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Espectáculos|Jueves, 10 de julio de 2003
EL DIRECTOR DE TEATRO RUBEN SZUCHMACHER EXPLICA LA LOGICA DE “LO QUE PASO CUANDO NORA DEJO A SU MARIDO...”

“El interrogante es cómo recomponer lo que quedó”

El teatrista sostiene que la obra de la austríaca Elfriede Jelinek, que se estrena hoy en el San Martín, debería activar en los espectadores un profundo debate. “Van a descubrir una multiplicidad de discursos y tendrán que extraer sus propias deducciones”, anticipa. La pieza, inspirada en dos trabajos de Henrik Ibsen, se propone marcar un signo de estos tiempos: la caída de los sistemas de representación.

Por Hilda Cabrera
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Rubén Szuchmacher es uno de los directores más controvertidos de la escena teatral actual.
En sociedades en las que la política, los gobiernos y las empresas proveen herramientas ideológicas y estructuran hábitos, el individuo se convierte en vaciada marioneta del establishment. Esta es sólo una observación posible sobre Lo que pasó cuando Nora dejó a su marido o Los pilares de las sociedades, una obra de la austríaca Elfriede Jelinek que, escrita en 1977, se puede ver hoy como una crítica a quienes, como formadores de opinión, imponen un imaginario donde el individuo es un ser apolítico. Nacida en Mürzuschlag en 1946 y con residencias en Viena, Berlín y Roma, Jelinek es la autora de la pieza que bajo la dirección de Rubén Szuchmacher se estrena hoy a las 20.30 en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530). La abundancia de definiciones de diverso tono y origen –extraídas de la cotidianidad y del mundo de la política, los negocios y la ciencia– convierten a los parlamentos en lances de un juego de réplicas y contrarréplicas, duras, irónicas o disparatadas. Premiada en Austria y Alemania (con el Heinrich Böll, en 1986), Jelinek es autora de novelas, ensayos y guiones para cine: La profesora de piano, del realizador Michael Haneke, se basa en una novela suya, en tanto el guión es compartido con el director.
Lo que pasó... se inspira en dos piezas del dramaturgo noruego Henrik Ibsen: Casa de muñecas (1882) y Los pilares de la sociedad (1877). La autora inicia su obra donde finaliza Casa de muñecas, cuyo personaje central es Nora Helmer, una burguesa bella y con hijos que en la pieza de Jelinek abandona el hogar e ingresa a una fábrica, lugar elegido para “desplegar su creatividad”. Es allí donde seduce a un cónsul-empresario e inicia en forma paródica otro camino. Lo que se subraya es que también en ese otro rol ayuda a sostener un sistema que por diversas razones la considera material de descarte.
La traducción para esta nueva puesta de Szuchmacher pertenece a Gabriela Massuh, e integran el elenco Ingrid Pelicori, Alberto Segado, Horacio Peña, Horacio Roca, Roberto Castro, Noemí Frenkel, Paula Canals, Graciela Martinelli, Ricardo Merkin, Pablo Caramelo, Irina Alonso, Julieta Aure, Berta Gagliano, Javier Rodríguez y Pablo Messiez. En sonido participa Jorge Haro; el diseño de luces es obra de Gonzalo Cordova y escenografía y vestuario son de Jorge Ferrari. En la entrevista con Página/12, Szuchmacher (director de una destacable versión de Galileo Galilei, de Bertolt Brecht, y, entre otras obras, de la ríspida Decadencia, del inglés Steven Berkoff) cree haber concretado esta vez una de las puestas más difíciles de su trayectoria: “Jelinek construyó su obra de parlamento a parlamento, como en un montaje. Nunca tuve tanto nivel de intervención en un texto. En general, uno entra por un lugar ya determinado y lo recorre con el mismo planteo, pero acá eso es imposible, porque el material es muy divergente”.
–¿Tal vez porque al conflicto del personaje de Nora se le suma el mundo de los negocios?
–Es que el material que utiliza Jelinek parte de discursos ya dichos. Algunos lejanos respecto de nosotros y no reconocibles plenamente.
–Se entiende, sin embargo, cuando se dice que cada pueblo y cada clase social tiene el tipo de mujer que se merece...
–Son todas formulaciones que invitan a la discusión y necesitan ser dichas con un ritmo especial; de lo contrario no se entendería la declaración de amor del empresario Weigang, cuando dice que quien lo parte en dos es Nora y no que se hayan depuesto las armas en el Pacto de Versalles. O que una escena amorosa culmine con una definición sobre qué cosa es “motor de crecimiento”. Acá se habla también de capital y tasas de interés. Por eso le pedimos al economista Claudio Lozano que chequeara esos parlamentos. Queríamos saber si eran disparates.
–De todos modos, y aun con los apuntes de época, impresiona como muy actual...
–Cuando se estrenó, poco después de su publicación en 1977, pasó desapercibida, quizá porque la autora utiliza procedimientos que no estaban en boga en esos años ni en Austria ni en Alemania. Esta es una pieza de avanzada para su época y también para los años siguientes. Era impensable ponerla en el Burgtheater de Viena, por ejemplo, cuando lo dirigía Claus Peymann (que tomó ese cargo en 1986 y propuso innovaciones).
