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Espectáculos|Sábado, 21 de junio de 2003
DESDE MAÑANA, TRES CD DE CACHO TIRAO CON PAGINA/12

Seis cuerdas para pintar el mundo

Es guitarrista. Tocó con Piazzolla y con el Mono Villegas. Fue elogiado por Leo Brower. Cacho Tirao es músico desde niño y pasó del profesionalismo de barricada, tocando con quien le pidieran, a convertirse en uno de los solistas más notorios de la historia reciente.

Por Diego Fischerman
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Cacho Tirao hizo de su guitarra un universo particular.
En 1970, Astor Piazzolla editó por primera vez un disco grabado en vivo. Allí estaban juntos, también por primera vez, los cuatro temas a los que bautizó “Verano porteño”, “Otoño porteño”, “Invierno porteño” y “Primavera porteña” y que, aunque no lo eran en un comienzo, terminaron funcionando para el mercado como el ciclo de “las cuatro estaciones porteñas”, parafraseando a las otras cuatro, las famosas de Vivaldi. Y ese disco histórico tenía otra particularidad, su guitarrista. Alguien que no solía tocar con guitarra eléctrica y que, pocos años después, se convertiría en el sinónimo del solista virtuoso, capaz de interpretar desde tangos a bossa-novas y siempre de una manera propia e inconfundible. Mañana, en el comienzo de un nuevo invierno porteño, Página/12 empezará a publicar una colección de tres CD suyos. Allí, Cacho Tirao hace gala, precisamente, de lo más característico de su estilo y recorre un repertorio que abarca autores como Piazzolla –por supuesto–, Carlos Gardel, Antonio Carlos Jobim y, también, el propio Tirao.
Los comienzos de este guitarrista fueron hogareños. Su padre tenía una academia en su casa, en Berazategui, y Cacho Tirao empezó a tocar a los cuatro años. Según cuenta, “a los doce años di mi primer concierto; aprendí las notas antes que el abecedario. Hice nada más que la escuela primaria porque quería profundizar mi conocimiento de la música. Me recibí a los dieciséis años y tocaba música clásica. Más adelante integré el grupo Los Muchachos de Antes, donde tocábamos tangos”. Además de su padre, Tirao reconoce como su mayor influencia a Andrés Segovia: “Yo era muy chiquito cuando lo vi por primera vez en Radio El Mundo. Me quedé impactado. Durante la década de 1940, toda una generación de latinoamericanos estuvo influida por él, cuando se instaló a vivir en el Uruguay. Tuvo una importancia muy grande en el estudio de la guitarra clásica en nuestro país. Hace unos años todavía se encontraba, en el interior, una cantidad de clubes de guitarristas que seguían estudiando a pesar de tener otros trabajos”.
En la época en la que tocó con Piazzolla, Tirao era un “músico profesional”; tocaba con Josephine Baker cuando actuaba en Argentina, por ejemplo, y respondía a llamados que “indicaban la hora de comienzo de una grabación pero no la del final”. Además, cuenta que “no se sabía qué se iba a tocar hasta que no llegaba el director, pero ahí resultaba fundamental una de las virtudes de los músicos argentinos más reconocidas en el mundo: nuestra ductilidad. Es que estábamos acostumbrados a tocar cualquier cosa”. Y como parte de esa actividad profesional integraba la orquesta estable de Canal 7. Con Piazzolla tocó en la operita María de Buenos Aires y en un nuevo registro de la música instrumental de esa ópera –a Piazzolla no le gustaba cómo había quedado en la grabación completa–, que se editó en un LP junto a la música de Pulsación. “En ese entonces Astor escuchó un arreglo que había hecho de ‘Adiós Nonino’ y me insistió para que grabara más temas. Así empecé. Yo hacía arreglos y Piazzolla me los corregía. Y grabé mi primer disco.” Ese arreglo del tema que Piazzolla escribió para su padre (incluido en la edición que se venderá con el diario) es, tal vez, la pieza más famosa (y sin duda una de las más logradas) del repertorio del guitarrista.
Con una vida personal atravesada por la tragedia –en 1986 murió uno de sus hijos a causa de un disparo accidental provocado por la hermana y actualmente se recupera de una hemiplejia que lo alejó de la vida profesional–, Cacho Tirao es, además de uno de los músicos más notorios de una época (y de una manera de escuchar música en que la apertura ante los géneros era un dato fundamental), alguien dispuesto a aprender y a reconocer sus errores. En una entrevista publicada en 1985 contaba, por ejemplo, que “al principio, una de las cosas que la crítica me decía era que yo era muy frío tocando. Tenía razón. Me pasaba las horas practicando la misma escala. Mecanizaba de tal manera que el corazón quedaba al margen. Y lo entendí. Aprendí a darle más importancia a la expresividad. La buena música es la que sale del corazón”. Elogiado por Leo Brower (el gran guitarrista y compositor cubano), que lo invitó a Cuba para participar de un festival de guitarra, reconocido por Piazzolla y por el Mono Villegas (que le pidió que tocara el banjo en un trío que incluía también a Jorge Padín), Cacho Tirao es una de las caras musicales de una época y, sobre todo, es uno de los nombres inevitables de la historia musical reciente de la Argentina.

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