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Espectáculos|Jueves, 20 de marzo de 2003
EL REALIZADOR JUAN JOSE CAMPANELLA EXPLICA POR QUE ALTERNA CINE Y TELEVISION, AQUI Y EN LOS ESTADOS UNIDOS

“Un director argentino no puede vivir del cine nacional”

El hacedor del hipertaquillero film “El hijo de la novia” vive desde hace tiempo buena parte del año en Estados Unidos. El domingo, un canal de cable estrena una serie para la que trabajó, rodando sólo un episodio, como parte de su labor profesional en la gran industria del Norte.

Por Emanuel Respighi
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Campanella está ansioso por el rodaje de su próximo film que se llamará “La Luna de Avellaneda”.
Para Juan José Campanella trabajar en el cine exclusivamente, en un país con las fluctuaciones argentinas, no es nada sencillo. Es más bien, dice, un test vocacional permanente. “Todo el mundo que se dedica al cine lo hace con fe y pasión, por pura vocación. Quien piense hacer cine para hacer guita está equivocado. Un director argentino no puede vivir del cine nacional. Tiene que buscar necesariamente otros ingresos”, señala el director de El hijo de la novia, la película que el año pasado estuvo nominada al Oscar como mejor film extranjero y fue vista por millones de personas en el mundo. De ahí que su labor en el cine esté permanentemente matizado por algunas incursiones en la TV estadounidense, donde dirigió varios capítulos de algunas series. Uno de ellos corresponde a “Dragnet”, una serie policial que el próximo domingo estrena USA Network, a partir de las 18. Campanella dirigió el episodio “The brass ring”, que aquí se podrá ver el próximo 27 de abril a las 18.
La relación de Campanella con la televisión estadounidense no es nueva. Desde hace varios años, el argentino viene participando como director invitado en programas como “ED”, “Unidad de víctimas criminales” y “Criminal intent”. Sin embargo, Campanella confiesa que es en el cine donde se siente más cómodo. “Hacer televisión es como jugar al ajedrez con reloj. Es pensar sobre la marcha. Ganan los que son más rápidos, además de talentosos. Pero si uno es muy bueno y lento, se le complica. Prefiero los tiempos del cine”, subraya en la entrevista con Página/12. Por estos días, el director se encuentra terminando de darle forma al guión definitivo de La luna de Avellaneda, su próxima película. Desarrollada en un club de barrio en decadencia, el film comenzará a rodarse en agosto y será protagonizado por Ricardo Darín, Eduardo Blanco y Mercedes Morán.
–¿Considera la televisión como un género menor?
–Un director de cine no está entrenado para hacer otra cosa que no sea filmar. Yo hago televisión para vivir de lo que me gusta. Todos los directores argentinos viven de otros rebusques. Acá, Fabián Bielinsky vive de la publicidad, Adrián Caetano de la TV. Como nunca haría publicidad, elegí hacer televisión en EE.UU. Creo que la televisión no es un género menor, sólo es distinto. El grado de influencia en la sociedad de la televisión es mucho más alto que en el cine. Lo que tiene el cine es un mayor tiempo y que se hace en una tela más grande. Es el mismo dilema de si es mejor la novela o el cuento. Borges no escribía más que cuentos y no es un escritor menor.
–¿Por qué afirma que nunca haría publicidad?
–Sacando algunas excepciones, las publicidades son puro estilo y no cuentan ninguna historia. Mi estilo es todo lo contrario a eso. Yo necesito saber qué es lo que está pasando en la escena para saber dónde pongo la cámara. Si bien hay escenas de publicidad de muy buena belleza visual, a mí nunca se me ocurriría una escena así porque no cuenta nada. Me han ofrecido hacer publicidades, pero siempre las deseché porque me parece que no es lo mío y no me gusta el objetivo final de la publicidad. Hasta creo que hacer publicidad es laburar un poco al pedo, porque la gente no les presta atención o hace zapping. Es un placer masturbatorio.
–¿De qué se trata La luna de Avellaneda?
–La película se desarrolla en un club de barrio, de esos a los que toda la familia iba a bailar, charlar o hacer deportes y que ahora están en peligro de extinción y perdieron su función social. La luna... se centrará en un grupo de héroes cabezas duras que mantienen al club y quieren hacer que el club vuelva a hacer parte de la vida del barrio. Es un poco el espejo de lo que nos está pasando como país. En ese mundo en decadencia, metaforizado en el club de barrio, es donde transcurre la película. Por un lado se contará la vida personal de los personajes y por otra la historia institucional del club. Es una película coral que contarán variashistorias personales a la vez. Hay una historia común que atañe al club e historias personales que se desarrollan y se irán vinculando.
