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Espectáculos|Jueves, 10 de abril de 2003

Una venganza silenciosa y metódica, con la frialdad de un lobo solitario

“El regreso”, ópera prima de Hugo Lescano, plantea un acercamiento diferente al thriller, aunque cae a veces en los clichés del género.

Por Horacio Bernades
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Lito Cruz es aquí un policía bravo y, para colmo, vengativo.
Opera prima de Hugo Lescano –formado en la asistencia de dirección–, El regreso es un film fuera de norma, en tanto para la producción argentina de género la única norma parecería ser el bochorno, el blooper involuntario y la ineptitud. A diferencia de los thrillers “normales” que produce el cine argentino –clases magistrales sobre cómo no se debe filmar–, El regreso es una película hecha con cuidado, tanto en términos técnicos como narrativos y de lenguaje. Las luces están bien puestas, los actores no pifian la letra y casi siempre dan los tonos correctos, los encuadres y el montaje tienen una intención y hasta puede hablarse –al menos durante dos tercios de película– de una narración más o menos bien llevada. Aunque también es cierto que a la larga, convencionalismos, estiramientos y falta de rumbo hacen que El regreso termine pareciéndose demasiado peligrosamente a los thrillers argentinos “normales”.
Ubicada en la frontera más pobre de Misiones, Lito Cruz es aquí Baigorria, un tipo de quien lo único que se sabe al comienzo es que tiene pinta de duro y se conduce con la paciencia, meticulosidad y sangre fría de un lobo solitario. De a poco se irá develando que lo que lo trae al poblado de Ontiveros es una venganza, con la mira puesta en varios de sus ex compañeros de comisaría. Y en su esposa, Norma, que tras traicionarlo con uno de ellos, lo cambió por él (María Socas, una vez más en un papel de sexy que definitivamente no le sienta). Lescano juega sus cartas sin prisa, revelando, primero a través de breves flashes y luego flashbacks, qué fue lo que pasó, un año atrás, entre el comisario Baigorria y sus subordinados Reyes (Juan Palomino), Vargas (José Luis Alfonzo) y Camillotti (Emilio Bardi). Mientras esos raccontos se intercalan, el relato descansa sobre un esquema que parecería una versión invertida de A la hora señalada, con el ex comisario acercándose a Ontiveros y dejando un reguero de sangre en el camino.
Así como están cuidados los aspectos técnicos y Lito Cruz aparece más medido que de costumbre en su eterna pose de guapo de los ‘40, Lescano acierta en su manejo de la violencia, que es parca y seca, como el protagonista. Más allá de que la ambición del realizador parecería no exceder el cumplimiento de lo que las reglas del género dictaminan –y de que la moral de la película es tan maniquea como todo thriller de venganza, presentando al vengador como justiciero–, El regreso parecería quedarse sin cartas, tras exponer su planteo. En tanto la llegada de Baigorria se demora, los tiempos y acciones dramáticas comienzan a estirarse y los clichés se imponen: la esposa traidora, la noche de tormenta como marco de la escena clave, los personajes como meras funciones del relato, la escenita de sexo con música suave. Por más que el realizador haya intentado darle a la historia cierto viso de tragedia, El regreso no es otra cosa que una simple historia de venganza, relativamente bien contada en sus mejores momentos.

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