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Espectáculos|Martes, 29 de abril de 2003
GONZALO CELORIO y “ENSAYO DE CONTRACONQUISTA”

“Toda novela es subversiva”

El autor de los ensayos “El surrealismo y lo real maravilloso”, “Tiempo cautivo. La catedral de México” y “México, ciudad de papel” y las novelas “Amor propio” y “Y retiemble en sus centros la tierra” explica, entre otras cosas, por qué se siente medio cubano.

Por Silvina Friera
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“De los ochenta kilos que peso, cuarenta, por lo menos, son cubanos”, se define el escritor y ensayista.
La fisonomía de Gonzalo Celorio parece desmentir su condición de mexicano. El mismo pensador cuenta que se cree un extranjero a medias en su país natal: es que se siente cubano. Lo dice lindo: dice que se reconoce en los ojos de los cubanos, en sus ademanes, en sus gestos y hasta en el acento. Que le alcanza con tomar un mojito para que las eses se le atraganten y las erres se le licuen en la boca. “De los ochenta kilos que peso, cuarenta por lo menos son cubanos”, escribió en Ensayo de contraconquista, el libro que presentó anoche en la sala Victoria Ocampo de la Feria del Libro, acompañado por los escritores Noé Jitrik y Luisa Valenzuela.
En Ensayos..., el escritor y profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México recopila un puñado de artículos y misceláneas escritos entre 1980 y 2000 en los que reivindica el placer de la lectura y de una crítica recreativa, a veces colindante con la ficción. En más de 300 páginas, analiza la literatura cubana, la herencia barroca del mundo hispanoparlante y la narrativa de alguno de los escritores que admira: Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, entre otros. “Reyes decía que el ensayo era el centauro de los géneros. Es un género mucho menos acotado en términos canónicos, que me gusta precisamente por la amplitud de registros”, cuenta Celorio en una entrevista con Página/12.
Autor de los ensayos El surrealismo y lo real maravilloso (1976), Tiempo cautivo. La catedral de México (1979), La épica sordina (1990) y México, ciudad de papel (1997) y de novelas como Amor propio (1992) y Y retiemble en sus centros la tierra (1999), Celorio nació en 1948 en México, pero su madre y sus hermanos son cubanos. El escritor comenta que por primera vez está escribiendo una novela, Tres lindas cubanas, en primera persona. “La Revolución Cubana, en la que toda mi generación confió como la verdadera promisión y redención latinoamericana y a la que suscribimos con tanta vehemencia, deja mucho que desear en nuestras conciencias. Si alguna vez pensamos que compartíamos con Cuba el futuro, ahora mucho me temo que lo único que nos una sea el pasado. Cada vez que alguien critica a Cuba, salgo en su defensa, pero cuando alguien la defiende, de manera demasiado ortodoxa, salgo a establecer inmediatamente una puntualización crítica. No puedo seguir así, es un conflicto que tengo que resolver en el ámbito de una novela.” La decisión de apelar al yo, agrega Celorio, le recuerda a una consigna proclamada por el escritor colombiano Fernando Vallejo: “Ya no escribo ni leo nada que no sea en primera persona”.
–¿En qué género se siente más cómodo cuando escribe?
–Pues en ninguno, porque la literatura no es cómoda, más bien es muy incómoda. Thomas Mann decía que la única diferencia entre un escritor y alguien que no escribe, es que al escritor le cuesta mucho escribir. El ensayo surge de una especie de devoción por un escritor, por una obra. La novela, me parece, nace por un conflicto, que se presenta siempre como caótico e inexplicable, que no se puede resolver en una plática de sobremesa ni yendo a cinco sesiones de psicoanálisis.
–Entonces, para usted la escritura es una catarsis.
–Si, está relacionada con la absolución. El conflicto, sin embargo, no se resuelve con la escritura de la novela y deja de pertenecerle al escritor porque lo pone en el pecho del lector. No me gusta hablar de lo que ya escribí porque no escribo para recordar sino para olvidar y en buena medida para no hablar sobre ese tema.
–En uno de los ensayos afirma que el Barroco terminó siendo un elemento de liberación ¿Qué movimiento artístico-literario del siglo XX y XXI cumple con esta función?
–Hay una supervivencia de la estética barroca. El signo más representativo del barroco es la parodia, que no es solamente la burla sobre un discurso previo, sino la reelaboración de un nuevo discurso. En esta reelaboración se produce una apropiación del discurso anterior, pero con la distancia de la crítica, del sentido del humor o de la recreación. La literatura hispanoamericana, desde el boom hasta nuestros días, se caracteriza por el ejercicio de una intertextualidad de la parodia. Si las novelas de la primera mitad del siglo XX tenían como referente a la sociedad y la política, a partir del boom tienen como referente a la cultura. Es una literatura que va de regreso y esto es muy saludable porque es un signo de reconquista, de liberación. Por primera vez en la historia, la literatura hispanoamericana posee una visión crítica, de valoración, ponderación y selección con respecto a su propia historia.
–En esta recuperación de la narrativa, ¿hay intención de confrontar con el orden establecido?
–Toda novela es por definición subversiva, porque –lo quiera o no– está poniendo el dedo en la llaga de la sociedad de la que procede. Entre los siglos XVI y XVIII no hubo novelas ni en México ni en el resto de Latinoamérica. Las autoridades políticas que se ocupaban del control ideológico sabían que la novela era un género subversivo. No se prohibió expresamente su escritura, pero no se incentivó y fue considerado como un género poco edificante. Aunque se podía leer algunas novelas europeas, se corría el riesgo de que el Tribunal del Santo Oficio considerara que eran obras no católicas.

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