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Espectáculos|Domingo, 21 de marzo de 2004
CIERRE DEL FESTIVAL DE CINE DE MAR DEL PLATA

Un premio a la Buena Vida

La argentina Buena Vida Delivery recibió el Astor a la mejor película; la húngara Dealer, el de mejor director y la brasileña O outro lado da rúa fue la mejor latinoamericana.

Por Horacio Bernades
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Buena Vida Delivery es la opera prima del argentino Leonardo Di Cesare y fue recibida con aplausos.
Pese a defectos formales, se llevó los Astor a mejor largometraje y mejor guión.
Desde Mar del Plata

A diferencia de otros años, esta vez los premios Astor –antes llamados Ombú– respondieron a la más estricta lógica. Los jurados no fueron en contra de las previsiones, dando como grandes ganadoras de la 19ª edición del Festival de Mar del Plata a la argentina Buena Vida Delivery y la húngara Dealer y reservándoles un lugar en el podio a la italiana Mi piace lavorare, la brasileña O outro lado da rúa y la islandesa Kaldajós, también conocida como Cold Light. A ese quinteto se reducía el consenso de favoritas del empequeñecido lote de 14 que presentó la competencia oficial, y lo que quedaba por ver era, en tal caso, cuántos y cuáles premios recibiría cada una de ellas. La lógica de la premiación no hace otra cosa que cerrar esta 19ª edición dentro de la misma tónica que marcó todo el festival, en el que se impusieron la corrección y, ay, la falta de sorpresas.
En el reparto final, Buena Vida Delivery –que, de las dos argentinas presentadas en competencia, se había posicionado como “la candidata fuerte”– se llevó dos de los premios principales del jurado oficial, a Mejor Película y Mejor Guión. Si en opinión de Página/12 la opera prima de Leonardo Di Cesare peca de serios desbalances de tono y tratamiento de personajes (para no hablar de la chocante visión ideológica y política que de ella se desprende) lo cierto es que la película había sido recibida entre salvas de vivas y aplausos. Se sabe, además, que en Mar del Plata a las películas argentinas suele no irles mal. Dealer también recibió dos premios del jurado mayor, presidido por la actriz y realizadora portuguesa Maria de Medeiros: a la Mejor Dirección y –lo que resulta un poco raro teniendo en cuenta el anterior– una mención especial. A esos galardones, la película húngara sumó otros tres, discernidos por el jurado de la crítica, el de los cronistas de cine y el de Kodak, a la mejor fotografía. Todos particularmente justificados, para una película que exhibió una coherencia y sofisticación –tanto en términos de visión como de puesta en escena– que le permitían jugar en una categoría superior a la del resto.
Más allá de opiniones personales, el resto de las principales premiadas son irreprochables. La italiana Mi piace lavorare –suerte de versión menor y en clave femenina de Recursos humanos– obtuvo el Premio Especial del Jurado y el de Mejor Actriz, concedido a Nicoletta Braschi, rescatada de su condición de principesa del planeta Benigni. La brasileña O outro lado da rúa, que en las estimaciones previas corría para varios premios (entre ellos el de Mejor Actriz, para la veterana Fernanda Montenegro) debió conformarse con el de Mejor Película Iberoamericana. A su turno, la islandesa Kaldajós –una de las películas más defendibles de la competencia– se llevó el premio otorgado por la organización ecuménica Signis. Por el lado argentino, el podio se completó con el premio a Mejor Actor (ex aequo, junto con el brindado al español Luis Tosar, por El lápiz del carpintero) que el jurado mayor concedió a Alejandro Urdapilleta, por su idiosincrática composición de un astronauta argentino perdido en el espacio, en Adiós querida luna. En su primera versión competitiva, la paralela La Mujer y el Cine arrojó como ganador al film paquistaní Aguas silenciosas. Las películas más impresentables (la peruana Paloma de papel, la alemana Gone, la canadiense The Blue Butterfly) se fueron de Mar del Plata como correspondía: con las manos vacías.
Más allá del aura de corrección que lucieron los Astor, en el balance general sigue quedando la misma sensación que desde su reinstalación en 1996 flota sobre Mar del Plata: la de que sería mejor que en lugar de un evento competitivo (para lo cual cuenta con muy pocos argumentos para “robarle” películas a Cannes, Berlín, Venecia y el resto) este festival se reformulara como una amplia muestra de películas. Claro que, para ello, debería resignarse la pertenencia a la categoría A, lo cual suena como una decisión bastante improbable por parte de sus autoridades. El otro karma marplatense, dado por su excesiva proximidad con respecto al Festival de Buenos Aires (que arranca dentro de menos de un mes) parece contar con más chances de solución. El propio Miguel Pereira, director del evento, ha declarado su voluntad de trasladarlo de marzo a noviembre, a partir de la próxima edición. En cualquier caso y más allá de estas y otras contraindicaciones, siempre será preferible tener un festival –en el que, además de algún descubrimiento que nunca falta, es posible ver las últimas producciones de un Joao Cesar Monteiro, un Oliveira, un Bertolucci, un Von Trier– que no tener ninguno.

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