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Espectáculos|Jueves, 19 de febrero de 2004
“CAPITAN DE MAR Y GUERRA”, DE PETER WEIR, CON RUSSELL CROWE

Mucho más que las olas y el viento

El film del australiano Weir pone la tecnología del nuevo siglo al servicio de una aventura fascinante, con el mar y sus hombres como protagonistas excluyentes. “Peter Pan”, en tanto, rescata la novela de J. M. Barrie en una adaptación ajustada, que no elude más de un interrogante.

Por Martín Pérez
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Crowe entrega uno de sus mejores trabajos, en una
película que arrasó con diez nominaciones para el Oscar.
“No es viejo, está en su mejor momento”, opina el capitán Jack Aubrey de su nave, el “H. M. S. Surprise”. Aun cuando a duras penas ha logrado escapar del asedio del “Acheron”, una nave francesa más grande, más rápida y con más cañones que la suya. Pero, lejos de sentirse frustrado y con ganas de abandonar el desafío, Aubrey recogerá el guante y navegará detrás de su ballena blanca, en una aventura que comienza frente a las costas de Brasil hasta llegar al Cabo de Hornos, para terminar cerca de las Islas Galápagos. Un duelo entre dos barcos, uno francés al servicio de Napoleón y otro inglés y orgulloso de formar parte de la armada del almirante Nelson. Y en transcurso del cual Aubrey no sólo pretenderá demostrar que no ha pasado la hora para el “Surprise”, al que conoce como la palma de su mano, sino que él también está en su mejor momento.
Pese a que abre y cierra con sendas batallas, lo que en realidad cuenta Capitán de mar y guerra es la vida en alta mar a la hora de la aventura. Como pocas veces lo ha hecho el cine de acción en los últimos tiempos, el australiano Peter Weir entiende que no hay mejor aventura que ingresar en un mundo ajeno antes que violentarlo hasta hacerlo contemporáneo, y eso es lo que defiende en su adaptación cinematográfica de la obra de Patrick O’Brian, que termina siendo antes que nada un curso de iniciación sobre la vida en alta mar en la época de los corsarios. Según nada menos que Winston Churchill, los tres pilares de la tradición naval británica son el látigo, el ron y la sodomía. Tal como muy apropiadamente escribió A. O. Scott en su crítica del New York Times, en Capitán de mar y guerra aparecen claramente destacados dos de esos tres pilares. Y en lo que respecta al tercero, sólo se puede decir que durante las casi dos horas de metraje de la película del australiano Peter Weir lo femenino brilla por su ausencia.
Apenas si asoma por ahí el rostro de una bella nativa brasileña que llama la atención de Aubrey desde los botes que se acercan a su barco en una de las primeras escalas, y también hay un plano para un pequeño portarretrato con la foto de su mujer, a la que le escribe una carta que es rápidamente abandonada al recibir noticias sobre su misión. Habría que sumar un brindis pletórico en risotadas cómplices: “A esposas y amantes... para que nunca se encuentren”. Pero es precisamente esa hábil y decidida construcción de un universo autónomo y masculino la clave principal detrás de los sorprendentes logros cinematográficos y narrativos de la película protagonizada por Russell Crowe, que tuvo un presupuesto de más de 150 millones de dólares y recibió diez nominaciones al Oscar.
Transformado en una estrella del cine de acción a caballo de Gladiador y doblando la apuesta con su protagónico en Una mente brillante, Crowe entrega aquí tal vez el mejor de sus trabajos posibles encarnando al decidido pero humano Aubrey, una interpretación que aparece como injustamente relegada –especialmente a juzgar por sus premios anteriores– a la hora de las nominaciones. A su lado vuelve a aparecer Paul Bettany, haciendo de contraparte civilizada y anárquica al rigor guerrero que encarna Aubrey, como el médico de a bordo y compañero al contrabajo del violín que sabe tocar su capitán cuando llega el momento de distenderse.
Su papel, además, sirve para dejar en claro que el discurso monárquico y patriótico de Aubrey a la hora de alentar a los hombres no es el de la película, sino el de la época. De la que también abreva la rebeldía libertaria que presenta el personaje de Bettany –irlandés al fin–, claro que sólo en privado y hablando con su amigo antes que con su capitán.
El lugar de la ciencia y la superstición en la época y en el mar, los principios de la autoridad y el mando, y los mundos separados y coincidentes de oficiales y marineros: todo es observado por la cámara de Peter Weir en el viaje a una época y un lugar de aventuras que propone una película que triunfa en su propuesta gracias a la mano cinematográficamente sabia de su director. Allí están las imágenes temblorosas y confusas en la batalla, llevando crudamente al espectador hasta la línea de fuego sin sutilezas narrativas, aunque haciendo siempre comprensible la acción. Pero en el resto de su metraje también se deja ver la mano firme para defender el lugar de una historia que está en el mar, centrando especialmente su mirada en ese mundo cerrado que es el de los marineros en alta mar, sin que por la ausencia de disparos y sangre lo que se cuenta no siga siendo una aventura. “Tu pájaro no tiene alas, ¿no es cierto?”, le pregunta Aubrey a su amigo doctor pero también biólogo cuando nuevamente se alejan de las Galápagos. Y agrega: “Entonces no podrá ir a ningún lado”. La misma paradoja es la que sostiene Weir durante todo su film y, si se quiere, durante toda su filmografía. Que no es necesario correr detrás de ella: alcanza con saber presentar una época y un lugar, y la aventura ahí estará.

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