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Espectáculos|Jueves, 28 de marzo de 2002

Un álbum familiar lleno de humor, talento y excentricidades varias

“Los excéntricos Tenenbaum” ratifica a Wes Anderson como un referente fundamental del nuevo cine estadounidense. Su film utiliza a un puñado de estrellas en provecho de una narración sutil y emotiva.

Por Martín Pérez
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El veterano Gene Hackman se luce como el padre de la entrañable familia de los Tenenbaum.
Cuando el micro llega al puerto, Margot aparece en la puerta y su rostro queda en primer plano. Recién llegado de regreso de un viaje alrededor del mundo que ha durado años, Ritchie está sentado al lado de su equipaje cuando la ve llegar. Sonríe detrás de sus anteojos negros, también en primer plano, y –después de un momento de silencio total– comienza a sonar un tema de Jackson Browne interpretado por Nico. Primero se escucha el rasgueo de la guitarra y luego, sí, se escucha la letra, que dice algo así como: “Estuve ahí afuera, caminando/no hablo demasiado en estos días/parece en estos días pienso demasiado en las cosas que me he olvidado de hacer”. Mientras el tema domina totalmente la escena, Margot camina en cámara lenta hacia Ritchie, mientras éste sigue sentado al lado de su equipaje. Detrás de él, un grupo de marinos en uniforme blanco abandonan el mismo barco que lo trajo a puerto, pero sólo parecen estar ahí para desfilar en cámara lenta poniéndole marco al encuentro y a la canción.
A la hora de definir el cine de Wes Anderson, el responsable de la entusiasta crítica de Los excéntricos Tenenbaum en la prestigiosa revista norteamericana Film Comment –editada por el Lincoln Center de Nueva York– apunta poco académicamente que “lo pescás o no lo pescás”. Y la escena descripta al comienzo de estas líneas sirve para tener en claro de qué lado de esa línea se puede llegar a ubicar el hipotético espectador. Si el encuentro entre Margot y Ritchie apenas si llama la atención como un videoclip de los tantos con los que los recientes films de Hollywood esconden su incapacidad de narrar, está claro que el cine de Anderson no es para él. Pero quienes no pueden evitar descubrir sutilmente en la conjunción de imagen y música el primer pico emocional del film, ajeno y al mismo tiempo en consonancia con lo que se está contando (y se va a contar), realmente lo pescaron. Y a partir de entonces se dejarán llevar por el particular disfrute de la obra del cineasta más personal que ha dado el último cine norteamericano.
Con apenas un corto y dos largos en su haber –el segundo de los cuales (Rushmore) fue el primero en tener un estreno local, y se consigue en video bajo el título “Tres son multitud”–, el tejano Wes Anderson fue calificado como el nuevo Scorsese por el propio Scorsese, en una nota realizada por la revista New Yorker. Pero poco tiene que ver el cine de Anderson con el de Scorsese, salvo por la sensibilidad para compilar bandas de sonido ejemplares para sus films. Tanto llamó la atención el humor irónico y sensible de Anderson que los elogios le permitieron reunir 35 millones de dólares para su tercer opus, un presupuesto que para su estética de bricolage artesanal es multimillonario, aunque para Hollywood es una bicoca. En particular cuando se habla de un film que reunió a estrellas como Gene Hackman o Anjelica Houston y a nombres rutilantes del momento, como Ben Stiller o Gwyneth Paltrow, sólo por el gusto de ponerse a las órdenes de un cineasta muy particular.
Obsesionado por personajes aparentemente desagradables en camino de su redención, por el fracaso, la melancolía y la envidia de clase, el tercer film de Anderson narra la historia de una familia de genios infantiles caídos en desgracia. Comenzando con un prólogo ejemplar en el que –con la música de “Hey Jude” de fondo–. se narra el ascenso y caída de los Tenenbaums, el resto del film iniciará un diálogo con ese prólogo al reunir casi dos décadas más tarde a la fracasada familia bajo el mismo techo. Todo lo que sucederá durante los ocho capítulos en los que está dividido el film, como si fuera un libro a mitad de camino entre el diario íntimo y un libro infantil, servirá para alcanzar la paz de los personajes con su pasado trágico. Un pasado que supo atraparlos hasta sólo ofrecerles el regreso al hogar familiar como única salida. Con un humor muy particular, construido a partir de la acumulación de detalles y pequeños guiños que requieren suma atención por parte del espectador, el fracaso de los Tenenbaums (y su posterior aceptación de ese estado de cosas) está contado con complicidad, ironía y emoción.
El mundo que construye Anderson para que sus personajes aprendan a vivir con su pasado está lleno de invenciones, como una enclenque compañía de taxis llamada “Gipsy Cab”, una línea de colectivos capaz de llevar a Margot hacia Ritchie así como a un Ritchie fantasmal de regreso hacia Margot, y hasta una raza de ratones dálmatas que supo inventar de pequeño el Tenenbaum más hábil para los negocios. Suerte de “anti-Amélie”, por sus ganas de buscar la redención abrazando la tristeza antes que negándola, Los excéntricos Tenenbaum es la historia de la última traición de un padre hacia su familia, logrando así reunirla. Es, en definitiva, una historia llena de sentimientos reprimidos, de actitudes extremas –graciosas por excesivas y/o sentimentales– y, claro está, de muchas canciones.

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