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Espectáculos|Viernes, 29 de marzo de 2002

Sueños y fracasos para amenizar un accidentado viaje de iniciación

La nueva versión de “El último de los amantes ardientes”, es ideal para aquellos que busquen divertirse sin pensar en los problemas del mundo.

Por Cecilia Hopkins
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Eduardo Blanco, el amante rodeado por Laura Oliva, Emilia Mazer y Patricia Echegoyen.
Un hombre que ronda los cuarenta llega a la conclusión de que necesita transitar alguna situación inusual y apasionante. Su vida ha transcurrido en la normalidad más absoluta de un matrimonio sin zozobras y siente con urgencia que debe cambiar el patrón de su existencia cotidiana. Este hombre, no demasiado agraciado y sí bastante torpe, decide, entonces, iniciarse en las lides del seductor. Es Cashman, el protagonista de El último de los amantes ardientes, la comedia del prolífico Neil Simon, que estrenó por primera vez en Buenos Aires Oscar Martínez (acompañado por Georgina Barbarossa, Andrea Tenuta y Cristina Lastra) bajo la dirección de Luis Agustoni. Ahora, el director Carlos Evaristo volvió al mismo plan de puesta del año pasado (con Fabián Gianola en el rol principal) esta vez con Eduardo Blanco y Laura Oliva, Emilia Mazer y Patricia Echegoyen.
“El último de los amantes ardientes es una de las comedias más brillantes que jamás se hayan escrito”, exagera Evaristo desde el programa de mano. Es cierto que Simon –cuya obra se ha granjeado seguidores entusiastas pero también feroces detractores– es dueño de un oficio que han afinado los años y los éxitos de recaudación. Por eso no llama la atención que el autor de Extraña pareja conozca al dedillo los temas y personajes que impactan en el público que aprecia su producción. Pero tampoco es conveniente cargar las tintas. Los incondicionales no dejan de alabar sus diálogos filosos y sus sagaces comentarios, pero no hay que pasar por alto los sentimientos estereotipados de sus personajes y la moral convencional que trasuntan muchas de sus reflexiones, también presentes en esta comedia. En cuanto a su estructura, Simon apela a la repetición como estrategia para generar el disfrute que a veces deriva de lo previsible. El propio Umberto Eco encontró en el esquema interactivo un ingrediente característico de la narrativa de entretenimiento de corte masivo. Pero este mismo rasgo también puede volverse lisa y llanamente reiterativo y aburrir al espectador. Porque en sus tres actos idénticos, el aspirante a seductor recibe por vez a una mujer diferente, en el departamento de su madre. Y en ninguno de los casos ocurre lo que el protagonista espera.
Las variaciones que presenta el esquema se encuentran en las diferentes personalidades de las mujeres que invita el protagonista y especialmente en su propio comportamiento. Porque el bueno de Cashman gana en aplomo y hasta parece aprender de la experiencia ajena ampliando, aunque sea de un modo muy ingenuo, su modo de comprender la vida. De esta manera, los tres actos describen un accidentado viaje de iniciación, frustrado en casi todos sus aspectos, pero finalmente válido para este personaje de módicas aspiraciones. La actuación de Blanco es medida y transita este itinerario sin desentonar, pero sus acompañantes incurren cada una a su modo en alguna de las formas de la desmesura. Patricia Echegoyen subraya demasiado los gestos en su rol de comehombres. En cambio, Laura Oliva, en la piel de la mujer conflictuada y depresiva, por momentos se vuelve monocorde y pierde el ritmo que debería sostener ese último acto. Pero sin dudas, la que más tensó la línea elegida para su personaje –obviamente, con la anuencia del director– fue Emilia Mazer (la californiana amante de losexcesos de todo calibre) que aporta una composición saturada de mohínes, que abruma a fuerza de exabruptos y ataques de histeria.

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