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Espectáculos|Lunes, 10 de febrero de 2003
DOLOR POR LA MUERTE DE AUGUSTO MONTERROSO

“El mejor tributo es leerlo”

García Márquez, Poniatowska y Monsiváis, entre otros, despidieron al notable escritor guatemalteco, que murió a los 81 años.

Por Silvina Friera
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Monterroso se mantuvo al margen del “boom” latinoamericano.
Su escritura estaba marcada por una original desnudez estilística.
Las cenizas del escritor guatemalteco Augusto Monterroso descansan en su casa de Chimalistac (México). Tito, como lo llamaban sus amigos, deja con su muerte (que se produjo el viernes por la noche, a los 81 años) un legado que rebasa las fronteras de lo meramente literario. “Augusto fue y sigue siendo un ser excepcional, un amigo de extraordinaria finura, una persona enteradísima de todo lo que sucedía y un hombre con una lealtad inquebrantable a la causa guatemalteca –dijo el escritor Carlos Monsiváis–. Abandonó Guatemala por el golpe de Estado de Castillo Armas y nunca se reconcilió con los sucesivos regímenes autoritarios y dictatoriales. Siempre fue un crítico implacable de lo que significaba el aplastamiento de los derechos humanos.” Gabriel García Márquez, Elena Poniatowska, Alvaro Mutis fueron sólo algunos de los escritores e intelectuales que despidieron al autor de Obras completas (y otros cuentos), Viaje al centro de la fábula, La palabra mágica, Lo demás es silencio, Movimiento perpetuo, Los buscadores de oro y La letra e: fragmentos de un diario, entre otros.
El Premio Nobel colombiano, García Márquez, se mostró muy conmovido por la muerte de Monterroso. “Era un gran hombre y un gran amigo, cualquier otra cosa que diga es poco”, señaló el autor de Cien años de soledad. Sus colegas manifestaron conceptos similares, pero ahondaron en las virtudes literarias del guatemalteco: “Tito deja una obra original, intensa y a su modo perfecta. Sus libros son una sonrisa de complicidad con la inteligencia, con el espíritu sardónico y con los distintos matices de la ironía”, señaló Monsiváis, quien definió a La oveja negra como “el mejor libro de fábulas escrito en América latina”. El escritor mexicano calificó a Monterroso como el “biógrafo de la sociedad latinoamericana”. Alvaro Mutis destacó un aspecto fundamental en la obra del guatemalteco: “La brevedad que lo caracteriza es la condición magnífica de un escritor que dice lo que quiere y sabe qué decir”. Respecto de la producción literaria de Monterroso, Mutis reveló: “No me parece ni escueta ni pequeña ni corta, es una joya. Cada uno de sus cuentos es una obra maestra terminada, rotunda, perfecta”.
El escritor guatemalteco cultivaba una escritura personalísima, antibarroca y de una original desnudez estilística. Admirado por Italo Calvino, Carlos Fuentes, Alfredo Bryce Echenique, José Donoso, entre otros, Monterroso escribió un cuento insuperable en su brevedad (sólo siete palabras) y perfección: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Este cuento, titulado “El dinosaurio”, le valió el extraño privilegio de ser considerado el autor del relato “más corto del mundo”. Sin duda, el mejor homenaje que le hicieron a Monterroso fue el pequeño dinosaurio de peluche que sus amigos colocaron el sábado sobre el ataúd, en alusión al cuento que lo hizo tan famoso, y que originó varias investigaciones y tesis universitarias. “Tito era posiblemente el hombre de mayor ingenio que he conocido. Era un guatematelco completamente mexicano. Soy su amiga desde hace 40 o 50 años. Era un hombre muy querido, con una especial ecuanimidad, todo lo resolvía con base en la ironía y el humor. Su muerte es una gran pérdida no sólo para la literatura sino también para la gente que lo quería, para sus amigos y su familia”, subrayó la escritora y periodista Elena Poniatowska. “El mejor homenaje para él es leerlo, enseñarlo, conocerlo, creo que la única manera de honrar a un escritor es leerlo y divulgar su obra”, añadió la escritora.
Guatemalteco por adopción, hondureño de nacimiento, exiliado en México desde 1944, Monterroso definía su oficio con la sencillez implacable de su razonamiento: “Todos los escritores son ladrones, unos más finos que otros”. Premio Juan Rulfo (1996) y Príncipe de Asturias (2000), Monterroso dijo en una de las últimas entrevistas, concedida para el diario mexicano La Jornada: “Me siento como cuando empecé. Es decir, nunca he llegado a saber cómo se escribe un cuento, por ejemplo, ni un ensayo. Incluso letengo prevención a ese conocimiento. No quiero saber. Tengo el prejuicio o la superstición de que si llego a saber cómo se hacen los cuentos, pasaría de ser un artista a un artesano, y entonces podría hacer uno cada ocho días. Pero como no sé cómo se hacen, sigo a merced de lo que vaya cosechando en cada ocasión”. El andamiaje de su narrativa está compuesto esencialmente por piezas breves, separadas por silencios prolongados (Obras completas... es de 1959; el segundo, La oveja negra, de 1969). En su primer libro, además del cuento “más corto del mundo”, resulta inolvidable “Mr. Taylor”, sátira basada en la reducción de cabezas humanas que realizan algunos pueblos de América del Sur. La intensidad satírica de su escritura, complementada por un humor cáustico, alcanzaba su clímax cuando ponía en tela de juicio los usos cotidianos, los discursos políticos y las convenciones literarias.
Autor que siempre se mantuvo al margen del “boom” latinoamericano, escritor extraordinario e inclasificable, durante muchos años fue un perfecto desconocido en Argentina. La editorial Alfaguara anunció el sábado que en los próximos meses aparecerán Monterroso y su mundo, que reúne una serie de anécdotas que el narrador contó a su esposa, la escritora Bárbara Jacobs, y la reedición de Lo demás es silencio (1978). Según García Márquez, con Monterroso “hay que leer manos arriba porque su peligrosidad se funda en la sabiduría solapada y en la belleza mortífera de la falta de seriedad”. Tal vez, como escribió el crítico Noé Jitrik, lo que deja Monterroso es un modo de hacer literatura “con el aire distraido de estar haciendo chistes”.

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