Catalogada como “retrospectiva antológica”, la muestra de pinturas de Miguel Dávila, que se inauguró en el Palais de Glace (Posadas 1725), articula la producción del artista riojano que se dio a conocer como integrante del grupo La Nueva Figuración. La muestra abarca 40 años y deja traslucir las diferentes etapas creadoras de Dávila. Tanto el artista como el curador, Raúl Santana, coincidieron en la agrupación temática y cronológica. Las obras tempranas denotan la madurez independiente del artista. Nacido en 1926, Dávila había asimilado los rigores y disciplinas de un discípulo de Enrique Policastro, Pompeyo Audivert y Lino Enea Spilimbergo. Dávila reconoce la deuda contraída con los maestros y da matices precisos a su agradecimiento. Supo apropiarse y personalizar estas experiencias enriquecedoras. Las pinturas y técnicas mixtas de los ‘60 ejemplifican su temprana madurez. Ricas en materia y texturas, esgrafiadas y a menudo violentas, estas telas están disputadas por los reclamos del color y de la forma. Estas tensiones son inolvidables en La sonrisa y La vecina. La virulencia se expande en Pedana de enanos y potencia las figuraciones óseas y los contrastes fauves del color. Y en Perro blanco, óleos de 1965, aparece la metamorfosis de formas humanas y zoológicas. Lo que equivale a instalar el mito en clave plástica contemporánea. El artista aprovechó su experiencia en el diseño y las artes gráficas. Estos ejercicios son claves para comprender el abandono del espacio ilusionista y la fragmentación de las pinturas de los ‘70.