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Espectáculos|Viernes, 24 de octubre de 2003
“NICOTINA”, DEL ARGENTINO RADICADO EN MEXICO HUGO RODRIGUEZ

Cigarrillos, tiros, líos y cosa golda

Sin más pretensiones que las de un buen entretenimiento, el film encabezado por Diego Luna cuenta con un elenco bien balanceado y una historia policial que se complica y se resuelve a puro plomo.

Por Horacio Bernades
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Diego Luna, un hacker en graves problemas.
Financiada con capitales mexicanos, argentinos y españoles, filmada en México con mayoría de actores de ese origen y escrita, dirigida, producida y fotografiada por connacionales, Nicotina es un esparcimiento multinacional hispanohablante que se expresa en un lenguaje pop. Todo esto resulta altisonante para referirse a un film que no aspira a otra cosa que entretener, y lo hace con tanta modestia como simpatía y convicción. Con guión del argentino Martín Salinas (que escribió Gaby, a True Story y episodios de “Tiempo final”), dirigida por Hugo Rodríguez (porteño radicado en México) y contando como mayor crédito con el ascendente Diego Luna, Nicotina es una comedia de acción narrada en tiempo real y protagonizada por personajes que no dejan de cruzarse. La intriga incluye mafiosos rusos, un hacker tímido, un matrimonio de peluqueros asesinos, un botín de diamantes y un perro molesto. Todo en una sola noche y en unas pocas cuadras a la redonda.
Lolo (Luna, en papel a contrapierna de su carisma natural) es un wizard de la informática, tímido y reclusivo. Su vida cotidiana, reducida a espiar a la vecinita de al lado mediante micrófonos, cámaras ocultas y teléfonos pinchados, se ve bruscamente alterada cuando accede a participar del hackeo a un banco suizo. Lo contratan dos hampones, el Nene (el argentino Lucas Crespi) y Thomson (el mexicano Jesús Ochoa). Emulos latinos de Travolta y Samuel Jackson, en lugar de perder el tiempo peleándose por hamburguesas –como en Pulp Fiction– lo pierden discutiendo sobre si el tabaco trae cáncer o no. La transa consiste en pasarle a un mafioso ruso (Norman Sotolongo, el eslavo más mexicano de la historia del cine) un disquete con la información levantada por Lolo, a cambio de 20 diamantes genuinos. Ya se sabe lo que ocurre en estos casos: uno comete un error, otro se pone nervioso y enseguida están todos acribillándose.
Se sabe también que ahí recién empieza la cosa, que se seguirá complicando cuando el ruso vaya a parar a la peluquería que no debía y se terminará de ir al demonio en el momento en que al vigilante de la esquina se le ocurre cortarse el pelo justo ahí. Al mismo tiempo, el Nene se mete en una farmacia atendida por una esposa harta de su marido, justo cuando éste se mete bajo la ducha y momentos antes de que el lugar se convierta en lo más parecido a un saloon del Oeste, con parroquianos demasiado armados como para que no haya una lluvia de balazos, sangre y cadáveres. A Nicotina no le sobran destellos de gracia ni excesos imaginativos, ni un gran vuelo en diálogos y situaciones. Por suerte, tampoco le sobran a Rodríguez deseos de lucirse con chiches visuales (aunque los hay, sobre todo reencuadres que la técnica digital facilita) ni vueltas de tuerca o agotadores virtuosismos de cámara y montaje. Lo que hay en lugar de eso es una película que no despertará asombro ni mayores sorpresas, pero se deja ver con agrado y cuenta con un elenco impecable. Aparece Daniel Jiménez Cacho (protagonista de Profundo carmesí), impresiona bien Lucas Crespi y refulge la desconocida Rosa María Bianchi (actriz argentina radicada en México), que en su papel de peluquera ambiciosa y letal parecería casi una Lady Macbeth de entrecasa, terrible y risible.

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