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Espectáculos|Jueves, 8 de abril de 2004

Cuando los medios hacen monstruos

En su sexta sociedad cinematográfica, la pareja despareja de La familia de mi novia y Zoolander se dedica a recrear sin vergüenza los signos más visibles de la serie y de su época. Por su parte, en Monster, una irreconocible Charlize Theron demuestra con qué armas se ganó el Oscar.

Por Luciano Monteagudo
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Charlize Theron y Christina Ricci, en un extraño momento feliz.
En octubre de 2002, después de haber pasado doce años en una prisión de máxima seguridad a la espera de su condena, Aileen Wuornos –convicta por el asesinato de siete hombres y apodada por la prensa amarilla estadounidense como “America’s first female serial killer”– fue ejecutada con una inyección letal, luego que el gobernador del estado de Florida, Jeb Bush (hermano menor de George W.), le negara el perdón como parte de su campaña de mano dura con la que ganó su reelección. El “caso Wuornos” estuvo presente en la prensa estadounidense durante más de una década y llamó la atención del documentalista británico Nick Broomfield –uno de los más celebrados de la actualidad– que logró hacer con la propia Wuornos dos films, uno en 1992, a poco de ser detenida, y otro una entrevista rodada horas antes de su ejecución en donde la condenada redacta a cámara su epitafio: “Una mujer violada fue ejecutada y utilizada para libros y películas, para trepar y ganar reelecciones”.
La profecía de Wuornos no tardó en hacerse realidad. En una temporada dominada por el éxito arrasador de la última entrega de la trilogía de El Señor de los Anillos, la película importante –según esa idea tan académica de la “importancia” que tiene la Academia de Hollywood– y de prestigio de la ceremonia del Oscar fue Monster, que le valió a Charlize Theron la estatuilla a la mejor actriz. Su espectacular caracterización como Aileen Wuornos formó parte de ese martirologio tan del gusto de Hollywood: de ser una de las figuras más atractivas y esculturales del cine norteamericano –si no que lo diga el incorregible Woody Allen, que la descubrió en Celebrity y aprovechó para llevársela a la cama en La maldición del Escorpión de Jade–, Theron engordó casi veinte kilos, oscureció sus ojos celestes con lentes de contacto y se deformó el rostro con maquillaje hasta convertirse en la mimesis del “monstruo”, como fue estigmatizada Wuornos en los medios masivos de comunicación de Estados Unidos.
El film, escrito y dirigido por la debutante Patty Jenkins, que alega haber tenido autorización verbal de la condenada para relatar una parte de su vida (alegato que algunos ponen en duda), depende casi en su totalidad de esta composición de Theron, que no sólo está irreconocible por su esforzada transformación física, sino también por su manera de trabajar el personaje, dotándolo de una serie de tics, gestos y manierismos como no se veían desde los tiempos de apogeo del Actor’s Studio. Dicho esto, el impacto del film dependerá casi exclusivamente del grado de verosimilitud que le asigne cada espectador a una actuación de esta naturaleza: para unos podrá ser “una de las más grandes interpretaciones de la historia del cine” (Roger Ebert, Chicago Sun-Times) y para otros en cambio una suerte de maratón acrobático de histrionismo histérico.
El relato de Jenkins aporta alguna información previa que ayuda a entender al personaje (una breve escena del comienzo sugiere que de chica era abusada por su padre), pero básicamente se concentra en la relación de Wuornos con Selby Wells (Christina Ricci), una adolescente que conoció en la Florida poco antes de su raid criminal y con quien –dice el film–vivió una apasionada historia de amor. Para entonces, Wuornos hacía años que se ganaba la vida prostituyéndose con camioneros en las rutas de distintos estados, pero había llegado a un punto en que ya no toleraba la miseria cotidiana a la que la había condenado esa pertenencia al escalón más bajo de clase prestadora de servicios.
La relación con Selby le hace comprender, por primera vez, que puede existir eso que algunos llaman amor, o afecto, o cariño apenas. Casi al mismo tiempo, Aileen sufre una brutal violación por parte de uno de sus clientes, al punto que no puede sino matarlo en defensa propia, con una furia que parece provenir del fondo de los tiempos. Que después Aileen no pueda dejar de matar es algo de lo que el film nunca parece hacerse cargo del todo. Es verdad que la película no juzga a su personaje, sino que más bien lo acompaña y da cuenta del modo de vida de aquellos que son excluidos de la sociedad (Selby escapa de su casa, donde no están dispuestos a aceptar su lesbianismo). Pero también es cierto que, al hacer de Aileen y de Selby algo así como unas antiheroínas a la manera de Thelma y Louise, el film banaliza su tema y convierte aquello que pudo haber sido una exploración profunda de un caso límite en un show para la consagración de una actriz en el altar del Oscar.

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