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Espectáculos|Lunes, 11 de agosto de 2003

“Hänsel y Gretel”, un cuento de hadas que busca una mirada social

La versión que hizo Hugo Midón de la ópera de Humperdinck privilegia la solidaridad como alternativa para superar los problemas.

Por Silvina Friera
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“Hänsel y Gretel”, una puesta que se luce en el Teatro Colón.
El acento no está puesto en la providencia sino en la cooperación.
El temor a morir de inanición no socava el espíritu chispeante de dos hermanos que, frente a la amenaza del hambre, buscan el modo de disipar la angustia cantando y bailando. En la espontaneidad del juego y las travesuras, los chicos reafirman su condición de niños vivarachos y pícaros, pero descuidan un mandato, impuesto por las circunstancias económicas: el varón tiene que trabajar y por eso en la obertura aparece realizando las escobas que venderá su padre. En Hänsel y Gretel, ópera creada por el compositor alemán Engelbert Humperdinck (1854-1921), a partir de un libreto escrito por su hermana, Adelheid Wett (quien se basó en el cuento homónimo de los hermanos Grimm), y versionada en español por Germán Martínez Lama y Hugo Midón, la pobreza y las privaciones que sufre una familia transforman a los hijos en víctimas. Estos deben enfrentarse a un mundo hostil y brutal. “Triste cosa es tener sólo pan seco para comer”, canta Hänsel, que sabe que aunque Dios sea su protector y “alimento espiritual”, sólo la comida apaciguará el hambre feroz que siente.
Cuando Trudy descubre que sus criaturas están jugando, el clima de fiesta se espesa por la crueldad de sus objeciones. Como muchos adultos, desesperados por situaciones límite, proyectan racionalidad y una sombría certidumbre en donde el niño requiere fantasía y cultivo de la imaginación. Es que Hänsel y Gretel no se pueden permitir el lujo de jugar mientras estén obligados a contribuir con la subsistencia familiar. Ofuscada por la imposibilidad de cumplir su rol (la madre representa la fuente nutricia para el niño), Trudy rompe la jarra de leche y derrama lo único que serviría para engañar a los exhaustos estómagos de ella y sus hijos. Empujados por la madre, los hermanos emprenden el camino hacia el bosque para recoger frutas que reemplacen la cena perdida. La escenografía de Alberto Negrín reproduce los encantos y peligros de un bosque habitado por ranas, sapos y pinchudos, un espacio que despliega la magia de las hadas y la beatitud celestial de los ángeles (interpretados por las alumnas de la carrera de danza del Instituto Superior de Arte del Colón, con una cautivante coreografía de Carlos Trunsky), pero que también esconde misterios y amenazas inminentes.
Hänsel, al principio el eje de referencia en torno del cual pivotean las acciones, acumula fresas. Los pequeños se cruzan con un personaje emblemático de otro cuento clásico (popularizado también por los hermanos Grimm, pero ideado originalmente por Perrault), Caperucita Roja, una niñita deliciosa. Con excesiva confianza en la comida como metáfora de la “salvación”, Gretel y Hänsel se devoran todas las frutas. El eco del canto de un cuco asusta a los niños que, pese a que se está haciendo de noche, saben que no deben regresar con el cesto vacío. Unidos y solidarios en la adversidad, rezan sus oraciones y, derrotados por el sueño, se quedan dormidos. Al despertar, los hermanos observan una tentadora casita de turrón y se aproximan con la intención de no dejar ni una miga. La bruja Mazapán, personificación avasallante del mal, con su horrenda figura esperpéntica y satánica (muy bien caracterizada por el vestuario de Renata Schussheim), pregunta en tono amenazante y con voz chillona: “¿Quién está mordisqueando mi casita?”. La interpretación de la mezzosoprano Myriam Toker les imprime un ritmo acelerado a las acciones que, antes de su prepotente irrupción, transcurrían con excesiva modorra. Con una sorprendente plasticidad logra romper la rigidez de los movimientos del cantante lírico. Toker, apelando a una dicción límpida y una vigorosa gestualidad, conquista el encono de los espectadores: adultos y niños la abuchean y festejan cuando se quema en el horno de su cocina.
La aparición de la bruja desplaza el protagonismo de Hänsel, atrapado y enjaulado por la arpía. Le corresponderá a Gretel, ingeniosa y atenta a los conjuros que lanza la bruja, liberar a su hermano y rescatar a un puñado de niños que, por el efecto del hechizo de la bruja, estabancondenados a ser pasteles. Midón efectúa una depuración conceptual de suma importancia en el final: la solidaridad y la cooperación son las únicas alternativas para salir victoriosos de los problemas. No es la religión la que proporciona el antídoto ni la bondad infinita de Dios la que desvía el mal. Sin atacar las creencias religiosas del libreto de la ópera, Midón las coloca en un inocuo segundo plano.

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