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Espectáculos|Domingo, 5 de octubre de 2003

“Charly García podría ser nuestro Discépolo de hoy”

El cantante y autor Juan Vattuone, lejos de los arquetipos del género, reinvindica el tango orillero y clandestino. Sus temas abordan, con acidez e ironía, la realidad social de estos tiempos.

Por Karina Micheletto
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Juan Vattuone es uno de los tangueros más personales de hoy.
“Tango for export, ¡que se vayan a cagar!”, grita Juan Vattuone en un arranque punk. Si hubiera que adivinar por la pinta, cualquiera diría que este morocho pertenece a la estirpe más dura del rock and roll. Si fuera por su modo de hablar, por la forma en que gesticula, se para y prende un cigarrillo, cualquiera lo imaginaría bajándose de la moto para ir a hacer pogo a algún recital. Pero resulta que Juan Vattuone canta tangos. No sólo eso: también compone letras de tangos y milongas. El y sus compañeros de equipo se reconocen como tangueros identificados con la vieja guardia. Y, por supuesto, continuadores de esa vieja guardia, tal como les toca encarnarla ahora. Bien acompañado por los hermanos Horacio y Carlos Avilano (guitarra y guitarrón, respectivamente), Vattuone se presenta todos los viernes a las 23.30 en el teatro bar Tuñón (Maipú 849), en un espectáculo en el que también baila su hija Julieta.
Vattuone explica que lo suyo no es más que la encarnación actual del espíritu del primer tango, aquel de las décadas del 20 y el 30, orillero, arrabalero, clandestino, carcelario, reo. Y no exento de humor, acidez e ironía, aunque aborde temas sociales. Para muestra sobran botones en la obra del letrista y cantante: “Ni olvido ni perdón”, un tema que compuso dos meses antes de la caída de De la Rúa. “Misántropo”, en el que retrata a otro ex presidente que no quiere ni nombrar. “El yuta Lorenzo”, la historia de un policía de Mataderos que deja todo por un travesti, ciento por ciento real, según jura el autor. La milonga “La chacón de mi naherma”, dedicada “a todas las que tienen hermanos varones”, cuya letra enuncia: “Mi hermana es muy sencillita, no la dejo conchetear, no me gusta que se pinte para salir a comprar... No quiero que se masturbe, porque sé que eso hace mal, que la cuide a mi viejita, que le dé felicidad. ¡Cómo la cuido a mi hermana! ¡La quiero con todo mi corazón!”. Vattuone asegura que sus tangos son inocentes al lado de los de principios de siglo, y cita a modo de ejemplo el nombre de un tango del ‘20: “Sacudime la poronga”. La materia prima de sus letras son los variopintos personajes que pueblan la ciudad de Buenos Aires. El resto, según él, es puro milagro. “El quía me bendijo, me dijo ‘te voy a dar mi celular’ y me hizo escribir, porque yo antes era un queso”, dice, señalando para arriba. “Un chabón jailaife” o “Amalia, la de Malabia” son otros de los temas que integrarán su primer disco, Tangos al mango, que está grabando con invitados como Rubén Juárez (su padrino artístico), el Mono Izaurralde, el Quinteto Ventarrón y Néstor Basurto, entre otros.
Vattuone es hijo de una bailarina y de un cantante que acompañó a la orquesta de Horacio Salgán, así que puede decirse que el tango le viene de familia. Pero él resalta que el origen está un poco más atrás, en su abuela Juana, una negra mota que llegó de Somalía, cuya foto exhibe con orgullo. Como cantante compartió escenario con Roberto Goyeneche, Floreal Ruiz, Alberto Marino, Alberto Morán, y numerosas formaciones. Hasta que se cansó de las orquestas. “Tenía las pelotas llenas de los tangueros, que nunca se jugaban por nada. No tenía nada que hacer vestido como un pingüino, como un muñequito de torta, cantando lo que los pibes ya no pueden escuchar, porque no lo entienden, porque no habla de lo que les pasa”, explica. Los hermanos Avilano, sus compañeros musicales, también provienen de una formación tanguera ortodoxa: acompañaron a Floreal Ruiz y a Hugo del Carril, por ejemplo. Para ellos es muy lógico seguir el camino con Vattuone, y no creen que corresponda hablar de renovación: “El tango de hoy sigue siendo tango, no hay mucha vuelta que darle. Y si sigue vivo después del tremendo bache que sufrió, de todos los años en los que casi ni se lo escuchaba, es porque hay algo poderoso en su origen”, asegura Carlos Avilano. Con 53 años, Vattuone se sitúa dentro de una generación que define como “bisagra” en ese bache. “A nosotros nos tocó hacer frente a muchas barreras que un muchacho de 30 años ya tiene levantadas. Antes todo estaba bien separadito: tango, folklore, rock. O una cosa o la otra, y entre ellos no se podían ni ver”, recuerda el músico.
–¿Y qué cambió ahora?
–Las nuevas generaciones tienen menos carga de prejuicio. Los pibes se acercaron al tango a partir de la danza, y ahí les cayó la ficha de las letras. Ahora todos los rockeros quieren cantar tango. Antes al joven que quería acercarse al tango se le hacía muy difícil, porque siempre fue un ambiente muy cerrado, medio fascistoide. Para mí, hoy Charly podría ser un Discépolo, León Gieco un Cátulo Castillo, la continuación del tango viene por ahí.
–En sus letras predomina la ironía. ¿El tango de hoy tiene más humor?
–¡No, para nada! Yo puedo reírme en las letras, o decir un montón de giladas arriba del escenario, pero tengo en claro que esto es serio. Simplemente, a veces tomamos la raíz humorística que tenía el tango en sus orígenes. Esa raíz se dejó de lado después de que el tango romántico copó la parada. Del 40 para acá no pasó casi nada. El tango dejó de hablar de lo que pasa. En este país hubo treinta mil desaparecidos, y ningún tango lo cuenta. Alguna vez escuché a Gabriela Torres hacer un tango sobre el Nunca Más, pero es a la única que escuché. Y el tango tiene que hablar de la realidad, no puede ser tibio, no puede ser light. No se puede cantar “Ventanita de arrabal” como si hablara de la ventana de un shopping. Al tango hay que ponerle sangre. Para eso está.

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