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Espectáculos|Viernes, 5 de diciembre de 2003
RONNIE ARIAS EXPLICA SU BATALLA CONTRA EL GRAN MACHO ARGENTINO

“Por fin nos estamos relajando un poco”

Es impudoroso y desvergonzado, pero sobre todo es un gran comunicador. Logra que sus entrevistados –desde una ama de casa hasta un granadero– entren en el código que él propone. Carta abierta de Fernando Peña.

Por Julián Gorodischer
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En sus entrevistas, Ronnie es el primer sorprendido.
La suya es la batalla contra el “gran macho argentino”. Ronnie Arias visitó, en 2003, algunos lugares imprevistos: ya no la marcha gay (“no me invitan...”) o el casting de Popstars, como en el comienzo, sino el desfile militar, el viaje de egresados, la popular de Boca, la exhibición de motos viejas. El movilero de Kaos respetó, en cada viaje, su religión: el chiste verde. Dame la bala, dijo al granadero, y, entre ambos, repentina, surgió la complicidad de la media sonrisa. Sobre la moto, el marido heterosexual le enseñó cómo coger y Ronnie no lo pasó al aire: “Tenía un chongo encima, era demasiado”. Frente a su paso ondulado (en zigzag, rapidísimo como las palabras que derrama), se derrumbaron: el grito del hincha, el cuerpo tieso del granadero, la mirada escrutadora del barrabrava, la prepotencia del egresado frente al enanito de jardín (como lo definió Celeste Cid). ¿Cómo? El protocolo indica: ponerle al tipo la mano en la entrepierna (“... no sabés cómo los desarma”), hacer un paneo veloz y lanzar un dardo con ponzoña: “Mirátela, se te puso dura”. Nunca le devolvieron el puñetazo.
–La gente se está abriendo; vivimos un gran quiebre familiar que empezó el 20 de diciembre de 2001. Fue como enterarse de que tu hermana es drogadicta o que tu papá tiene sida. Definitivamente cambiaron las vidas privadas de los argentinos, una vez que entendimos que somos esto. Fue liberador: primero tuvo que pasar una crisis horrible en la que todos tuvimos que padecer, y después del sufrimiento, nos estamos permitiendo ser más relajados.
–Es interesante pensar ese punto de ruptura de lo privado después del 20 de diciembre.
–Se ve hasta en la alimentación, en los modos de servir la comida, en la propina que dejamos. Lentamente nos estamos educando, tomamos respeto al otro y le damos valor al trabajo al ver que tanta gente está desocupada. Con los looks pasa lo mismo: todo está más buenamente empobrecido, se impusieron la feria americana y la ropa de marca argentina.
¿Acaso sería posible pensar un Ronnie Arias antes de la crisis del 2001? Su biografía responde: él era productor de televisión (de Susana Giménez) y locutor de radio (FM Energy) en las sombras hasta que después de 2001 comenzó a formatear el nuevo movilero, absolutamente distante de la inclemencia del CQC o la demagogia del cronista de miseria. Armó “la loca tonta” –dice–, que no intenta ser especialmente cínico, ni se detiene en el duelo verbal, pero exhibe otras armas: el relojeo y la mano boba. Para ganar la cruzada que es toda entrevista, Ronnie Arias no mira, escruta, y entre tanto desliza la manito como en el subte repleto, movimiento casi disimulado por la vibración general del cuerpo hiperquinético. El suyo es un juego, dice, no hay que tomárselo a mal, y si no aprendan (insiste) de sus favoritas: Araceli (ver recuadro) o Celeste Cid, que lo intimida por su rapidez mental. Pero, ¿es tan hábil, tan estratega Ronnie Arias para evitar la paliza del macho ante el acoso? ¿O el que cambió es el entorno?
Se lo vio, en las escenas más enrarecidas de este año. Esperó en el baño de una disco de Bariloche mientras una cola larguísima de egresados pedía turno para darle un beso. El nuevo viaje, en 2003, no es lo que se recordaba: la marea de gritos y vivas del chabón y el fierita. “Apostaban a ver quién me daba más piquitos, revela el imputado” (¡eran menores!). Se lo vio también besando presos en el patio del penal (“Pamela, es Ronnie Arias, es una vez en la vida”, dijo uno a su esposa), o palmeando las nalgas al jinete arriba del caballo con el imprescindible remate de fondo: “¡Cómo lo montás!”.
–El cronista Ronnie siempre parece estar poniendo la cabeza para que se la corten.
–Ellos me hacen los chistes a mí: yo en ningún momento soy más que nadie. Yo quedo, a veces, como un bruto o ignorante. Si le pregunto a Celeste Cid si se está garchando a Claudio Villaruel, es porque antes ella me dijo que parezco un monstruo enano de los que están en la puerta del Teatro Colón.
–Y, frente a esa “estrella”, elige combinar el elogio y el palazo, como si fuera una alternancia entre el integrado y el crítico...
–Ese es el gancho del personaje: se parece mucho a la pseudoidiotez de Susana. Hay que saber hacer el balance: permitirse decir “te queda horrible” pero escuchar después el “y mirate vos”.
–Con su aparición, quedan deshechos ciertos mitos del periodismo, como la asepsia o la inhibición sexual frente al entrevistado.
–Mi maestra es Mirtha: ella te pregunta cualquier cosa, no sigue ninguna regla de manual de periodismo. Puede ser ridículo que me compare, pero de ahí tomo esa impunidad. Yo miraba a Mirtha para ver cómo preguntaba y cómo decía. Susana también se quiere garchar a Pablo Echarri. El flirteo, o pasar el dedo por la entrepierna, es una forma de romper una barrera. Néstor Ibarra no lo haría. Así desarmás al entrevistado que piensa que podés llegar a cualquier cosa.
–¿La clave, en tal caso, es el chiste verde?
–El humor de los tipos, gays o no gays, pasa por el sexo. El cerebro del gay y del chongo es el mismo: tetas o porongas para una misma obsesión sexual. No sé si la mujer está todo el tiempo pensando en pijas; a lo sumo piensa en una y que sea grande. El hombre está pensando en todas.

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