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Espectáculos|Miércoles, 3 de diciembre de 2003
DIEGO KOGAN Y FELISA YENI HABLAN DE LOS 50 AÑOS DEL TEATRO PAYRO

“Nunca estamos solos en esta pelea”

Legendario espacio de la resistencia cultural porteña, el Payró cumplió el año pasado medio siglo de lucha, pero recién ahora puede festejarlo con la edición de un libro que celebra a ese símbolo del teatro independiente.

Por Hilda Cabrera
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Kogan y Yeni, madre e hijo dedicados incondicionalmente al Payró.
Durante su infancia, la relación de Diego Kogan con el Teatro Payró era de amor y odio. Al placer de jugar en un espacio propicio a la fantasía se le oponía el encono de saber que ése era el lugar que elegían sus padres cuando lo dejaban solo en su casa. Aquel conflicto duró años, tantos como los que necesitó para, también él, apasionarse por la escena. Se inició en la dirección y el diseño de luces, asistiendo en algunos espectáculos a su padre, el director, iluminador y régisseur Jaime Kogan, fallecido en 1996. Entre sus puestas figuran Criminal, Sueño de una noche de verano, Martha Stutz, Casino, Velada Vian y La lista completa. “Odiaba a mis padres –dice, recordando aquellos primeros años–. Iba a la escuela por la tarde y cuando volvía no estaban o se preparaban para salir. Regresaban tarde, por la noche, y me encontraban en la cama de ellos y con todas las luces encendidas. Con mi hermana Luchy, menor que yo, decíamos que los hermanitos Kogan eran tres: nosotros y Robertito J. Payró.” Pasó el tiempo y el encono fue cediendo. Hoy, el mismo Diego y su madre, la actriz Felisa Yeni, asumen que el teatro es una pasión familiar. La sala que conducen cumplió ya 51 años, contados desde la fundación con el nombre de Teatro de Los Independientes, porque así se llamó el grupo que la condujo en su primera etapa. Lo integraban, entre otros, el actor y director Onofre Lovero. En diálogo con Página/12, madre e hijo aluden al traspaso y a la entonces nueva denominación de la sala bajo el liderazgo, a partir de 1967, de Jaime Kogan.
Ubicado en San Martín 766, este espacio fue desde su creación símbolo de teatro independiente y resistencia cultural, sobre todo en los años de la última dictadura militar. El Payró –llamado así en homenaje al narrador, dramaturgo y periodista Roberto J. Payró, autor, entre otras piezas, de Sobre las ruinas y Marco Severi– atravesó un 2003 económicamente difícil. Sin embargo, no se encuentra allí quien baje los brazos. En esa sala se presentaron tres libros, y hubo festejo. La alegría se debió al lanzamiento de El Payró (cincuenta años de teatro independiente), de la investigadora y crítica teatral Celia Dosio, editado por Emecé, y otras dos publicaciones de Teatro Vivo, colección que dirigen Arturo Goetz y Susana Torres Molina. Una es el texto de El informe del Dr. Krupp, pieza montada este año en el Teatro Cervantes, cuyo autor, Pedro Sedlinsky, ha merecido elogios y premios por varias de sus obras: Dibujo sobre un vidrio empañado, La mano en el frasco en la caja en el tren, Sangre huesos piel alma. La publicación de El informe... es prologada por la dramaturga Lucía Laragione. Otra es el texto de Las razones del bosque, pieza experimental sobre temas del autor ruso Anton Chéjov, creada por Patricia Zangaro, autora de Pascua rea, Auto de fe... entre bambalinas y otras. Las razones..., estrenada en el Payró, fue dirigida por Diego Kogan en la temporada 2002.
–¿En qué situación se encuentra el Payró?
Felisa Yeni: –Desde el año pasado hasta hoy pudimos realizar los proyectos teatrales. Norma Aleandro estrenó aquí su obra De rigurosa etiqueta; también estuvo Eduardo Pavlovsky con Potestad; Diego dirigió en Las razones del bosque al equipo del teatro y otros elencos presentaron Beckett Uno, El retrato del pibe, Umbral, Palabra de Borges. Julio Chávez trajo su obra Maldita sea la hora y organizamos algunos recitales. Habíamos aspirado a mucho más, pero fue una época dura. Ya estamos pensando en armar la producción para el 2004, y nos esperanzamos en que las dificultades no nos coman las neuronas.
