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Espectáculos|Martes, 3 de febrero de 2004
RITA TERRANOVA ADAPTA A HENRY JAMES

Un teatro del terror

La actriz se animó a realizar la dramaturgia y dirección de Otra vuelta de tuerca, una inquietante historia que el autor escribió en 1898, y en la que el miedo opera a través de sugerencias y ambigüedades.

Por Silvina Friera
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Terranova estrena su puesta este viernes, en el teatro Regina.
La más monstruosa e increíble historia de fantasmas comenzó a “escribirse” durante una cena en enero de 1895. El arzobispo Benson le contó al escritor Henry James (1843-1916) una pequeña anécdota sobre una pareja de niños que vivía en un lugar inhóspito. Los espíritus de ciertos criados “malvados”, que habían fallecido cuando estaban al servicio de la casa, aparecen con la intención de “atrapar” a las criaturas. James, azorado por el diamante en bruto que le ofrecía el arzobispo, se encargó de pulir el relato. El resultado fue la novela Otra vuelta de tuerca, publicada en 1898. No hay cadáveres ni crímenes ni sangre ni vampiros porque James, que calificó a su nouvelle como “un cuento fantástico puro y simple”, se propuso prescindir de los mandatos que regían el género de terror. La actriz Rita Terranova, devota de la ondulante prosa del escritor estadounidense, se animó a realizar la dramaturgia y la dirección de esta compleja novela, que se estrenará este viernes en el teatro Regina (Santa Fe 1235). “Quiero hacer misterio porque los prejuiciosos dicen que el misterio es monopolio exclusivo del cine. Sin embargo, el teatro es el vehículo más grande para desarrollar la imaginación, es una experiencia vital inolvidable”, explica Terranova en la entrevista con Página/12.
“Seguí algunas directivas muy precisas de la obra, sólo me limité a hacerle una dramaturgia. Pero no tomé una posición porque James construye un final apto para que sea el espectador el que lo interprete. La ambigüedad, uno de los recursos que maneja el autor, está respetada, como también la época victoriana en la que transcurre”, señala Terranova. “Necesitaba, desde lo dramático, alguien que se llevara a los chicos y que cambiara algún mueble. Ese personaje, por alguna razón, se quedó mudo, y me pareció interesante que fuera la hija secreta del ama de llaves. Esa es una licencia que me tomé sin agregar textos. Además, le puse un nombre a la institutriz, Helen, porque en ciertos diálogos molestaba que no lo tuviera”, aclara la actriz y directora, que comenta que en 1954 Delia Garcés protagonizó una versión teatral de la novela de James.
Al cumplir 20 años, la hija menor de un modesto vicario de Hampshire viajó a Londres para solicitar un trabajo anunciado en el periódico. Un caballero inglés, a cargo de dos pequeños niños huérfanos, hijos de su hermano, contrataría a la joven como institutriz. Flora y Miles, hasta ese momento, estaban acompañados por la señora Grose, ama de llaves de la mansión de Bly, donde sucederán las espeluznantes apariciones de la señorita Jessel, la anterior institutriz, y de Peter Quint, un criado. La interpretación más tradicional sostiene que los sirvientes difuntos, en un arrebato de maldad sobrenatural, regresaron para perseguir a los niños. Los críticos que adhieren a las teorías psicológicas, en cambio, afirman que sólo la institutriz estaba poseída por los demonios, que los fantasmas y la atmósfera de corrupción que rodea a los niños no son más que el producto de su frustración sexual.
Terranova, fiel al criterio de James, dice que la historia puede ser leída en uno u otro sentido por la ambigüedad de un terror que en la estructura narrativa es de cocción lenta. “La sensibilidad femenina está retratada como los dioses porque no sabemos, al terminar la novela, si las apariciones están relacionadas con la hipersensibilidad de la institutriz o con fantasmas reales”, añade la actriz, que desde chica lee a James con fruición. El primer libro que devoró fue La heredera. Luego siguieron Otra vuelta de tuerca, La fontana sagrada, Los Europeos, El americano y Los papeles de Aspern, que le gustaría adaptar teatralmente y que acaso sea su próximo desafío. “En la Argentina estamos acosados por fantasmas todo el tiempo. Me surgieron las ganas de hacer esta novela después de sentir muy fuertemente el miedo. Hubo un momento en que empecé a sentir pánico de vivir en Buenos Aires”, confiesa la actriz, secretaria general de la Asociación Argentina de Actores, que recibió amenazas telefónicas y mensajes por e-mail a fines del 2003.
La puesta de Terranova, con funciones los viernes y sábados a las 23.15, se sustenta en las interpretaciones de Inda Lavalle, Verónica Pelaccini, Renata Marrone, Magalí Ruiz Díaz, Flavio Lavalle y Sol Soldano. “Hay algunos efectos de magia –comenta–, pero utilizados como si los produjeran los fantasmas. Para la escena en que la institutriz sale a enfrentar los fantasmas con una vela se utiliza toda la sala como si fuera la mansión.” ¿Qué papel juega la institutriz? “Emocionalmente pervertida”, según Edna Kenton, representa “una variación de un tema familiar en James: la soltera anglosajona frustrada”. Terranova prefiere no hacer hincapié en esta cuestión. “Es una mujer sola, instruida, que no se casó. Siempre me interesó el tópico del servicio doméstico. Viven en casas ajenas, en un ámbito que no les pertenece, pero están muy influidas por ese entorno. Esto crea un ambiente vinculado con el dolor de la falta de pertenencia, la sensación de abandono y soledad.”
“Mi madre era pastora protestante y una de las cosas que me impacta de la obra es la lucha entre el bien y el mal. Cuando uno sale a la vida y le dicen que Dios es el bien y sólo el bien triunfa, como le enseñaron a la institutriz, cuando empieza a chocar con el mal no tiene armas”, sugiere Terranova. “James sostenía que el terror se podía hacer sin sangre porque el peor de los terrores es el psicológico, que brota de los propios miedos. Esta es una historia de fantasmas, no porque aparezcan sino porque te conecta con tus propios fantasmas”, subraya. “Los que padecimos la dictadura vivíamos como la institutriz: seguíamos fantasmas y algunos eran realidades. El terror nos pega como sociedad porque quedamos con miedo. Yo tenía 18 años cuando empezó la dictadura y me hice adulta en un régimen de miedo.” Al respecto, Terranova opina que “olvidar no implica no tener memoria. También significa perdonar. Los argentinos perdonamos, seguimos adelante y, sin embargo, no corregimos. No damos otra vuelta de tuerca. Pero soy optimista porque creo en el ser humano”.

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