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Espectáculos|Domingo, 12 de enero de 2003
ENTREVISTA A EMILIO FERNANDEZ CICCO, AUTOR DE “RODRIGO SUPERSTAR”

“Era más rockero que bailantero”

El autor explica cómo abordó el fascinante mundo del músico, después de su muerte, para llegar a un libro minucioso y revelador.

Por Verónica Abdala
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Rodrigo fue, seguramente, el máximo ídolo popular parido por la música durante la última década.
Emilio Fernández Cicco no demora la confesión: plantea desde el vamos que, antes de escribir esta biografía, Rodrigo no le gustaba. “Todo lo que sea desborde mediático me espanta, y Rodrigo era el río más grande que había visto”, escribió en el inicio de la biografía Rodrigo Superstar. Dieciocho meses de investigación y un total de cien entrevistas le sirvieron para alejarse de ese parámetro más básico que empuja a la adhesión o al rechazo, para intentar conocer en profundidad al cantante cuartetero, reconstruir con lujo de detalles sus movimientos de los últimos años y develar quiénes eran en realidad esos personajes casi surrealistas –su madre, Beatriz Olave, sus mujeres, novias y amantes, su manager, José Luis Gozalo– que lo rodearon en vida y que, en algunos casos, siguieron dándole vueltas como moscas e intentando sacar provecho de la situación tras su muerte.
La mirada del autor, diametralmente opuesta a la que posaron sobre ellos los programas de televisión y las revistas de chimentos, opera para el lector como una relativa garantía de objetividad respecto de lo que se propuso contar. “Me interesaba la historia del pibe, que es literalmente impresionante, y desde ese punto de vista, como periodista, estoy obligado a superar los prejuicios. Simplemente me dediqué a investigar y a escribir lo que vi”, explica él. De todos modos, cuenta, no le resulta fácil aceptar que los demás puedan arrastrar sus propios prejuicios: “Los fans creen que es un libro en contra o a favor. Los lectores más progres consideran que el tema es frívolo u oportunista. Algunos medios importantes me descalifican, sólo porque escribí sobre Rodrigo. En el medio estoy yo, intentando convencer a los demás de que éste intenta ser un trabajo periodístico serio, y es dificilísimo”.
Rodrigo Superstar es, en rigor, una valiosa crónica sobre el que acaso haya sido el máximo ídolo popular argentino de la última década, escrito al calor de las lecturas de James Ellroy y su vertiginosa Ola de crímenes. La trama de estas historia por momentos también parece sacada de un policial. Bajo la que se revela como una reconstrucción minuciosa de la rutina del cantante, y en definitiva de su forma de pensar, late la certeza de que había algo de cierto en eso de que era un chico talentoso. “A veces, como en el cuento de Aladino, aun de una lámpara opaca y ruidosa, barata y quebradiza, puede saltar un genio”, define el periodista en uno de los pasajes del libro. Fernández Cicco tiene actualmente 26 años, se recibió con el mejor promedio de su camada en la carrera de Periodismo de la Universidad de Belgrano y El secreto de Cortázar fue su primer libro periodístico.
–¿Cómo recuerda su primer acercamiento a esta historia?
–La primera vez que oí hablar de Rodrigo fue un viernes a la madrugada, en el otoño de 2000. Mi hija se había largado a llorar porque enfrente de casa tocaba un tipo llamado así, y el volumen de la música no la dejaba dormir. Yo no lo conocía, pero esa noche lo maldije. Un año después de que Rodrigo murió, muchos lo consideraban un santo, otros se habían vuelto millonarios a costa suya y yo empezaba a zambullirme en su vida.
–¿Qué fue lo que más le atrajo del personaje, al margen de lo musical?
–La de Rodrigo es la mayor historia de vértigo que puede hallarse a lo largo de estos últimos años en la Argentina. No hay muchos otros artistas para los que fuera normal hacer once shows en una noche, ni que fueran capaces de preparar un unplugged en un camarín, ni que grabaran un tema justo antes de dar un show. Rodrigo era en sí un torbellino, y a mí me sedujo esa velocidad. Me parece además que es un personaje más rockero que bailantero, que condensa de algún modo el espíritu rebelde, pensante y sufrido del rock. Un tipo capaz de conmover a miles de personas, de decir cosas inteligentes en televisión, para darse vuelta un segundo después y apagar un cigarrillo prendido sobre su lengua. Hacía cosas así.
–¿Qué tiene en común su historia con la de otros ídolos populares argentinos, como Maradona, Carlos Monzón o Charly?
–A todos ellos se los devoró el éxito. Todos entraron en una dimensión de la que luego no supieron cómo salir. Fueron a su vez tipos absolutamente desprotegidos, tanto por sus entornos como por quienes los idolatraron; de afuera da la sensación de que la misma sociedad que los elevó los maltrató y los descuidó. Si en otros países se mantiene a las estrellas en habitaciones VIP, acá los ídolos parecen estar librados a una cosa mucho más salvaje, a la explotación más dañina. Se les pide además que hagan de todo y hablen de todo, que sean multifacéticos, que hagan todo y todo bien. Y al final de ese camino suele esperarlos una muerte triste o violenta. La vida y la muerte de nuestros ídolos son parecidas, y en más de un sentido nos representan.

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