–Sus películas se caracterizan porque la historia principal suele estar enmarcada por un fresco muy amplio. ¿Por qué utiliza tan marcadamente este recurso?
–Me interesa mostrar el transfondo en el que suceden las historias. Tal vez porque viví mucho tiempo afuera y sigo amando este país. Soy un argentino probado. Me gusta vivir en la cultura argentina. Pese a que soy consciente de que en la actualidad los argentinos no podemos ser felices, también sé que si puedo llegar a ser feliz solamente lo voy a lograr estando acá. Por más bien que me vaya, sé que en otro lado no voy a ser feliz. Aunque se lo menosprecie, que un mozo te salude a las dos veces que fuiste a tomar café es una situación que sólo sucede acá. Claro que con eso sólo uno no puede ser feliz. Pero luego de haber pasado diez años yendo al mismo lugar y que el mozo no me conozca, esas pequeñas cosas se convierten en muy importantes. Por eso para mí describir el mundo en el que uno vive es relevante. Y además lo hago por una tradición de cine clásico estadounidense e italiano.
–Al igual que en El mismo amor, la misma lluvia y El hijo de la novia, Darín y Blanco volverán a trabajar en el elenco. ¿Qué lo seduce de ellos como actores? ¿Ya son sus actores fetiche?
–El fetiche implica que están por cábala y no es así. En El mismo amor... me encontraba con muchas resistencias para castearlos a ellos, ya que Eduardo nunca había hecho nada y Darín no tenía la reputación que tiene ahora. Pero los elegí y funcionaron. Hasta el mismo Darín, cuando recibió el guión, no podía creer que había pensado en él. Los convoco nuevamente porque tienen una química en pantalla de una fuerza innegable. Funcionan como Walter Matthau y Jack Lemmon. Además de que ambos captan el humor de mis films, Darín y Blanco se complementan me sirven. Y como los personajes de La luna... tienen alrededor de 40 años, pensé en ellos para interpretarlos.
–¿Qué significó la nominación al Oscar del año pasado?
–En cuanto a la fáctico, no significó nada. Pero en lo emocional sí, porque fue una satisfacción muy grande. Por supuesto que cuando filmé el episodio de “Dragnet”, me di cuenta que me escuchaban de otra manera y se me respetaba más. Es un premio que en EE.UU. me dio prestigio, mucho más que si hubiese ganado cualquier festival de cine europeo. Porque para el estadounidense medio, si ganás un premio en algún festival sos el tipo que hace cine “rarito”. El chiste en EE.UU., cuando hay que ocultar un fracaso, es decir que la película tuvo éxito en Europa.
–Pero ¿no sería lógico sentir una mayor presión luego de haber sido reconocido?
–La presión es más alta que las anteriores porque la película es más difícil. Es el contenido de la película la que me presiona. El haber sido nominado al Oscar no juega. La única presión es si podemos hacer la película como el guión se lo merece, que es muy complejo. Porque si uno entra en la trampa de ver qué hizo en El hijo de mi novia para tratar de hacerlo de nuevo, sale un mamarracho.
–El guión final de El mismo amor... tardó más de dos años, el de El hijo de la novia fue reescrito15 veces, y el rodaje de La luna de Avellaneda ha sido suspendido varias veces porque no le terminaban de cerrar los libros. ¿Se justifica tanta un obsesión?
–Un poco sí... Se debe a mi educación, porque tanto mis profesores como los escritores que admiro son o eran fanáticos de la escritura. Aída Bornik reescribe constantemente sus guiones, Borges decía que dejaba de reescribir recién cuando se cansaba, Billy Wilder que necesitaba más de un año para escribir un guión... Admiro la cultura de la reescritura. Antes de filmar, uno debe sentir que el guión está listo. No se puede improvisar. Si hubiésemos empezado a filmar “Luna...” como estaba planeado, nos hubiésemos perdido escenas muy buenas y diálogos ingeniosos. Cuando pospuse el rodaje lo hice porque sabía que al guión le faltaba solidez, tenía escenas sobrantes. Mientras que el primer boceto tenía 133 páginas, el último tiene 116 y pasan el doble de cosas. Para hacer cine de calidad, no hay que descuidar ningún detalle.

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