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Espectáculos|Jueves, 21 de marzo de 2002

El regreso con gloria de Peter Pan al viejo país de Nunca Jamás

La nueva versión de las aventuras del clásico personaje no corre la triste suerte de otras secuelas de la factoría Disney. El dibujo animado ostenta una dinámica ausente del film original y a la vez recupera un lirismo perdido.

Por Horacio Bernades
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Esta segunda parte de Peter Pan aparenta ser otra de la larga serie de secuelas que la fábrica Disney viene manufacturando desde mediados de los años 90, con la sola intención de seguir sacándoles el jugo a exitazos como Aladino, La sirenita, El Rey León y hasta La cenicienta y La dama y el vagabundo. Pero algo diferencia a este El regreso al país de Nunca Jamás de todas ellas: esta vez no se trata de un subproducto destinado a su rápida explotación en video, sino de una película de cine, con todo lo que ello implica.
Estamos aquí frente a un caso raro, dentro o fuera de la casa Disney: el de una secuela que no sólo no desmerece la original, sino que la supera. Es verdad que la Peter Pan de 1953 no era un mojón tan inalcanzable: se trataba de un clásico menor, por debajo de la media de Disney y del relato original de Sir James Barrie. Versión corregida y mejorada, esta nueva Peter Pan pone las cosas en su lugar. Típico recurso para justificar la continuidad, El regreso al país de Nunca Jamás hace foco en una segunda generación: pasaron unos 40 años desde aquella primera aventura, y Wendy creció tanto que ahora está casada y con hijos. La historia vuelve a tener lugar en Londres, pero ahora son tiempos de Segunda Guerra, vuelos rasantes, alarmas y refugios antiaéreos. Acierto del guión, el endurecimiento de la realidad justifica, más aún que en la primera Peter Pan, la necesidad de fugar a través de sueños y fantasías.
En ausencia del padre reservista, y ante el recurso a la fantasía de mamá Wendy y el pequeño Danny –que huyen en la imaginación al país de Nunca Jamás– Jane, la hija mayor, funciona como la rebelde de la familia, oponiendo sensatez y realismo a esos vuelos fantasiosos. Pero cuando el sueño la venza, ante el dintel de su ventana se presentará un buque pirata, para alzarla hasta aquella estrella lejana donde el duendecillo verde, el bucanero manco, el hada en miniatura y los demás siguen librando sus prolongadas guerras acuáticas. Si el tiempo pasó en la Tierra, en aquella dimensión paralela Pan, Campanita, Garfio y el resto siguen idénticos a sí mismos. Ya se sabe: los mitos ignoran el tiempo histórico.
Si en líneas generales el guión se limita a calcar el de la película original (la niña será iniciada en el vuelo, la magia y la aventura por sus pares imaginarios), algún anacronismo luce como concesión al gusto contemporáneo, como cuando Pan hace una innecesaria referencia al béisbol. Ya no está el famoso cocodrilo que funcionaba como Moby Dick para ese Ahab de bigotes llamado Garfio, pero en su lugar aparece un gigantesco pulpo, que también intentará devorarse al pirata. En lugar del tic tac del reloj tragado por el cocodrilo, se oye ahora –bonito diálogo con la original– el clap clap de sus tentáculos. Tratándose de un producto Disney, las canciones melosas (y dobladas al castellano) son algo así como un inevitable daño colateral, ante el cual no queda más remedio que la resignación.
Chica seria pero carismática, Jane reivindica la mejor tradición expresiva de la casa Disney, que en la Peter Pan original se echaba en falta. Pero si hay un aspecto en el que este Regreso... supera netamente a aquélla, es en el terreno mismo del dibujo y la animación, que allí no excedían lo rutinario y acá lucen tan dinámicos como debían, con unosfondos que –lejos de la chatura y la dureza de aquella versión– cobran vida propia y se integran plenamente con figuras y primeros planos. Se restituye, finalmente, el lirismo presente en el relato de Sir James Barrie, sobre todo en las escenas de vuelo y en aquéllas en las que Campanita rocía sus dorados polvillos de hada. Pero si una queda marcada a fuego es esa, bellísima y nocturna, en la que el buque corsario, desafiando todo sentido de realidad, surca el cielo de Londres como si se tratara de un zeppelin majestuoso y temible.

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