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Espectáculos|Jueves, 19 de febrero de 2004
“OPERACION ALGECIRAS”, DEL ESPAÑOL JESUS MORA

Para un aplazo en Historia

Por Horacio Bernades
¿Quién es Jesús Mora y qué lo llevó a filmar Operación Algeciras? La pregunta se impone ante una película que rescata un operativo secreto llevado a cabo en Gibraltar durante la guerra de Malvinas. Ese operativo, finalmente abortado, fue encomendado por el propio almirante Anaya y realizado en conjunto por el servicio secreto de la Armada y un puñado de ex militantes de la organización Montoneros, colaboradores de esa fuerza militar después de su paso por la ESMA.
Escuetísima, la gacetilla de prensa no informa nada de todo ello. Sólo se sabe que el tal Mora es español y que Operación Algeciras es una coproducción hispanoargentina. No se requiere sufrir de paranoia o de espíritu conspirativo para tomar más que con pinzas una película en la que el propio realizador, desde el off, define la guerra de Malvinas como “un mágico conjuro que unifica a los argentinos”, y cuyo principal narrador y protagonista es un famoso “quebrado”, que reivindica esa conflagración como “una gesta” y exalta el “espíritu de nación” que esa acción supuestamente convocó. Al haber reunido a servis de la marina con algunos de sus ex cautivos, en aras de una causa presuntamente patriótica, la susodicha Operación Algeciras revuelve las tripas. Tanto como la presencia y el testimonio de Máximo Nicoletti, célebre “quebrado” de Montoneros y protagonista principal de este operativo.
Pero lo más cuestionable de Operación Algeciras es que el realizador, que tiene a su cargo la narración en off y conduce las entrevistas, jamás repregunta o cuestiona a sus interlocutores, haciendo pasar así el punto de vista de éstos como el único posible. Teniendo en cuenta que éstos son gente como Nicoletti y el almirante Anaya, la cosa huele feo. Muy feo. Encarado poco después de la toma de puerto Stanley, el operativo tuvo por ejecutores a un contacto de la Armada y, junto a Nicoletti (cuyas virtudes como buzo táctico son exaltadas por Anaya) otros dos ex montoneros, a los que aquél menciona por sus “nombres de guerra”: El Pelado y El Marciano.
Al final de la película, sendos carteles detallan que, al menos al momento del rodaje, todos ellos seguían prestando servicios, oficiales o secretos. Lo cual pone la piel de gallina.
El objetivo era volar una o más embarcaciones de guerra británicas amarradas en el puerto de Gibraltar, pero terminó siendo abortado, se supone que por alguna filtración de información. O sea que no llegó a tratarse ni de una nota al pie de la Historia. Quien sea capaz de poner entre paréntesis el siniestro mensaje que se desprende de este audiovisual con destino de televisión (que, cuando la Patria llama, torturados y torturadores pueden superar sus diferencias y convertirse en felices y entusiastas camaradas de armas) y disculpar sus burdas omisiones históricas (jamás se profundiza en el tema de los “quebrados”, uno de los capítulos más maquiavélicos de la última dictadura militar), tal vez pueda sacarles el jugo a los jamesbondianos entretelones del operativo. Claro que, a diferencia de los implicados aquí, Bond nunca mató a nadie. A nadie real, al menos.

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