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Espectáculos|Martes, 9 de marzo de 2004

El aguante rockero de Erreway tuvo su escala en Tafí del Valle

El rodaje de Erreway: la película revolucionó al pueblo tucumano. A tono con su público, los integrantes de la banda componen un pequeño manual de corrección, cumpliendo la doctrina Cris Morena.

Por Julián Gorodischer
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Los chicos que se hicieron famosos en Rebelde Way disfrutan de su road movie por el Norte.
Carola es la preferida del pueblo, la de treintaipico que se comporta como una de quince, de anteojos y vincha. Adicta a la tele, enamorada de sus ídolos, fiel a la primera fila con su libretita, allí donde las fans esperan por un puesto como extras o una firmita. Para ella, nada de eso: apenas la fidelidad a la guardia perpetua, noche y día, hoy que –por primera vez– el ídolo no es distante. “Al rubito, una foto al rubito”, de Lara a su amiga, escapadas del cole aunque ahora se sorprenden con la noticia: clases suspendidas para venir a ver la filmación, una escena, la misma, y la misma otra vez, repetida quince veces en un día; la trama no avanza, pero a quién le importa, con tal de sentirse parte. Ya no detrás del cerro que algún impiadoso apodó “Fin del mundo”.
Primeros Apuntes: siempre a varios metros pero igualmente custodiado por expertos en la escena más estática que se recuerde: de a quinientos pero estacados, detrás de la valla de seguridad, obedientes a la orden del director: ¡Silencio! Los artistas intimidan, y así da gusto. Tafí del Valle, en Tucumán, es el paraíso del disciplinario. A tono con su público, el de Erreway: la película es un pequeño manual de corrección: la bandita rocker viaja por el país desatendiendo toda tradición de estrellas: ni alcohol ni drogas pero bajo la consigna “Aguante el Rock and Roll”. En total adhesión a la doctrina Cris Morena, que les impone una dieta sanísima, sin trasnochadas, rutinas de workaholic para jóvenes soldados. Luisana, Felipe, Camila, Benjamín: nacidos y criados en “el estudio”, ese mundito que conocieron a los cuatro o a los cinco en Chiquititas, educados para responder con cautela aunque a veces sorprendidos “en buena fe”. “Nos publicaron un afiche que decía ‘Me gusta la cocaína’, aunque le dijimos que era en broma.” Desde entonces, Luisana no permite visitas al camarín.
Deseo y decepción. “Si te sirve vení al hotel –dice la productora–, no hacen nada raro.” Generación Cris: agradecidos a “la oportunidad”, a las órdenes de un director joven (Ezequiel Crupnicoff) para filmar el primer largo: una road movie por el Norte, el viaje iniciático de una bandita rocker. “Nunca había tenido contacto con la música –dice Benjamín Rojas-, pero en mi casa había una guitarra.” Al guionista se le ocurrió ponerlos a cantar en una banda, en plena era reality, para no ser menos que una Bandana, y reclutar un propio ejército de fans. Y de pronto son famosos, hacen películas, firman autógrafos, convocan al cronista para seguirlo en su propio sueño a la Rolling Stone. ¡Pero falta el costado oscuro! ¡Ni hay imágenes para el ratoneo! Apenas la lengua salida de una fan (pero no lasciva sino jadeante por los dos mil metros de altura), apenas la cándida sonrisa de lolitos. Ni drogas, ni alcohol, ni sexo, ni intercambio de parejas o fluidos, ni groupies, ni secretos. Ejemplo de respuesta comprometida: “Nunca vamos a bailar –de Felipe Colombo, a la hora de la siesta–. Les preparo una comidita con buen vino, y escuchamos jazz”.
Tirabombas o burbujeros. Esta es una pedagogía que encanta a las maestras de Tafí, las que suspenden las clases y se quedan como bobas, babeándose también ellas con “el rubito”. Todo es como debe ser, un mundo que se aleja de la trama del Elite Way, nada que ver con el colegio de la tele sólo apto para “burbujeros –se burla Camila Bordonaba–. Esos pibes suben al Cerro y esquían; yo tiro bombas de nieve abajo...”. La película es una redención posible: codearse con “gente de provincia”, hacia un candor popular desconocido. “En Salta le tocaron una teta a Luisana”, dice Felipe, pero aquí no existe el desborde o la pasión. “Pero prepárense...”, alerta el productor que adelanta un pequeño punch: embarazo para Mía, el personaje de Luisana Lopilato. “A Dianita (Claudia Flores) ya se la podía ver sufriendo los dolores de una menstruación –recuerda Francisco Nápoli, adulto en tiras juveniles desde los tiempos de Pelito–. La Humanidad está enferma: ya no cabe una comedia light.”
Cine folk. Una maestra se queja: que no les vengan a infiltrar “ideas raras” en el reino de las tradiciones. Acá estudian folklore en las academias, y van entusiasmados al festival de la miel, al del poncho. La señorita Lidia (de la Agrotécnica) es más serena: “Están acostumbrados a recibir influencia”. Que a Tafí llegan turistas de todo el mundo, que ellos imitan, toman, copian, pero siempre eligen lo propio, que no hay que preocuparse por las clases suspendidas. En cualquier caso, el film salido de la tele recicla lo autóctono en postales para tranquilizar conciencias. Así fue con Soledad y con Chiquititas, y llega otra vez el fondito salteño y tucumano hasta previendo un estreno en simultáneo en tres provincias. “Erreway está ligado a lo urbano, y queríamos aportar la diferencia –justifica Ezequiel Crupnicoff, el director–. El entorno da intensidad.” Se aprovecha el marco verde y montañoso, y hasta se convoca a la chayera Felipa, que –por ser salteña– enoja a las locales, desplazadas. Pero Felipa sigue sin vacilar, en su rol de cantante narradora: “Desde la ruta llegaron/ cuatro jóvenes viajeros...”, como en una baguala. “No se habló de plata –dice–, pero estoy agradecida. ¡Pude conocer los valles!”
¡Una que se queda! Más de trescientos se juntaron para el casting de extras: dijeron su nombre y la talla del pantalón, pero quedaron veinte. Ha surgido una división social: estar o no. Los hijos de Marcela, dueña de la posada, fueron aceptados, tan felices como cuando se aprueba un examen de admisión, y se los vio en el set pasando rapidito por atrás. Las que se quedaron afuera no se rebelan: siguen apostadas con la esperanza de un paneo de lejos que nunca verán (en Tafí no hay cines), primas lejanísimas de sus colegas del Gran Rex o los canales de Buenos Aires. No aúllan, ni gritan, ni piden besos; incansables por las callecitas que se vaciarán en unos días hasta el próximo verano, las que por estos días: ¡son noticia!, en la tapa de La Gaceta, pero no debido a la belleza de los cerros, o a la raigambre milenaria desde los diaguitas, a la miseria o la deuda interna. La noticia es más mundana: “El pueblo revolucionado por la tele”, se lee en la portada. Las fans más calladas de la Argentina están ensimismadas. Allá va Carola, síntesis perfecta de la paradoja, más mansita que ninguna pero repitiendo, a solas, ese mantra: “Rebelde, rebelde...”.

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