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Espectáculos|Domingo, 10 de marzo de 2002

“Me importa el trabajo político en la cultura”

Jose María Paolantonio, flamante director ejecutivo del Instituto Nacional del Teatro, dice que su mayor ambición es llevar adelante “un programa cultural claro”. Subraya que no abandonará la pelea por obtener los 11 millones de pesos previstos originalmente en el presupuesto nacional.

Por Hilda Cabrera
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Paolantonio tiene una larga trayectoria en el ámbito teatral.
Designado director ejecutivo del Instituto Nacional del Teatro y ya en actividad, al santafesino José María Paolantonio le faltaba cumplimentar un tramo “absolutamente burocrático” antes de la firma presidencial. El primer requisito fue cumplido. Se trataba de suscribir su propio currículum. El segundo demoró más: hubo que esperar un informe del Ministerio de Justicia que dejara en claro que no tenía antecedentes penales. Una formalidad a la que debe someterse todo aquel que aspire a un cargo público, y a la que este director, de reconocida trayectoria en el ámbito teatral, aludió de forma breve y jocosa. Si bien aún no se le anunció la cifra exacta del presupuesto asignado para el INT, estima que será de 7 millones de pesos. Poco más de lo percibido por esa entidad el año pasado y 4 millones menos de lo que las autoridades habían previsto en tiempos de su inauguración. Este organismo –creado por la Ley Nacional de Teatro 24.800, de 1997, e inaugurado el 27 de abril de 1998 con sede en La Casa del Teatro (Santa Fe 1235)– tiene como objetivo central fomentar y proteger la actividad teatral independiente. Como se especificó entonces, el Instituto funcionaría con recursos propios y según porcentajes: un 8 por ciento de los fondos recaudados por el Comité Federal de Radiodifusión (Comfer) y otro uno por ciento proveniente de Lotería Nacional y Casinos.
Paolantonio, que también es narrador y abogado, debutó en la escena en 1959 y desde joven ocupó cargos políticos. A los 24 años, fue secretario de Cultura de la ciudad de Santa Fe en 1956, lugar que dejó en tiempos de la presidencia de Arturo Frondizi (1958-1962). Hubo algunos problemas, de los cuales –aclara– salió indemne. Al parecer su desempeño “conformó a las fuerzas vivas” de aquella ciudad. Instalado luego en Buenos Aires, ocupó el cargo de secretario de Extensión Cultural del desaparecido Instituto Di Tella. Estrenó obras en el teatro independiente y en el comercial, algunas de formato convencional y multidisciplinario: realizó adaptaciones de obras teatrales para TV (entre otras Jettatore, Mateo y He visto a Dios), y puso en escena piezas clásicas, como El burgués gentilhombre, de Molière. Entre sus últimos trabajos figuran 300 millones, de Roberto Arlt, y Esperando la carroza, de Jacobo Langsner. Participó de eventos, como el de la carpa levantada en un parque de la ciudad, donde realizó el montaje de un sainete de Alberto Vacarezza con intérpretes que, en algunos casos, hacía tiempo que no pisaban un escenario. Un espectáculo impulsado por Ramón Ortega, entonces al frente de Desarrollo Social: “Palito destinó una partida para que los viejos actores volvieran al teatro. Aquello fue una fiesta”, apunta Paolantonio, hoy cabeza ejecutiva de un Consejo que integran Héctor Tealdi, Jorge Ricci, Raúl Dargoltz y Alejo García, cuyas decisiones son a su vez confrontadas con una representante de la Secretaría de Cultura (Miriam Strat) y los designados por regiones: Carlos Catalano, Rafael Bruzza, Angel Quintela, Oscar Nemeth, Marcelo Lacerna y Ariel Molina.
Si bien el presupuesto esperado para el Instituto es de 7 millones, Paolantonio dice no haber archivado la pelea por los 11 millones: “Esa cifra está presente –afirma–. Pero ocurre que la partida pasa a Economía y no a una cuenta del INT, aun cuando éste es una entidad autárquica, supuestamente, con libertad para disponer de los fondos. Pero la Ley de Emergencia Económica lo impide. Por eso también le pedí al secretario de Cultura, Rubén Stella, que se agilizaran las distintas instancias burocráticas”.