–¿Qué plantea, en esencia?
–En mi opinión, la imposibilidad de capturar los múltiples sentidos que tiene la contemporaneidad, donde no existen ideas rectoras capaces de organizar la acción y el pensamiento como un todo. En Lo que le sucedió a Nora... se marca al discurso por encima del sujeto. Nora, el personaje que sale de Casa de muñecas para entrar en un mundo regido por el capital, fracasa porque escucha sólo los discursos. Queda atrapada en ellos.
–¿Por eso las indefiniciones?
–Si generalizamos, y lo llevamos al terreno de la política, vemos que hoy las adhesiones están fracturadas, como los discursos que recibimos. ¿Quién se atreve a decir en este momento por acá van los buenos y por allá los malos?
–Tampoco se acepta esa división...
–Por eso esta obra es tan interesante para nosotros. Jelinek la armó desde un lugar en el que coexisten cosas absolutamente contradictorias, y fuera y dentro de un mismo personaje, sin señalar de forma negativa la contradicción, que en esta historia es social y no psicológica. Los personajes pueden decir una cosa y a continuación lo contrario con total impunidad.
–¿Tuvo en cuenta las indicaciones de la autora en la puesta?
–La obra cuestiona su propia representación, y eso está respetado, como la ubicación temporal, que es la de los años ‘20, aunque permite “la inclusión del futuro”. Hay una alusión a la República de Weimar desde su aspecto cultural. No olvidemos que después ascenderá Hitler. Weimar fue también una época de caída de las representaciones. Estalló como la sociedad argentina en diciembre de 2001. Trazando un paralelo con nuestro país, la pregunta que uno se hace hoy es cómo recomponer lo que quedó. Lo urgente es trabajar con algunos de esos pedazos y tirar a la basura otros, no pensando en unirlo todo. En mi opinión, las fechas clave de este resquebrajamiento contemporáneo son, a escala mundial, la caída del Muro de Berlín y el atentado del 11 de setiembre de 2001 a las Torres Gemelas, y en Argentina, el ascenso de Menem al gobierno y las protestas del 19 y 20 de diciembre de 2001.
–¿Qué pasa con el miedo a tener que construir sobre las contradicciones?
–Es cierto que este tipo de propuestas produce pánico, sobre todo en los viejos y nuevos dinosaurios, y en los nuevos progresistas que tratan de instalar ideales perimidos. Hoy, el único ideal posible es ser y vivir con las contradicciones.
–Sin embargo siguen buscándose referentes...
–Esos referentes, y sólo en una parte de nuestra sociedad, están relacionados con la preservación de la memoria. Pero allí aparece otro asunto difícil, porque cuando uno se hace cargo de la historia, se siente al mismo tiempo solo frente a ella. Los argentinos no hemos podido resolver los asuntos del pasado. Desde la oposición Saavedra-Moreno, todo sigue presente, y algo, por lo menos, debemos resolver para poder avanzar. Lo interesante hoy es que nuevamente se instaló la política, aquí y en el mundo. Esa especie de mito creado entre 1989 y 2001 de que la historia del mundo no la hacemos nosotros se vino abajo con el atentado a las TorresGemelas y la invasión a Irak. A partir de entonces la acción política se convirtió en eje de relación entre las personas. Y esto no es un regreso a los 70, o una invasión del zurdaje como dicen algunos. Lo que vuelve es la lucha política como elemento de discusión y evaluación. No es que antes no la hubiera, pero no era señalada como predominante.
–¿Qué papel jugó en esa anulación del sujeto político la alianza de los políticos con los medios de difusión masivos?
–Los empresarios de medios jugaron y juegan a favor del poder, en Argentina y en el mundo. En nuestro país, no descarto el avance de un periodismo que rebata esa hegemonía. En las instituciones culturales debería suceder algo semejante. Son manejadas con conceptos exitistas, rémoras de una forma de pensar que ha caducado. La adopción de políticas populistas, que son al mismo tiempo reaccionarias, permite soslayar el debate cultural. Si es cierto que queremos un país nuevo, tenemos que acabar con la mafia y la chicana. Este tiempo pide un sujeto activo, preparado para discernir y opinar, un procedimiento intelectual que está presente en Lo que pasó cuando Nora abandonó a su marido... También por eso, ésta es una obra de avanzada. El espectador va a descubrir una multiplicidad de discursos y tendrá que extraer sus propias deducciones. Al ingresar a la sala verá la última parte de Casa de muñecas, en una puesta muy convencional. Esas escenas (especie de prólogo introducido por Szuchmacher) pretenden ser de choque. Cumplen la función de mostrar lo que Jelinek señala en su obra y yo creo marca también a nuestra época: la caída de los sistemas de representación.

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