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Espectáculos|Domingo, 15 de diciembre de 2002
CHARLY GARCIA COMENZO SU SERIE EN EL GRAN REX

Larga vida al emperador

En el cierre de un año artístico muy elogiado, el viernes por la noche Charly García volvió a tocar en Buenos Aires al frente de su banda chileno-argentina, con Fito Páez como invitado estrella. El show fue contundente, repleto de grandes canciones y con mucha carga de fina ironía.

Por Esteban Pintos
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El pase maestro de Charly esta vez fue... pedir un peso a cada argentino, para poder recaudar un millón de dólares.
El texto acompañaba la lista de canciones a interpretar, que habitualmente recibe la prensa antes de cualquier show. Se titula “Adiós Charly García” –tal como se promocionó la serie de cuatro recitales que comenzó el viernes, siguió anoche y continuará este martes y jueves– y dice, en tono decididamente sarcástico: “Hola amigos. Hola país. Imposibilitado de pagar deudas al Estado y a particulares, acosado por la necesidad de trabajar en show de fin de semana y harto ya de estar harto, apelo a su amabilidad y comprensión para reunir U$S 1.000.000, que solucionarían estos problemas y así podría quedarme en mi casa (Buenos Aires, Argentina) en vez de tener que irme a trabajar en el extranjero. Con $ 1 per cápita está todo bien. Si no tiene un mango (motivo real en muchos casos) no se preocupe, hay gente que puede poner por usted. Gracias por ayudarme a vivir tranquilo. Me lo merezco. Charly”. Como suele decir el firmante, say no more.
O sí. El show del viernes por la noche con que Charly García inició la despedida de un año 2002 muy productivo y elogiado, tuvo algunas características que lo emparentan con el sentido irónico –pero a la vez demandante– de su pedido de diezmo. Empezando por el “me lo merezco”. Sobre la mitad de una extensa primera parte, que incluyó, una tras otra, canciones que no se pueden dejar de cantar, algunas de las cuales ya están en el Olimpo de la historia del rock argentino (“El amor espera”, “Demoliendo hoteles”, “Promesas sobre el bidet”, “Rezo por vos”, “Funky”, “Yendo de la cama al living”, “Pecado mortal”, una versión speed de “Parte de la religión”, “Popotitos” y así siguió), apareció en escena Fito Páez en su nueva versión joven soltero –rockero-jeans rotos, saco de cuero negro, guitarra eléctrica– y con él sonaron potentísimas versiones de “Canción de Alicia en el país” (tremenda) y “Ciudad de pobres corazones”. Sobre los acordes finales, estirando el final pesado del segmento, Fito dijo: “Si no fuera por él, este país sería mucho más aburrido”. Y se fue, con una larga ovación a cuestas. Un rato antes de eso, mientras tocaba el piano en el inconfundible puente instrumental de “Yendo...”, Charly soltó un “¡qué fácil que es!”. El sabe que no es fácil, pero lo hace notar justamente porque sabe que el resto de los mortales argentinos no lo podría hacer así. Tanto como cuando dialogó con la gente que sigue insistiendo en su candidatura presidencial, para corregir “Presidente no, ¡dictador!”. Ya sobre el final del show, cuando terminaba otra potentísima versión de “Los dinosaurios” (ya estrenada en los shows del Luna Park de este año), el artista se envalentonó con un nuevo slogan, otro, de su propiedad: “¡Mi capricho es ley! ¡Soy el emperador de acá!”.
Si no es el emperador, pega en el palo. Charly García tiene canciones y una vida pública de más de treinta años regada de talento, carisma, escándalos y la autoría de algunas frases que resuenan y resuenan en las cabezas de quienes lo van a ver o simplemente lo escuchan, o más aún: saben de su existencia, que en Argentina equivale a decir... el 90 % de la población, por poner una cifra. Ejemplos: “Todo se construye y se destruye tan rápidamente, que no puedo dejar de sonreír”, incluida en “Parte de la religión”, una canción de los años ochenta que perfectamente se adapta a la caótica realidad argentina 2002. O “quién sabe Alicia este país, no estuvo hecho porque sí”, una línea de la “Canción de Alicia en el país”, escrita en 1980 pero eterna en el tiempo y la distancia. Aunque algunas cosas parecen haber cambiado. “Los inocentes son los culpables, dice la policía”, corrigió esta vez. ¿Está claro?
Sorprendió la disposición escénica, con el centro del escenario vacío y los músicos sentados, en círculo. De esa posición no se movieron, excepto la guitarrista María Gabriela Epumer a la hora de algunos solos, cuando el teatro parecía a punto de estallar. Como había sucedido en el Luna Park, el trío chileno, que parece haber confirmado como banda para este momento, cumplió dignamente con su papel. Está claro que el ajuste y la contundencia de estos últimos shows se deben a su presencia, pero también que no parecen tener resto para más que eso. Estas grandes canciones merecerían un poco más, tal como sucedía (ah, la nostalgia de tiempos mejores) en los ochenta con aquellas formaciones que acompañaron al maestro en discos claves de su carrera como Yendo de la cama al living, Clics modernos, Piano bar, Parte de la religión y Filosofía barata y zapatos de goma. Esto es lo que hay, y no es poco, pero...
Tómese esta serie de shows, entonces, como la celebración de sí mismo que hace alguien que se merece largamente eso y mucho más. Por eso, la seguidilla de disparos directos al corazón en forma de hits (un final a toda máquina con “Rap de las hormigas”, “El fantasma de Canterville”, “No voy en tren”, “Vicio”, “I’m not in love”, “Cerca de la revolución, “Los dinosaurios” e “Influencia”), por eso las canchereadas, por eso el mangazo. De despedida, ni hablar. Porque: ¿alguien puede imaginarse Argentina sin Charly García?

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