–¿Stella es su único interlocutor?
–Si algo queda varado en Cultura, no tengo problemas en hablar con los funcionarios de Economía. Creo saber cómo dirigirme a ellos, utilizando su mismo lenguaje, el de los números. Durante mi gestión en Santa Fe, no dudé en hablar con quien fuera para pelear por el presupuesto. Claro que con el tiempo aprendí que si uno les iba con un discurso sobre los valores del espíritu no conseguía un peso. De todas formas, creo que la visión sobre la cultura está cambiando. Ahora se incorporan valores que antes no se apreciaban, como considerarla generadora de empleo y reactivante.
–¿Quiere decir que está de acuerdo con quienes relacionan cultura y turismo?
–No exactamente, pero las experiencias en otros países demuestran que se produce una reactivación cuando se instalan parques temáticos, por ejemplo, como el de la Imagen en Francia, que no es Disney sino un centro de expresiones audiovisuales visitado por 13 millones de personas al año.
–Resulta atractivo, pero suele suceder que en la Argentina la instalación de un parque temático aparece como el negocio de personajes dudosos o un emprendimiento de corta vida. ¿Cómo le ha ido en su dirección de La República de los Niños?
–Hace dos años y medio que estoy trabajando allí, y creo que pudimos recuperarla como paseo cultural. Estuvo cerrada durante muchos años, y es comprensible, porque se la veía como un emblema del peronismo. El año pasado cumplió los cincuenta de su fundación. Ahora estamos armando una serie de programas de recuperación de las tradiciones platenses.
–¿Qué es lo que le interesa de los cargos públicos?
–Humildemente, pienso que puedo modificar aquello que dejan a mi cargo. Si me condenaran a quince años de prisión, crearía un coro, un taller literario y algunas cosas más.
–Es un ejemplo extremo...
–Sí, un poco terrible, pero es para que se entienda bien que para mí es muy importante poder experimentar y crear acciones, también allí donde no existen, que me permitan vincularme con la gente. Diría que es una necesidad político-cultural. Nunca me he encasillado en partidos, porque lo que me importa es el trabajo político en la cultura. A mi entender, con esta actividad puedo mejorar algunas condiciones sociales: por ejemplo, darles a los Principitos de Saint-Exupèry un lugar donde expresarse. Yo tuve esa posibilidad en mi juventud. Recuerdo a Miguel Brascó, Fernando Birri y a otros que me acercaron libros y materiales que me ayudaron a crecer. Por eso, a mí me van a encontrar en un teatro pero nunca en un comité.
–¿Se mantendrán los subsidios a los grupos y las salas?
–Sí, pero con modificaciones en cuanto a las exigencias. Este es un asunto que estamos evaluando con los demás integrantes del consejo. Quiero que se sepa que encontré un Instituto ordenado después de dos gestiones muy diferentes. La de Lito Cruz, volcánica, como corresponde a su personalidad y a la de los pioneros, y la de Rubens Correa, menos mediática y más prolija. Rubens se dio maña para pilotear el Instituto en medio de la estrechez económica. A mí me toca seguir mejorándolo.
–¿Tiene asignadas las partidas?
–Sí, y van a ser trimestrales. Todavía no sé exactamente con cuánto vamos a contar, por eso no doy cifras. Trato de no generar expectativas que después no podré cumplir. Este año, la Fiesta Nacional del Teatro se hará en Mar del Plata, entre el 1° y el 12 de mayo. Vamos a recibir el aporte de Daniel Suárez Marzal, director del Teatro Argentino de La Plata. Entre los proyectos está el de emplear técnicas de educación a distancia para capacitar a los grupos de todo el país en materias específicas, como expresión corporal y utilización de la voz. Pensamos trabajar también sobre formación del espectador. Nuestra mayor ambición es elaborar un programa cultural claro, creíble en medio de esta crisis y de tantos discursos autistas de personajes públicos.

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