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Espectáculos|Sábado, 31 de mayo de 2003
“DISPUTAS”, LA PROSTITUCION SEGUN LA TELEVISION

Una de putas, pero sin sexo

Tras el éxito de “Tumberos”, Adrián Caetano se debate entre la mirada ácida sobre un tema alguna vez tabú y las convenciones del medio.

Por Julián Gorodischer
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El programa ofrece una visión muy liviana de un asunto espeso.
Por momentos, hay como un paseo fashion por el mundo de las putas.
Llega, como una moda, la manía de nombrar programas con alusión a la profesión sexual: hay “Disputas”, en Telefé, y hay “Chicas de la calle”, en Canal 13, y pronto habrá “Chicas express”, en Canal 9. No importa que el objeto nombrado sea un unitario de Israel Adrián Caetano, un magazine de la tarde o un hogareño del tipo “Utilísima”. Algún productor, tal vez después de “Grandiosas”, descubrió que era rendidor encabezar un ciclo con mujeres, y sólo unas pocas veces el chiste del título tiene un anclaje motivado. Es el caso de “Disputas” (jueves a las 23, por Telefé), historia de cinco mártires que, en lo peor de su sino trágico, eligieron la prostitución, victimizadas por un hombre (marido, policía o acreedor) que les arruinó la suerte. Las chicas son arquetipos de la vida ligera: la madre soltera, la novata arrepentida, la huérfana autocompasiva, en catálogo útil para la ficción pero irritador de algunas conciencias. De hecho Marcelo Tinelli, productor general, pidió bajar el tono para ser afín a la pantalla de Telefé.
“Más comedia”, dijo Tinelli, y lo que se ve tiene poco y nada de comedia. Pero lo que sí aparece es la crónica suave en reemplazo de la narración a los ponchazos. El sexo, aquí, no ocupa el plano explícito de “Tumberos”. Lo que une, a cambio, a “Disputas” con “Tumberos” y “Okupas” es la vocación por contar historias de marginados en un ámbito cerrado, claustrofóbico, allí donde el mundo se reduce a los sucesos de interior (la casa tomada, la cárcel, el prostíbulo) y el afuera siempre es amenazante. El universo de Caetano respeta algunas reglas para narrar a prostitutas o carcelarios: una estadía contra voluntad, un líder carismático que sostiene el ánimo alto y, por encima de todo, sobrevolando, la pobreza, “el tema”, ese único motor narrativo que moviliza al director a crear sus personajes de gesto rígido, arruinado. Hay esta vez, sin embargo, un notorio cambio de rumbo.
La historia trágica de las cinco “Disputas” las encuentra oscilantes entre ser la víctima o la “salvada” por El Hombre. Caetano elige contarlas entre dos fuegos, con un protagónico absoluto que no implica autonomía: las cinco mujeres están ubicadas entre el protector y el “príncipe”. Cafishios y nuevo amor versus policía y ex marido encabezan las verdaderas disputas y no las chicas; como si la calle, el bajo fondo, la mala vida, en versión Caetano, fueran el territorio de hombres buenos y hombres malos, y las mujeres se redujeran, apenas, al objeto del deseo o la agresión. En ese camino, Mirtha Busnelli es la que mejor resuelve la piña (al policía corrupto, al marido jugador) y Julieta Ortega tiene a su cargo el nacimiento (todavía incipiente) del romance. Las demás lo intentan con mejor y menor suerte, con una caricia al que comprende y un latigazo (de la sadomaso Soledad, o Belén Blanco) en el momento justo.
Este protagónico las deja a expensas de la mirada masculina, y respeta, eso sí, algunas reglas de la narración clásica sobre mujeres de la calle: no besan en la boca si es por dinero, lo “hacen” pero no quieren hacerlo, la vida las trató mal. Tal vez sea el acecho del censor o la novedad del “programa de género (femenino)” lo que provocan, en el inicio, un recorrido por los lugares comunes de la vulgata sobre prostitución. Salvo uno: el sexo explícito. Si la excursión a la cárcel de “Tumberos” eligió el sensacionalismo de la pelea, la amputación, el encierro, el sexo entre varones y llegó al extremo de anunciar la violación de Willy (Carlos Belloso) al abuelo, “Disputas” compensa “lo que no muestra” con su sucesión de “tópicos”.
Aquí, la falta de desnudo o escenas de cama, el velo sobre la verdadera acción en el prostíbulo, es reemplazada por los recursos del melodrama: “chica pobre de buena familia cae en las garras de la prostitución” (Majo, o Florencia Peña) o “chica pobre conoce a cliente y se enamora” (Gloria, o Julieta Ortega). Lo que se insinúa deja con las ganas, promueve elsemidesnudo de las chicas desde la apertura y no muestra cuerpos, y construye un argumento que privilegia, en todo orden, la línea moral: ellas no quieren hacerlo, no les gusta, y son compatibles con la salvación de una Mujer bonita o el arrepentimiento de una Belle de Jour en relectura de los clásicos del cine, pero sólo apta para la TV.

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