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Espectáculos|Viernes, 12 de marzo de 2004
“REGRESO A COLD MOUNTAIN”, CON NICOLE KIDMAN Y JUDE LAW

Los Oscar que el viento se llevó

La nueva película de Anthony Minghella hace de la Guerra Civil estadounidense el marco de una trágica historia de amor.

Por Luciano Monteagudo
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Jude Law, Nicole Kidman y Donald Sutherland representan las caballerescas virtudes sociales del Sur.
Desde su concepción, en la que se volvió a reunir el mismo equipo que arrasó con las estatuillas de la Academia de Hollywood de la temporada 1996 con El paciente inglés –el director Anthony Minghella, el editor Walter Murch, el fotógrafo John Seale, la vestuarista Ann Roth, el compositor Gabriel Yared, todos ganadores en sus respectivos rubros–, Regreso a Cold Mountain fue pensada como la gran película del Oscar, la nueva superproducción sobre la guerra y la paz que aspiraba a un nuevo rosario de premios y reconocimientos, entre ellos los del público.
No fue el caso, al punto que la película de Minghella quedó afuera incluso de las candidaturas principales, sin conseguir siquiera un lugar para Nicole Kidman en la terna a la mejor actriz. Por supuesto, estas omisiones no hablan necesariamente de la calidad de la película –¿cuántas injusticias se cometieron durante 75 años en nombre de la Academia?–, sino en todo caso de un oportuno aggiornamento de la elite de Hollywood, que prefirió volcar todas sus simpatías hacia la actualidad que determinaba el arrollador éxito de El señor de los anillos antes que celebrar una película que parece haber nacido vieja, como si su modelo –estético, ideológico, de producción– hubiera sido Lo que el viento se llevó.
Mucho de esa anacrónica visión del mundo informa este Regreso a Cold Mountain, empezando por su cañamazo argumental, inspirado en un best seller de Charles Frazer, que hace de la Guerra Civil estadounidense el ambicioso marco de una dramática historia de amor, de un romanticismo desembozado. La acción se inicia en julio de 1894, en Petersburg, en los momentos previos a una de las batallas más sangrientas de esa contienda. Uno entre miles de soldados sureños despertando de una noche de vigilia en las trincheras, el recluta Inman (Jude Law), acaricia un daguerrotipo tan deteriorado como él mismo, que lleva la imagen borrosa de su amada. No alcanza a reprocharse todo aquello que no tuvo tiempo de decirle antes de su precipitada partida al frente, cuando el piso tiembla bajo sus pies y se desata el infierno (equivalente al incendio de Gone With the Wind). Los norteños han hecho explotar un túnel cargado de dinamita, provocando una carnicería, y sus tropas avanzan sin piedad, sin sospechar que también ellos caerán en ese mismo pozo ciego de barro y sangre que han creado.
A la manera del montaje alternado de El paciente inglés, que tanto rédito le dio en su momento al director Minghella, el poderoso comienzo de Regreso a Cold Mountain también empieza a ser bordado con otros tiempos y acciones, para ir reconstruyendo ese romance entre Inman y su adorada Ada (Nicole Kidman), una señorita de sociedad que llega a ese pueblo perdido llamado Cold Mountain acompañando a su padre (Donald Sutherland), un dedicado pastor protestante. La idílica versión que ofrece la película sobre la vida cotidiana en ese rincón de Carolina del Norte no se priva de nada: la comunidad trabaja mancomunada en la construcción de una capilla (allí se ve la pareja por primera vez, mientras ella reparte el ponche entre los voluntarios); el esclavismo no aparece ni mencionado, como si no hubiera existido ni hubiera sido una de las causas de la secesión; y la irrupción del amor no tiene manera más cursi de manifestarse que no sea en el vuelo, en rigurosa cámara lenta, de una clásica paloma blanca.
Lo que la película parece sugerir no es sólo su admiración por la caballerosidad esencial y hombría de bien del viejo Sur (aunque también aparezcan luego algunos villanos despreciables de ese mismo bando), sino también que ese amor, que nace con brío a primera vista, es luego potenciado por la guerra y la distancia. Como si se hubiera inspirado en el Ulises de La Odisea, Inman también se embarca en un viaje homérico, desertando no tanto de su ejército como de la guerra toda, para atravesar cientos de kilómetros a pie, por territorio hostil, con el único objetivo de reencontrarse con la mujer amada. Paralelamente, ella vive también su propia odisea, librada a la hambruna y la miseria de la guerra, que comparte con una amiga tan excéntrica como leal que el guión pone a su disposición y que le sirvió a Renée Zellweger para llevarse el Oscar a la mejor (sobre)actuación secundaria. Como en cualquier tragedia que se precie de tal, para cuando finalmente los amantes lleguen a encontrarse, ya será tarde para todo y para todos: pasaron dos horas y media.

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