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Espectáculos|Lunes, 2 de febrero de 2004

Los acordeones de Tarragó se merecían otra vuelta

No podía ser de otra manera: las últimas horas de Cosquín dejaron otra polémica, cuando se le negó otro bis a la Tarragoseada. Brillaron Jairo y Pedro Aznar y anoche se ofrecía la luna “de yapa”.

Por Karina Micheletto
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Los cien acordeonistas produjeron una de las postales más impactantes del festival cordobés.
El triunfo de Mariana Carrizo y Néstor Garnica como Consagración marca un cambio importante.
Desde Cosquín

Con un cierre oficial el sábado, y una noche de yapa el domingo al mando del Chaqueño Palavecino, llegó a su fin el Festival Mayor de Folklore. El final oficial tuvo como protagonistas de la noche a Antonio Tarragó Ros y la Tarragoseada de cien acordeonistas de todo el país que armó en homenaje a su padre –y que provocó un silbatina de varios minutos cuando les negaron el bis que pedía el público–, Pedro Aznar y Jairo, que actuó fuera del horario de televisación, sobre las tres de la mañana. También consagró, como todos los años, a los artistas más destacados y reconocidos por el público. Este año el Premio Consagración fue compartido por la coplera salteña Mariana Carrizo (destacada por Página/12 en una entrevista el viernes pasado) y el violinista santiagueño Néstor Garnica. A diferencia de otros años, esta vez los elegidos cumplieron por derecho propio con los requisitos necesarios para obtener esta importante distinción.
Como todos los años, la polémica por la forma en que se encara la programación de la plaza, por los que quedan adentro y los que quedan afuera sin una lógica aparente, por lo que cobra cada uno, dominaron la escena de lo que se ve por televisión. Como todos los años, también, el sentido del festival trascendió los límites de la plaza Próspero Molina y de la televisación, que seguramente le espanta muchos potenciales clientes a Cosquín, con esa soñolienta sucesión de números presentados pomposamente y con un sonido dudoso. Más allá de los errores de programación y del manejo de los fondos de Cosquín, que siguen siendo administrados a discreción y sin consenso colectivo previo, como si fuera un emprendimiento privado, el dato de los ganadores del Premio Consagración no es menor, y marca un cambio importante en la dirección a la que debiera apuntar el festival.
Carrizo y Garnica, los dos artistas consagrados, tienen una sólida trayectoria en la música popular argentina, aunque no se los escuche tanto en radio y televisión. Los caminos que recorrieron fueron más lentos, pero también más auténticos, y no tienen que ver con la construcción marketinera a la que se someten muchos otros artistas. Ninguno de los dos tiene detrás un aparato de representantes que pueda haber presionado para la obtención del premio (una práctica habitual por estos pagos), y sí tuvieron, en cambio, el reconocimiento del público en sus respectivas actuaciones. Muchos artistas populares se sintieron representados por esa coplera que levantó a la plaza solita con su caja; muchos músicos que se quemaron las pestañas estudiando admiraron la técnica y el sentimiento que transmite Garnica con su violín. Después del festival oficial, los dos tuvieron otro premio con el recibimiento que se les brindó en las peñas que de alguna manera los identifican: la coplera fue presentada por los dueños de casa en la peña del Dúo Coplanacu, y vivada por el público como en una cancha de fútbol. Garnica tuvo su reconocimiento en el Bunker Sachero de su primo Duende Garnica, autor de la chacarera El olvidao, que forma parte de su repertorio habitual.
La noche del sábado tuvo sus mejores momentos con Los Cuatro de Córdoba y su repertorio habitual, Pedro Aznar, Antonio Tarragó Ros y Jairo. Aznar dejó claro que tiene pasta de sobra para interpretar temas como Zamba del carnaval, Como la cigarra y Qué he sacado con quererte, de Violeta Parra, pasados por el tamiz de su estilo distintivo. A su turno, Antonio Tarragó Ros dedicó el espectáculo “a mi hermana Teresa Parodi” (la cantante sufrió una descompensación cardíaca hace pocos días), y armó un revuelo importante junto a cien acordeonistas de todo el país reunidos en un homenaje a su padre, “el rey del chamamé”. Como en una gran fiesta litoraleña, los acordeonistas (y algún que otro bandoneonista), vestidos con ropas tradicionales, descerrajaron chamamés y sapucays varios, algunos con la voz de Gregorio de la Vega, el cantor de toda la vida de Tarragó Ros padre. “Me he pasado todo el espectáculo llorando, que Dios nosbendiga con esta música que significa para nosotros todo”, dijo entre lágrimas el chamamecero. No hubo espacio para muchos temas, y tampoco para el bis que exigió el público durante varios minutos, con una silbatina que se hacía cada vez más densa. Los organizadores no cedieron el espacio, los locutores zafaron como pudieron (mal), y el artista que les seguía, Daniel Vaca, no la pasó bien.
Tarragó Ros, que tiene su carácter, se encargó de dejar sentado su disgusto detrás del escenario. Tampoco le gustó mucho a Jairo que su show, uno de los más importantes de la noche, quedara fuera del horario de televisación. El cantante de Cruz del Eje recién subió al escenario sobre las tres de la mañana, y terminó cerca de las cuatro y media. Durante su actuación presentó algunas composiciones del disco que editará en marzo, Ferroviario, y clásicos de su repertorio como Antiguo dueño de las flechas (Indio Toba), el tributo a Atahualpa Yupanqui Soy libre y Milagro en el bar unión. Los bises también fueron con dos clásicos suyos a capella: Milonga del trovador y el infaltable Ave María.
Al cierre de esta edición, terminaba la noche de yapa con el Chaqueño Palavecino presentando a grupos como Los Tekis, Los Amigos, Vale 4 y Amboé, y con una nueva actuación de Mariana Carrizo. Las calles de Cosquín, mientras tanto, empezaban a dar una nueva vuelta de página, y bares y comercios se llenaban de afiches y remeras del Cosquín Rock, que arranca este jueves. La ciudad vive de esto y, como se sabe, el festival debe continuar.

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