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Espectáculos|Jueves, 21 de marzo de 2002
“CODIGO DE HONOR”, DIRIGIDA POR SEAN PENN

Un policía fatalista

Helen Mirren, Benicio del Toro, Vanessa Redgrave y Jack Nicholson, que brilla como el policía que se resiste al retiro para resolver un asesinato, encabezan el elenco del notable nuevo film del actor.

Por Luciano Monteagudo
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Al borde del retiro, Jerry Black investiga el crimen de una niña.
Al detective Jerry Black (Jack Nicholson) no le basta con que sus compañeros le hagan una bulliciosa fiesta de despedida y le regalen un pasaje a California para irse tranquilamente a pescar, que es su pasatiempo favorito. Fueron demasiados años en la policía de Nevada como para retirarse así como así, de un día para el otro. Basta con que alguien reciba una llamada de emergencia para que Black –esa misma noche, cuando se supone que debería estar brindando– se dirija a la escena del crimen. Una nena de siete años apareció violada y mutilada en medio de la nieve. Nadie se atreve a informar a sus padres. Será él quien asuma la responsabilidad de hacerlo. Será él –que no parece creer en nada– quien se sienta obligado a jurarles a sus padres que encontrará al culpable, “por la salvación de mi alma”. Será Black quien, por mantener esa promesa, se vaya internando poco a poco en una obsesión más oscura que su propio nombre. Como si por el sólo hecho de pronunciar la palabra salvación hubiera encontrado su propia condena.
Esa promesa de la que habla el título original del film (The Pledge) es el primer motor de Código de honor, el tercer largometraje como director del actor Sean Penn, después de dos excelentes trabajos: Bajo la misma sangre (1991) y Vidas cruzadas (1995), donde Jack Nicholson también exorcizaba sus demonios interiores. Aquí Jerry Black es un buen policía, pero policía al fin, uno de esos que nunca pueden dejar de serlo. El caso parece cerrarse rápido, demasiado rápido para Black. Un vagabundo de sangre india (Benicio del Toro, casi irreconocible) es visto cerca de la escena del crimen y todo, empezando por sus antecedentes, parece incriminarlo. Pero algo –quizás su instinto de viejo cazador, o simplemente su resistencia a pasar a retiro– le hace pensar a Black que el de la niña no es un caso aislado. Quizás hubo antes otros crímenes similares en la región, que quedaron sin resolver. Y si los hubo, y no se aclararon, pueden volver a ocurrir.
El guión de Código de honor –inspirado en una novela del escritor suizo Friedrich Dürrenmatt, publicada hace casi medio siglo– tiene la virtud de no forzar las situaciones, de ir dejando espacios abiertos y provocar una inquietante ambigüedad. Al fin y al cabo, no es mucho lo que Black tiene en un principio para sostener su teoría. Apenas el testimonio de la abuela de la chica (Vanessa Redgrave) o las dudas que le plantea una psicóloga infantil (Helen Mirren). El encuentro de Black con una mujer separada (Robin Wright Penn), a cargo de una hija pequeña, lo confundirá aún más, como si ya no supiera si lo que hace lo hace por los demás o por sí mismo.
Allí donde otras películas recurren a los clichés y a los estereotipos del thriller, con persecución y venganza incluida, Código de honor en cambio prefiere apartarse drásticamente de ese camino para sumergirse en la obsesión de Black, en su recóndito mundo personal. Uno de los méritos de Penn como director es el haber sabido extraer lo mejor de Jack Nicholson sin permitirle ninguno de los excesos a los que a veces es tanafecto. No sólo lo rodeó de un elenco excepcional, donde cada pequeña aparición está a cargo de una gran figura, sino que parece haber compenetrado a Nicholson con la discreción y la sobriedad que, en general (salvo alguna alucinación que parece estar de más), dominan todo el film. Hay una suerte de fatalismo que impregna sutilmente todo el relato y que Nicholson parece cargar sobre su espalda como si fuera una penitencia, el dolor de una promesa imposible de cumplir.

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