrillos periodísticos (“A tal o cual músico no le vendría mal un Chapman”) hasta el auténtico y profundo dolor del fan común, ese hombre carga con un peso monumental, el que implica haber destrozado con tres balazos nada menos que el corazón de un Beatle. Mañana se cumplirán 22 años del suceso que, al decir de muchos, “le puso el último clavo al ataúd de los ‘60”, y la figura de Chapman sigue despertando odios que no aflojan con el tiempo. De eso, entre otras cosas, trata La muerte de un Beatle, el documental que la señal Infinito presenta hoy a las 23, y que traza un minucioso paralelo entre la figura famosa de John Lennon y el cazador oculto que ganó igual fama a fuerza de pólvora y sangre.
Producido por Alison Holloway y Burt Kearns, el programa de dos horas apela a una multitud de testimonios, que van dibujando el mapa cuyas coordenadas se cruzaron definitivamente en el Dakota Building de Nueva York, el 8 de diciembre de 1980. Y lo que en principio parece un racconto ya conocido –los comienzos de The Beatles, los episodios Lennon en el estilo de Somos más famosos que Jesucristo o los bed-ins junto a Yoko Ono, los notorios desequilibrios de Chapman, etcétera– va ganando espesor con el análisis pormenorizado de los hechos. En eso, La muerte... oficia de ajustado retrato de un asesino, al presentar el audio de las entrevistas que el periodista Jack Jones hizo a Chapman para su libro Let me take you down. Así, la voz que surge de las entrañas de la prisión de Attica –paradójicamente, una cárcel que fue objeto de una actuación a beneficio de Lennon en el Apollo Theatre– no duda en dar detalles sobre “el ejército de gente pequeña” que se le aparecía a menudo. “Se quedaron pasmados cuando les dije que iba a matar a John Lennon, pero acudí a Satanás y le pedí que me diera la oportunidad”, explica. ¿Explica?
En esa maraña esquizofrénica, el documental no puede evitar la influencia de El cazador oculto, de J. D. Salinger, la “inspiración” de Chapman para matar al Beatle. “Sabía que el día que lo matara finalmente me convertiría en Holden Caufield”, dice Chapman aludiendo al acosador de prostitutas de The catcher in the rye. “Me convertí en Caufield con su espada, iba a destruir a alguien importante. Yo, un hombre insignificante que no tenía nada, ni siquiera autoestima, frente a un gigante”, relata el presidiario en los tapes de Jones. “Llevaba en las venas los párrafos y frases de ese libro. Mi alma respiraba a través de las páginas de El cazador oculto.” Cortando ese audio y las imágenes de Attica, el documental rastrea el pasado para encontrarse con dos ex compañeros de la Columbia High School: mientras Tony Radford recuerda a Chapman como alguien “con mucha determinación, alguien que un día haría algo importante, pero lo canalizó de manera equivocada”, Joe Mooney dibuja el retrato del fan, de las épocas en que Chapman militaba en el hippismo, tomaba LSD e imaginaba a sus muñequitos vivientes tocando como los Beatles.
El desfile de testimonios es incesante, y cierra el rompecabezas: además de Jones, allí está Andy Peebles, el periodista de la BBC que hizo la última entrevista con Lennon y habla de su “orgasmo verbal” en esa nota; Mark Snyder, el taxista que llevó a Chapman hasta el Dakota; los policías que trasladaron a John al hospital y el médico que lo declaró oficialmente muerto, el Beatle despedido Pete Best, el fotógrafo Bob Gruen y el promotor Harvey Goldsmith, quien dice sin vueltas que, de haber sido Chapman condenado a muerte, no hubiera dudado en postularse para accionar el interruptor indicado. Todos, en el final, dan las múltiples razones por las cuales debe negarse toda posibilidad de libertad condicional, que fue nuevamente denegada a mediados de este año, a pesar del discurso meditadamente racional de Chapman. “Si le dan la libertad, ¿eso no haría que la gente creyera que puede ganar fama con un arma?”, se pregunta uno.Pero, al cabo, la declaración de La muerte de un Beatle que deja la huella más profunda pertenece al mismísimo John Lennon: “¿Cuánto podemos hacer vivos o muertos? Yo no quiero ser el santo de los muertos”.

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