Diego Kogan: –Vivimos en una continua paradoja. Por un lado, están los problemas y por otro estos logros, como el de presentar tres libros en un mismo día. El texto de Celia Dosio debía haber salido el año pasado, cuando festejamos los 50 del Payró, porque fue en 1952 que Onofre, con “ostinato rigore”, como le gusta decir, “inventó” un teatro en este subsuelo, que era un lugar de depósito de Ferrocarriles Argentinos. Nos alegramos de que, finalmente, Emecé sacara este libro que cuenta nuestra historia. Así como el año pasado hicimos una dramaturgia sobre el pensamiento y las obras de Anton Chéjov, en el 2004 pensamos estrenar otra obra de investigación, pivoteando en Salinger, el autor de la famosa novela El cazador oculto.
–En el libro de la investigadora Celia Dosio se cuentan varias anécdotas, una de éstas relacionada con la obra El señor Galíndez y con la actriz Pura Azorey. ¿Qué significado tienen para ustedes estas menciones?
D. K.: —Pura Azorey murió, pero su fantasma quedó en el Payró. Esa es nuestra leyenda y la defendemos. En realidad, apenas si recuerdo a Purita, porque entonces era muy chico. A mi madre le gusta contar que cuando ella y Berta (Drechsler) Goldenberg dejaban el escenario después de una escena de El señor Galíndez en la que aparecían medio desnudas, Purita las esperaba, las cubría con unos toallones y les daba de beber un té caliente. Es a ella a la que dedico el texto que escribí como introducción a Las razones del bosque.
F. Y.: –Con El señor Galíndez, de Pavlovsky, que dirigió Jaime, pudimos salir de gira. La obra fue invitada al Festival de Nancy y después a otros encuentros europeos y americanos. Antes de esta obra no había aparecido tan claramente en el teatro el tema de que la tortura era una herramienta del sistema y no un hecho aislado. Pavlovsky tuvo que exiliarse por esta obra. La veníamos dando desde la temporada anterior hasta que sufrimos un atentado de la Triple A. Eso fue el 22 de agosto de 1974, a dos años de los fusilamientos en Trelew. La bomba hizo volar el frente del teatro. Recuerdo que a pesar del atentado continuamos con la programación. Ese año estrenamos nueve obras, y el público nos acompañó.
–¿Sigue existiendo un público capaz de acompañar?
D. K.: —Creemos que sí. A nosotros este lanzamiento de libros nos sirve de catalizador, porque a veces cuesta mantener el ánimo. Si decaemos tenemos quien nos apoye. Formamos un equipo de dirección del teatro junto con Marta Soriano y Cristian Stevenot, que son además grandes amigos. Y está Fabiana Lusardi, nuestra jefa de sala, que trabaja con nosotros desde hace 25 años. Mi hermana Luchy está cuando la necesitamos.
F. Y.: —A veces nos asalta el miedo, porque los lazos sociales se han ido deteriorando, pero nos sucede que de pronto se abre una posibilidad de intercambio y entonces nos sentimos menos individualistas.
–¿Les cuesta sostener una sala con tanta historia acumulada, con episodios de atentados de grupos nacionalistas y de ultraderecha, como Guardia Restauradora, Tacuara y Triple A, con presiones de la SIDE y amenazas de desalojo, y a pesar de todo eso haber ofrecido programaciones libres y artísticamente ambiciosas?
F. Y.: –Emprender cualquier tarea con el convencimiento de que debe hacerse con absoluta libertad siempre tiene un costo. Cuando hubo censura no nos quedamos quietos: hicimos lo imposible para que el miedo no nos paralizara. Hoy es diferente: lo que nos puede aplastar es la falta de dinero. Pero siempre alguien nos da una mano. Nunca estamos solos en esta pelea.

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