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Espectáculos|Miércoles, 2 de julio de 2003

Puras actitudes incandescentes

Jack y Meg White, una atípica ex pareja, forman The White Stripes, un grupo explosivo y excitante de rock y blues.

Por Esteban Pintos
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La banda de rock más excitante del mundo, aquí y ahora, es un dúo guitarra-batería formado por una ex pareja de la cual durante bastante tiempo se creyó que, en verdad, eran hermanos. The White Stripes son Jack y Meg White: él canta, toca guitarra y piano; ella, toca la batería y ahora también canta. No hay bajista. Reniegan de cualquier suplemento tecnológico para su rudimentaria, básica e incandescente combinación de rock y blues. Visten públicamente sólo de rojo y blanco, eventualmente con accesorios de color negro, respondiendo a un criterio estético de “colores básicos” que encuentra antecedente en un movimiento modernista surgido luego de la Primera Guerra Mundial, conocido como De Stijl. El credo artístico De Stijl se resume en la fórmula “colores primarios y líneas rectas”. La música de The White Stripes está hecha de colores primarios (guitarra distorsionada, susurros y alaridos, batería machacante) y líneas rectas: rock and roll básico, fuerte, con fuertes raíces en el blues rural que cultivaron los primeros, malditos músicos negros de los años 20 y 30 (Robert Johnson, el más famoso de todos, pero también Son House y Blind Willie Mc Tell).
El número tres es clave para entender el sonido white stripe, también, de acuerdo con las siguientes fórmulas: guitarra + voz + batería (3); melodía + ritmo + letra (3). Todo parece tener un sentido y más si se atiende a la promoción de sí mismos que hace el tal Jack, aun en un tipo de música que propugna el sinsentido del caos, la liberación de energía. Un tipo de grito primal que el rock fue ¿despreciando? con el correr de los años y que ahora parece haber vuelto de la mano de este dúo, pero también de otras bandas “guitarreras” –todas diferentes entre ellas, pese a cierto agrupamiento generacional– como The Strokes, Yeah Yeah Yeahs, Black Rebel Motorcycle Club, The Hives y otros. Ellos son el “retro-rock” del que la prensa del Primer Mundo habla y no deja de hablar.
El fenómeno, devaluación mediante, llega algo tarde y apenas se puede ver de lejos, desde el sur del mundo. Pero existe: Elephant, el nuevo disco de The White Stripes que ya se puede conseguir en Argentina, supera cualquier tipo de moda. Hay permanentes citas al pasado envueltas en la combustión como concepto constante que propone este rock de Jack y Meg: un amplio abanico que va desde los citados bluseros a Led Zeppelin, el primer Queen, pasando por los momentos más rústicos de The Who y The Kinks e incluso a la rabia de los Sex Pistols. Y más. Pero, a diferencia de la inmediata referencia en la que se puede pensar si se habla de rock básico y sin bajo con raíces en el blues rural norteamericano (Jon Spencer Blues Explosion), en Elephant aflora un fenomenal instinto pop que hace de Jack White uno de los más originales compositores e intérpretes de rock en estado puro de los últimos tiempos: “Fell in love with a girl” (de White Blood Cells, 2001), la canción del video de vanguardia que estalló en la televisión global hace dos años, encuentra su correlato en “Hipnotize”, ubicada al final de Elephant. Son dos canciones urgentes, vitales y bien ruidosas, pero pegadizas, con una energía y encanto propiamente pop.
The White Stripes golpeó con White Bloods Cells en 2001, su tercer disco. Fue el primero en saltar la cerca de difusión independiente a la que estuvieron sometidos sus dos anteriores lanzamientos (White Stripes y De Stijl). Cierto clima de época propicio a un regreso a las fuentes, una inteligente campaña comercial y la invalorable ayuda-bombo del influyente semanario musical inglés The New Musical Express provocaron el auge del dúo del chico y la chica. Elephant aparece en el momento apropiado. Algunas circunstancias elevan su atractivo casi como si se tratara de una pieza de colección: el disco fue grabado en Londres durante dos semanas, en un estudio que cuenta con equipamiento técnico fabricado antes de 1963 (en una grabadora de ocho canales), y en su librillo interno consta que “no se usaron computadoras durante la escritura, grabación, mezcla y masterización de este disco”.
Más allá del marketing de la “autenticidad”, que existe, Elephant es el paso adelante esperado. Desde una formación aparentemente estática y de ciertos límites propios del “rock”, el dúo estalla en canciones capaces de combinar simpleza y trascendencia, en una progresión de intensidad eléctrica como no se recuerda en banda alguna en el último lustro. “There’s no home for you here”, con sus coros femeninos épicos, la versión de “I just don’t know what to do whit myself” (de Burt Bacharach), el misterio envuelto en la voz de Meg y su progresión instrumental presentes en “In the cold, cold night”, la balada-poder “I want to be the boy to warm your mother’s heart” y el sabor acústico de “You’ve got her in your pocket” desembocan en un tour de force por los caminos polvorientos del blues bautizado “Ball and biscuit”. Una delicia de siete minutos y pico que revela por qué tienen el mundo del rock a sus pies: cadencia, sabor, guitarra eléctrica y batería. Palo y a la bolsa.

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