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Espectáculos|Viernes, 31 de enero de 2003

“Un juego con grandes libertades y respeto”

El Chango Spasiuk en acordeón y Darío Eskenazy en piano tocan hoy a la noche en dúo. Se trata, para ellos, de apostar a un encuentro en el que no se pierda la autenticidad del chamamé.

Por Diego Fischerman
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El Chango Spasiuk en acordeón y Darío Eskenazy en piano.
“El no tiene la soberbia del músico de jazz, que piensa que le sobran dedos para tocar cualquier cosa”, dispara el Chango Spasiuk. “El me dijo claramente que no quería que se desvirtuara la esencia del chamamé”, cuenta Darío Eskenazy, pianista de jazz y, desde hace años, integrante –y pieza fundamental– del grupo del saxofonista y clarinetista Paquito D’Rivera. Tocaron juntos, casi por casualidad, en Uruguay, adonde habían coincidido por cuestiones de trabajo. Y decidieron repetir el encuentro en Buenos Aires y, de paso, dejar algún material grabado. Hoy a las 21 y a las 23.30, en La Revuelta (Alvarez Thomas 1368), el dúo mostrará el inicio de lo que el acordeonista se inclina por definir “más como un encuentro que como un proyecto”.
Spasiuk condena (y lo explicita cada vez que puede) a los que se sienten modernos por agregarle un par de disonancias a algo antiguo o, simplemente, por poner solos de jazz en el medio de un género que, en principio, no tiene nada que ver. Le molestan, sobre todo, las operaciones superficiales, más destinadas a mostrar un determinado look estético que a bucear realmente en las posibilidades de desarrollo de los lenguajes. En este caso, dice, encontró “un músico que no tiene ese aire de superioridad, alguien interesado en conocer este universo. Alguien, incluso, con la humildad y las ganas de conocer cosas nuevas necesarias como para pedirme que yo me sentara en el piano y le mostrara cómo lo haría yo. Después él agarraba esas ideas y las desarrollaba”. Eskenazy, por su parte, asegura: “Acepté de buen grado el hecho de hacer algo bastante tradicional. Para mí es un desafío. Tal vez es más difícil tocar con menos acordes y ciñéndose a determinadas pautas de un estilo muy preciso que lo que hago habitualmente. En realidad, siempre es más difícil salirse de la costumbre. Para mí, la sencillez es un desafío. Hay partes de los temas, de todas maneras, más abiertas, donde se puede improvisar mucho”.
Entre las razones que hicieron que esta aventura musical tuviera lugar, el pianista señala el hecho de que fuera un dúo. “Es una formación que me interesa muchísimo y que, también, me obliga a pensar de otra manera al tocar. Yo estoy acostumbrado a hacer música con bandas más grandes, con vientos y batería. Entonces, hacer música en dúo me estimula. El otro motivo que despertó mi interés fue, sencillamente, el hecho de tocar con un músico bueno que no conocía. Y además esto tiene que ver con este momento particular y es que me interesa acercarme más a la música y a los músicos de aquí.” Radicado en Nueva York desde hace años, Eskenazy cuenta: “En mis proyectos individuales quiero abordar un repertorio que tenga más que ver con mi historia y mi país. No se trata tanto de una cuestión de estilo sino de encontrar mis propios standards. Los músicos de jazz estadounidenses tienen su conjunto de canciones sobre las cuales trabajan, pero las mías no tienen por qué ser las mismas. Después, toco con el estilo que me resulta cómodo y propio, que es el del jazz. No me interesa mezclar el jazz con el tango ni nada de eso, pero sí trabajar sobre materiales que tengan que ver con mi pasado”.
Para Spasiuk, la idea del dúo fue, también, “atractiva en sí misma”. Pero hubo, además, un interés particular por tocar “con piano, un instrumento que admiro y que no tiene una gran tradición dentro del chamamé. De hecho, las veces que se ha tocado chamamé con piano termina pareciendo más una música paraguaya que un chamamé. No es que tenga nada contra la música paraguaya, pero se trata de dos energías diferentes”, asegura. En este dúo, según sus palabras, “lo importante es escucharnos para no perder las cosas que para mí son fundamentales en esta música: la atracción sanguínea que ejerce y una especie de desgarrada alegría. El chamamé tiene una impronta agresiva, casi salvaje, y hay que tenerla en cuenta. Esa energía tiene que estar, es una música que por momentos hastapuede sonar algo desprolija y no importa. Como tampoco importa la cantidad de acordes que se pongan. Con Darío sentimos al unísono cuando las cosas funcionan, cuando esa energía se produce. Es un juego en el que hay muchísima libertad y, también, muchísimo respeto por este universo. No es importante si hay más o menos disonancias o cómo cada cual encara una improvisación. Hay una cuestión de actitud que tiene que ver con desde qué lugar uno se acerca a esta música. Todo suena muy relajado y así debe ser. Mi aproximación a estas cosas es muy instintiva. Tanto a Darío como a mí nos cuesta poner en palabras qué tiene que pasar para que nos sintamos bien con la música. Pero los dos lo sabemos y cuando ese algo indefinible no está, uno, sencillamente, pierde el entusiasmo”.

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