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Espectáculos|Sábado, 11 de octubre de 2003
“LAMENTO EQUINO”, EN TEATRO TALLER

Los signos del sexo

Por C. H.

Originado en un taller de producción teatral conducido por Juan Carlos Fontana, Lamento equino –fragmentos de una biografía de dos jóvenes argentinos– podría definirse como una instalación performática acerca de la identidad sexual reprimida. En el Teatro Taller (Junín 380), los viernes a las 22, el público ingresa a la sala con el tiempo necesario como para inspeccionar el espacio. A cierta distancia de donde tendrá lugar el juego actoral, una serie de objetos se ofrece al visitante como testimonio de un tiempo pasado –un lapso que se extiende entre los ‘50 y los ‘70–, cuya diversidad (hay juegos, útiles escolares, libros y ropas) da cuenta de la vida cotidiana de los niños varones de entonces, de los desvelos juveniles por el fútbol y el azar, la literatura y la política. A un costado, un televisor presenta desde un video a los protagonistas de la historia. Interpretados por Gustavo Comini y Cruz Zaikoski, dos amigos se encuentran conversando entre sí y esta charla, a modo de rápidos esquicios, retrata el mundo masculino en sus aspectos más previsibles y socialmente aceptables. Cuando la tele se apaga, cambia la iluminación y se abre otro tiempo. Se inicia, entonces, la crónica de aquello que la pareja de amigos, tal vez, no llegue a concretar nunca en la realidad.
El acercamiento físico comienza por iniciativa de uno de los personajes.
En lo que dura la relación, ambos asumen por turno la dirección de este juego de atracciones y rechazos, como si los animara el mismo anhelo de provocar y frustrar al otro como método para conservar intacto el deseo. El cuadro expuesto no ofrece sutilezas: la intención es decir y hacer con el cuerpo, de modo que los personajes alternan ternuras y asperezas con juegos sexuales solitarios hasta que se produce la consumación de una unión continuamente postergada. La dirección de Fontana buscó un punto intermedio entre sugerir y mostrar descarnadamente, aunque es tal el grado de represión que enmarca el accionar de los personajes, que toda muestra de erotismo se percibe fría y distante a ojos del espectador. Hay signos que esperan ser desentrañados, como el juego con los diarios o las palabras (el texto es de Carlos Schroder) que se escuchan desde la banda de sonido. Otros, en cambio, son explícitos, como el modo en que aparece demarcado el espacio donde los personajes se relacionan, con esas cintas rojas que en la calle alertan sobre algún peligro que ronda la zona cercada.

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