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Espectáculos|Domingo, 22 de diciembre de 2002
MEL DANIELS, “EL NEGRO” DE “TODO X 2 $”

Un basquetbolista en la corte de los bizarros

Llegó a la Argentina dentro de un curioso fenómeno de importación de deportistas, en los tiempos de plata dulce de Martínez de Hoz. Cuando dejó de brillar en el básquet, construyó una buena carrera de modelo y extra.

Por Mariano Blejman
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Mel Daniels ganó todo con Gimnasia y Esgrima, y después jugó en los equipos de Vélez y Boca.
El negro Mel Daniels espera en una esquina donde está su casa gris, frente a una pizzería frente al club Comunicaciones. Su presencia llama otra vez la atención al vecindario, que ya lo tiene junado desde hace rato. El prohombre aprieta la mano con fuerza y ofrece: “Vamos a comer una pizza con jamón”. Decir que Mel Daniels esconde en su pasado una historia oscura sería, al menos, engañoso: por su anatomía de 2,02 metros de alto, parece imposible esconder a Mel en ninguna parte. Y lo de la oscuridad, se sabe, en Mel no es más que una mera cuestión de piel. El basquetbolista llegó a la Argentina en 1980 tentado por el manager Amadeo Cejas, de Gimnasia y Esgrima, cuando el país vivía la burbuja financiera de la dictadura. Tenía 20 años y una carrera deportiva fulgurante sobre su inmensa espalda. Casi dos décadas después, Mel Daniels volvió a aparecer en público, como parte de la corte de extras bizarros en el ya extinto “Todo X $ 2”, que conducían Fabio Alberti y Diego Capusotto. Hizo de “Mel” en Boluda Way, se “tatuó” para la tele la frase Todo caca en el antebrazo o actuó de un ridículo punk con pelo largo para los sketchs del programa. “Me gusta mucho actuar”, dice Mel, que ya cumplió 45 años aunque su estampa lo vuelva un eterno pibe. En los últimos tiempos, Mel participó también de “Siempre Listos”, “Peor es nada”, “Poné a Francella”, “Dadyvertidos”, puso su cuerpo para numerosas publicidades (principalmente para Budweiser) y trabajó de extra en Funes, un gran amor, entre otros films. El mundo de la tele no le dio respiro, pero Mel estaba entrenado.
Nació cerca de Tampa, al sur de Florida, sede de Busch Garden’s, una empresa de diversiones de Budweiser. En 1977 había sido el primer volcador de los Estados Unidos en las ligas universitarias y con menos de 20 años tenía todo el futuro por delante. “Vine para acá porque era muchísima plata. Iba a ganar de un día para el otro como un millón de dólares”, recuerda Mel, que se recibió de psicólogo en la Universidad y jugó varios partidos en la NBA, antes de partir. Su color y su espectacular perfomance para volcar los balones lo convirtieron en una verdadera celebridad en Gimnasia. Su fama se extendió en el país cuando jugó en Vélez y más tarde en Boca Juniors. En la época de Vélez conoció a una argentina, de quien se enamoró. Y se quedó. “En aquella época aprendimos mucho con los jugadores argentinos y ellos aprendieron con nosotros. Hoy el equipo de básquet de Argentina es uno de los mejores del mundo. Lo demostró en el último Mundial. Aquí la gente no apoya a sus deportistas. Es muy triste”, dice.
Sus sobrinas lo llaman el tío pintado. “En un país con tan pocos negros, la gente siente curiosidad por mí. Los jóvenes se acercan a tocarme, los niños me preguntan si me bañé. Pero a la vez siempre me sentí muy protegido y querido por el barrio”, dice Mel. Y es cierto: el vecindario lo tiene presente como uno de esos adornos que no se tocan por más que pasen las fiestas. Después de 23 años de vivir en el país, Mel se siente instalado en un techo a dos aguas. “Aquí no soy argentino, pero cuando voy a Estados Unidos tampoco me siento estadounidense. Me gusta cómo la gente putea acá, cómo se pelean, cómo indican cuando necesito llegar a un lugar. Me gustan los bocinazos. En Tampa, mi pueblo, todo era silencio”.
Desde el ‘80 al ‘84, de la mano de Mel, Gimnasia ganó casi todo lo que podía ganar en el mundo del básquet. En aquel equipo estaba también Clarence Mecafe y Michael Jackson, nombre que nada –ya ni el color– tiene que ver con el músico. En ese equipo también jugaba Roberto Draghi, novio de Susana Giménez. “Susana iba a ver los partidos. En aquella época yo vivía como un rey, mejor que Menem”, dice Mel, quien perdió a un amigo del básquet en la guerra de Malvinas. Curiosamente, o no, durante el gobierno militar ser basquetbolista, negro y estadounidense se había convertido en un bien de consumo apreciado. “Con mis amigos negros salíamos a caminar y teníamos miedo de tantos militares. Eramos raros, todos nos miraban pero nunca nos hicieron nada”, recuerda Mel, que por entonces ni sabía en qué país estaba haciendo dribling. En 1986 Mel caminaba por los alrededores de Vélez Sarsfield junto a Navarro Montoya, cuando se cruzó en una feria de ropa con su futura mujer. La primera cita fue a la medianoche, a la salida de la feria. Y para la ocasión Mel gastó cien dólares en flores, se puso sus anillos, sus colgantes de oro y fue a buscarla. “El oro representa al poder”, dice Mel. Ella lo vio, entonces, parado frente a la puerta, y se avergonzó tanto que salió a escondidas. “Nadie me había dejado plantado así nunca”, confiesa Mel a Página/12. Mucho tiempo después Mel pudo conquistarla.
De los trescientos basquetbolistas afroamericanos que llegaron desde la apertura económica de Martínez de Hoz, sólo unos veinte quedan en el país. Ahora, terminado “Todo X 2 $”, Mel volverá a las promociones, a dar clases en su escuela de básquet y a sus relaciones públicas en nombre de la radio “Impacto” de Baradero donde llegó a trabajar, ni más ni menos que por los contactos del ex presidente del club San Andrés, actual interventor del Comfer: Carlos Caterbetti. “El es muy amigo de Duhalde”, confiesa Mel. Y mientras busca la forma de sacar sus “dolores”, dice, atrapados en el corralón financiero, el jugador-actor dice, encima, que quiere crecer más: “Pero no en altura”, dice con su carcajada de dientes blancos.

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