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Espectáculos|Sábado, 2 de marzo de 2002
ENTREVISTA AL DIRECTOR DE TEATRO MANUEL IEDVABNI

“El retroceso que vivimos es mortal”

Su nueva puesta, “El mes de las novias”, indaga en el mundo de las villas miseria, una temática inusual en el teatro actual.

Por Hilda Cabrera
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“El mes de las novias” se estrenará el martes 12 en El Ombligo de la Luna, Anchorena 364.
“La intelectualidad argentina está distanciada de los problemas de quienes viven en las villas”, dice.
Aun cuando no se refiera únicamente a las escasas alternativas que le ofrece la vida al habitante de una villa, El mes de las novias, de Leandro Calderone –que se estrenará el martes 12 a las 20.30 en El Ombligo de la Luna, de Anchorena 364–, dirigida por Manuel Iedvabni (artista surgido del Teatro IFT, cuyo debut en el teatro independiente fue en 1954 con una pieza de Osvaldo Dragún), se mete decididamente en el mundo de los postergados. Una actitud inusual en el teatro local, poco afecto a indagar en las “villas miseria”. Por eso Iedvabni tiene que retrotraerse a otros tiempos para hallar una pieza que retrate a un individuo destruido por la ferocidad de ese entorno.
Puestista de unas treinta obras y fundador de salas hoy desaparecidas (Teatro del Centro, Contemporáneo y Galpón del Sur), el director enlaza el tema de este estreno con El jardín del infierno, pieza de 1959 de Dragún. Si bien se trata de un trabajo estética e ideológicamente diferente, el hecho de reflexionar artísticamente sobre la precariedad de la vida en las villas pone en primer plano un asunto que hasta ahora sólo se mostró con destacable nivel artístico en el cine, e incluso la televisión. El director lo ejemplifica con la película Pizza, birra y faso y la serie “Okupas”. En su comparación con el pasado, el presente sale perdiendo: “Entonces se podía entrar con cierta seguridad a una villa. Existía mayor posibilidad de diálogo. Hoy la falta de trabajo hace que haya multitudes y, en lugar de pobreza, una miseria extrema, a la que se ha agregado la droga, definitivamente instalada”, señala.
Tal vez por eso El jardín ..., que en otros tiempos fue llevada a escena por un elenco de La Plata, y por los actores y directores Roberto Durán y Juan Carlos Gené, no clausuraba la posibilidad de una salida. Hoy, en cambio, “ha desaparecido la movilidad social a través del trabajo”. En este sentido, “el retroceso es mortal”, sentencia Iedvabni en diálogo con Página/12. De todos modos, y como la escasez de oportunidades no se circunscribe a ese sector social, la pieza de Calderone (también actor y director, y guionista de TV), que luego del debut del martes se verá solamente los sábados a las 22, muestra en un único espacio universos bien diferenciados. El protagonista de El mes... (interpretado por Marcelo Cosentino) nació en una villa pero logró salir de ésta: fue adoptado y recibió incluso alguna formación. El conflicto se produce cuando, “contra su voluntad”, retorna a ese mundo de la infancia “que lo tironea y le exige una transacción”, como puntualiza Iedvabni, emblemático puestista de obras de Bertolt Brecht, de Dreyfus, pieza que inauguró en 1999 una sala teatral en la reconstruida AMIA, y últimamente de Una bestia en la luna, invitada al Festival de Teatro de Bogotá (Colombia), donde realizará funciones del 19 al 23 de marzo.
El artista destaca la audacia de Calderone, “sobre todo porque –dice– la intelectualidad argentina está distanciada de los problemas propios de quienes viven en las villas”. En este punto, encuentra grandes diferencias con la intelectualidad brasileña, más interesada en el mundo de la favela: “Tenemos muchos miedos, pensamos que podemos quedar atrapados, también porque a veces eso es una realidad, y optamos entonces por no tomar conciencia de que son millones los seres que viven allí a espaldas de lo que en nuestro país entendemos desarrollo cultural”.
–¿Cómo fue entonces trabajar sobre una obra que toca estos temas?
–Ante todo, no intenté teorizar como lo haría un sociólogo. Mi trabajo es ponerme en el lugar de los personajes, descubrirlos en su humanidad. Si es alguien que anda en la droga, indagar qué más quiere en la vida, qué desea y cuáles son sus impulsos. Mostrarlo, digamos, “con naturalidad”. De todas formas, con el escenógrafo Alberto Bellatti hemos creado un espacio único que hace visible el lugar en el que transcurren las acciones. O sea, el adentro y el afuera de la villa. –¿Se trata, en todo caso, de una obra para ser vista por un público de clase media?
–Sin duda, y por determinada clase media, porque el teatro es un hábito cultural que no tienen todos. Sin embargo, el carácter metafórico del teatro excede cualquier temática y sirve a cualquier espectador. El mes de las novias es la experiencia de un elenco joven que me ofrece la posibilidad de volver a las fuentes, de constatar que no siempre los empeños colectivos son devorados por el sistema. También me permite experimentar sobre determinados aspectos de la actuación.
–Una práctica que concretó en otros espacios, por ejemplo El Galpón del Sur...
–Las obras eran entonces Santa Juana de los Mataderos, sobre una huelga de obreros de frigoríficos, donde Santa Juana predicaba con un plato de sopa por medio. Recuerdo también El Dios y el Diablo, de Jean Paul Sartre. Me fui de ese lugar antes de que se cerrara. En los últimos tiempos estaba Lito Cruz. Ahí hice obras con alumnos del Conservatorio. Siempre necesité experimentar. Pero la obra que me modificó fue Conversación en la Casa Stein sobre el ausente señor von Goethe, de Peter Hacks, donde actuó Ingrid Pelicori (esto fue en el Teatro Cervantes). En términos de interpretación estaba inspirada en la técnica del “yo soy” del actor. Es decir, en un proceso por el cual el actor no se acomoda a la concepción del personaje que tiene el director, sino que el director parte del actor, de la vivencia y existencia de éste, de su propio testimonio.
–¿Aplicó esta concepción en su puesta de Chéjov, Chéjova, de François Noher?
–Ese fue un punto importante en mi trabajo, porque pude amalgamar el impresionismo con algunas consecuencias del teatro brechtiano, esencialmente con el distanciamiento que reclama del espectador. Con la necesidad de que éste mantenga un rol activo e inteligente, que no quede tan absolutamente inmerso en la acción como para perder su espíritu crítico ante los acontecimientos que se suceden en el escenario. Es curioso, pero el impresionismo, al abolir la imagen estática de una vez y para siempre, y mantenerse expectante frente a la metamorfosis (al instante y al cambio), necesita del distanciamiento, de la perspectiva. Esta amalgama nos lleva a la “comedia” que tanto buscaba Chéjov en sus obras.
–¿Le resultan viables estas investigaciones con elencos jóvenes?
–El trabajo con los jóvenes es, en muchos aspectos, apasionante. En general, poseen una sensibilidad más abierta que los mayores, y no tienen vicios arraigados. Están más dispuestos, incluso, a la “metamorfosis a la vista del público”, que es, en este momento, lo que más me interesa del teatro, y sobre lo que voy a seguir investigando con otros elencos. Estoy preparando otra obra, Las presidentas, de un autor austríaco, Werner Schweb, con las actrices Thelma Biral, María Rosa Fugazot y Graciela Araujo. El mes de las novias es un trabajo en cooperativa “autoproducida”. La obra de Schweb es también en cooperativa, pero con una producción. Vamos a estrenarla en mayo, en Del Nudo, de la avenida Corrientes, porque el teatro no se detiene.

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