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Espectáculos|Domingo, 30 de noviembre de 2003
“ELEMENTAL”, NOTABLE ESPECTACULO DE LA COMPAÑIA CLUN

Un universo de risas y de asombro

La puesta de Marcelo Katz se impone como unidad sonora, plástica y visual, que se nutre de la música, la danza y el teatro de sombras. Un puñado de clowns desopilantes llevan a los chicos a un plano de diversión y encantamiento.

Por Silvina Friera
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“Elemental” se puede ver los sábados y domingos en el C. C. San Martín, con entradas a dos pesos.
No hay desmoronamiento de la ilusión ni de la risa en Elemental, porque la Compañía Clun consigue suspender la incredulidad, con una propuesta que resulta una impactante celebración de la imaginación, la fantasía y la carcajada. Aunque estructurado desde la técnica del clown, el espectáculo, recientemente estrenado en el Centro Cultural San Martín, integra una sucesión de cuadros en donde la música, la danza y el teatro de sombras conforman una unidad sonora, plástica y visual, que produce una sutil transgresión en la percepción: el espectador siente que “sueña” despierto y desearía estar sobre el escenario y jugar con los instrumentos o los globos como si fuera un niño desprejuiciado. Una orquesta clownesca, con un maestro de ceremonias dispuesto a inaugurar un concierto de piano, se va presentando de un modo original: algunos zapatean al mejor estilo Fred Astaire, pero lucen, con sus estrafalarios peluquines, mucho más extravagantes que el memorable bailarín. Una de las mujeres, que tiene sujetada sobre su espalda una batería en miniatura, dispone de dos cucharas con las cuales golpea los tacos de los zapatos de su compañera, que está recostada sobre el piano. La originalidad reside en las complicaciones que cada clown añade, aspecto que dilata el objetivo del concierto y que está en consonancia con la esencia del oficio: subrayar el ridículo del actor y hacer reír en la medida en que intenta superar su propio y aparente fracaso.
El clown, a pesar de todo, sobrevive cayendo de pie, cualquiera sean las dificultades que lo hagan tropezar. Cuando todos los músicos se han presentado (algunos portando instrumentos convencionales; otros, creados por el grupo), las excentricidades se desatan en un concierto sui generis, que impresiona no tanto por lo auditivo sino por lo visual. Excepto el pianista, el resto de la compañía yace en posturas inverosímiles que rompen la convención musical, y si provocan la risa es porque cuesta comprender la tozudez con la que se embrollan gratuitamente, y el empeño con el que huyen de los parámetros razonables de las conductas humanas y de cualquier tendencia hacia la simplificación. ¿Quién le prohíbe a estos desopilantes clowns, devenidos en músicos, divertirse y disfrutar, aunque el goce provenga de los obstáculos? Si lo cómico es lo que está revestido por la inventiva humana y lo que responde a una intención estética, la Compañía Clun enarbola una de sus mejores banderas. A partir de una escenografía sencilla, diseñada por Azul Borenstein, varios paneles blancos se irán desplazando de acuerdo a los distintos juegos planteados por el sólido elenco encabezado por Irene Sexer, Mariana Rub, Silvina Sznajder, Mariano Llona, Ariel Kotlar, Gabriel Cohan, Diego Lejtman, Sergio Kalinosky, Jorge Luis Freire.
La dirección general de Marcelo Katz opta por señalar la importancia del juego en todas sus formas y variantes, de modo que los cuadros cómicos no contrasten con aquellos de factura onírica, como las escenas coreográficas de los globos inflados con helio. De esta manera, la dirección no disocia el efecto cómico del efecto fantástico, la risa del asombro sino que los introduce en una misma perspectiva, que potencia las imágenes, los sonidos y los movimientos. Esos globos, que permanecen flotando en el aire, forman sus propias coreografías mientras los actores, con máscaras blancas que acentúan el clima onírico, bailan y esperan que desciendan para volverlos a elevar. Los niños, especialmente los más chicos, que le atribuyen a los objetos inanimados idénticos atributos que a los animados, se quedan extasiados observando los vaivenes de “las salchichas coloradas” (según los chicos, que las bautizaron de esta manera en la función de estreno), que a veces parecen quedarse como suspendidas en el espacio. A continuación, globos similares, aunque de distintos colores, acompañados por el piano, ofrecen un concierto inolvidable. Sí, los globos suenan, y en el cómo lo hacen subyace el asombro generalizado que provocan.
A diferencia de otros montajes de la compañía, como Allegro ma non troppo y Guillermo Tell, en los cuales la palabra tenía una función relevante, el principio irreductible de Elemental son las imágenes en sí mismas. No es casual, entonces, que los números de teatro de sombra constituyan uno de los hallazgos de la puesta. Gracias a un sobrio manejo en las técnicas de sombra, se puede ver cómo un perro ladra o bien a dos hombres que se achican o agrandan, boxean y luego avanzan contra la platea como si quisieran embestirla. El motor de lo ridículo regresa con la escena de los garrotazos. Los actores, escondidos detrás de uno de los paneles blancos, sólo asoman sus caras. Al ritmo del piano, balancean sus cabezas y tararean un estribillo ramplón. El que ya no aguanta oírlos cantar de un modo tan pueril comienza su “venganza”: un certero golpe y las cabezas se irán desvaneciendo hasta desaparecer. Pero hay uno que resiste, que no se desmaya y el vengador será burlado. Cuando cree que acabó con todos, las cabezas resurgen como hongos. Elemental es un espectáculo que descarta la lógica de lo previsible para regodearse, siempre en beneficio de los espectadores, de la construcción de un universo mágico, fantástico y delirante.

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