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Espectáculos|Viernes, 19 de marzo de 2004
“RECONSTRUCCION DE UN AMOR”, DE CHRISTOPHER BOE

Un laberinto en Copenhague

Ganador de la Cámara de Oro en el último Festival de Cannes, el resonante debut de un joven danés de la generación post-Dogma se sumerge en el mundo interior de un hombre, una mujer... y su doble.

Por Luciano Monteagudo
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Maria Bonnevie y Nikolaj Lie Kaas, una pareja muy fashion disfrutando de la noche de la capital danesa.
Ese romance, sin embargo, puede llegar a ser la fantasía paranoica de un escritor celoso.
Revelación de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes del año pasado, donde consiguió la Caméra d’Or a la mejor ópera prima, además de otros premios, Reconstrucción de un amor es el primer largometraje de Christopher Boe (Copenhague, 1974), un danés decidido a probar que ya hay una generación post-Dogma en el reino de Lars von Trier. De hecho, y aunque el autor de Bailarina en la oscuridad y Dogville ha venido renegando lo suficiente de su propio decálogo, Boe concibió un film que es declaradamente puro artificio, en los antípodas de los mandamientos de realismo que imponía el dogma danés, con restricciones a todo aquello que pudiera ser artificial, desde las luces hasta el decorado. Por el contrario, y tal como su nombre lo indica, en Reconstruction (así, en inglés, figura su título original) todo es una réplica, una reproducción, un artilugio, como si Boe hubiera querido reivindicar la capacidad de imaginar mundos, que también es una potencialidad del cine.
Sucede que el mundo que imagina su película es quizá demasiado estrecho. Todo sucede en la mente de uno o de dos personajes, que parecen reflejar a su vez las fantasías del propio realizador. “Recuerden, todo es ficción, pero igual duele”, dice una voz en off al inicio del film, mientras se escucha una versión cristalina del Night and Day de Cole Porter, como si desde su comienzo la película quisiera ya ir sugiriendo al espectador que se encontrará con dos mundos, uno diurno y otro nocturno. En el primero, hay un fotógrafo pintón y treintañero, llamado Alex, que recorre las calles de Copenhague con su impermeable al viento, desatendiendo quizá demasiado a su novia Simone. En la barra de un bar conoce a Aimée y no puede dejar de enamorarse a primera vista. No es raro. Al fin y al cabo, Aimée es casi el doble de Simone (y ambas están interpretadas por la misma actriz, la sueca Maria Bonnevie, que se inició junto a Bille August). Pasan la noche juntos en un hotel y, a la mañana siguiente, cuando Alex intenta volver a la rutina diurna, descubre que todo a su alrededor ha cambiado: su departamento ya no existe (en su lugar hay una buhardilla, una revelación que parece digna del Polanski de El inquilino), sus amigos y vecinos no lo reconocen y hasta Simone jura que jamás lo había visto en su vida...
A esa pesadilla, Reconstruction le suma otra: el marido de Aimée es escritor, está perdidamente enamorado de esa mujer bella y elusiva y se sugiere que no es capaz de tolerar con vida la sola idea de perderla. Pero lo que en los papeles puede ser apenas otro vulgar triángulo amoroso, Boe y su coguionista Mogens Rukov prefieren transformarlo en un complejo juego de cajas chinas. ¿No será Alex una fantasía paranoica del veterano escritor? ¿Funcionará como una proyección de su mente? ¿Será quizás un personaje de su nuevo libro?
Como laberinto suena promisorio, y en una primera instancia el film tiene su misterio. Luego, con el correr del metraje, la ambiciosa ópera prima de Boe va dejando paulatinamente lugar a la decepción. Las situaciones se reiteran, el efecto de la sorpresa se anula y todo empieza a parecer demasiado caprichoso y, al mismo tiempo, frívolo, insustancial.A esa sensación contribuye sin duda una imagen de estilo publicitario, lograda con filtros y teleobjetivos, y una estética fashion para la fotogénica pareja protagónica, que recorre los bares y restaurantes más elegantes de la capital danesa como si se tratara de una producción de una revista ilustrada sobre las bondades de la noche de Copenhague. En este sentido la película podrá ser discutible, pero no cabe duda de que sería magnífico poder cenar en Le Sommelier o tomarse unos tragos en el Krasnapolsky Bar.

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