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Espectáculos|Domingo, 11 de abril de 2004
ABEL PINTOS, LEJOS DE LAS OPERACIONES DE MARKETING

“Yo no escucho sólo folklore”

Sentidos, su nuevo disco, elude los lugares comunes del folklore romántico. Pintos, a esta altura un joven veterano, deja constancia de las cosas que fue aprendiendo de sus varios e ilustres maestros.

Por Karina Micheletto
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Pintos viene de triunfar en Viña del Mar con Bailando con tu sombra, Alelí, de Víctor Heredia.
Pasaron seis años desde que Raúl Lavié tomó un casete como tantos que le entregaban muchos músicos del interior, tras una actuación en Ingeniero White. Lavié escuchó el casete en el coche, mientras volvía a Buenos Aires, y hubo algo que le llamó la atención en la voz tan bien plantada de ese nene de trece años. Entonces le pasó la cinta a León Gieco. Y Gieco hizo su trabajo, como con tantas promesas y tapados. No sólo le ofreció a Abel Pintos producirle el disco: también lo invitó a tocar en recitales que lo presentaron ante miles de personas.
Hace rato que Abel Pintos cambió la voz, y fue de un disco para el otro. En todos estos años se dedicó a grabar un repertorio alejado del canon principal del marketing del “folklore joven”, ese que indica que hay que apuntar a cierto romanticismo grasún si se quiere ser escuchado. En Sentidos, su más reciente disco, Pintos se larga a componer la mayoría de los temas. En el bonus track incluye Bailando con tu sombra, Alelí, el tema de Víctor Heredia con el que ganó en el último Festival de Viña del Mar, después de revertir una silbatina ensordecedora. “Yo iba preparado, sabía que allá es un deporte silbar a los argentinos. Es como si acá vas a ver un Boca–Santos. Entran los brasileños y todo el mundo los chifla”, explica él. “Pero al rato dejaron de silbar y empezaron a aplaudir. Al otro día llamaban a la radio y decían: ‘Queremos escuchar el tema que canta el argentino’. Y cuando salía del hotel me gritaban ‘¡eh, Alelí!’, porque no se acordaban mi nombre”, cuenta, y arriesga una explicación: “Es que la mala onda no tiene que ver con nosotros. Viene por los malos manejos y las transas de militares y gobernantes”. De esto hablaba Chilenos y argentinos, la canción de León Gieco con la que Pintos iba a concursar inicialmente, pero que fue rechazada.
–¿Tuvo algún modelo a seguir a la hora de escribir sus propios temas?
–Son muchos los autores que admiro, realmente no hay ninguno en especial. Pero sí escuché muchos consejos. Porque yo tenía escritos un par de temas que me salieron solos, de un tirón, pero otra cosa fue cuando tuve que empezar a componer seriamente. Ahí ya es otro cantar. Cuando le conté a Víctor que estaba empezando a escribir, él me dijo: tenés que leer mucho, porque te va a pasar que vas a tener muchos sentimientos y pocas palabras para decirlos. Y tal cual. Ahora estoy leyendo El padrino, de Mario Puzo. Mis libros preferidos son La resistencia, de Sábato, y Mi planta de naranja lima, que no sé si es tan infantil como dicen. También me gusta Wilbur Smith.
–¿Cómo fue trabajar con Hugo Casas, que produjo discos de fundamentales del folklore como Alfredo Abalos?
–Fue un aprendizaje. El es un maestro, una historia viviente. Y a él nadie se la contó, estuvo con todos los grandes. Así que es una anécdota a cada paso. Con Hugo charlamos mucho sobre el sentido de los temas, por ahí él agarra un verso y me explica lo que quiere decir. Pero no porque esté analizando la letra. ¡Es porque él estuvo con el mono cuando lo escribió!
–En el disco agradece a Andrés Giménez y a A.n.i.m.a.l., a pesar de que no participan. ¿Qué lo une tanto a ellos?
–Soy fan de la primera hora. Nos hicimos amigos, se dio una relación de mucho respeto. Igual que con el público de ellos. Fui a un show que hicieron en Cemento, subí a cantar de invitado y me recibieron bárbaro. Y Andrés siempre está ahí, cerca. Es un grande de cabeza abierta. Escucha desde punk rock hasta Hernán Figueroa Reyes.
–¿Y usted qué escucha?
–También, de todo, aunque no sé tanto de música como Andrés. De rock me gusta Audioslave, Linkin Park, Molotov. Y ahora estoy descubriendo cosas más antiguas, como Mötley Crue, Black Sabbath... En mi cartera de discos hay tanto de rock como de folklore.
–En su música, sin embargo, no hay tanta mixtura con el rock.
–Mi intención es mostrar la música folklórica tal como yo la siento. Seguramente, si me hubiese criado en el campo estaría cantando con una guitarra en un banquito. Pero la forma que yo le encuentro puede estar dada por una guitarra criolla y una caja o una base que suene a Pink Floyd, que estaría buenísimo, por qué no. Yo voy adelante con todo lo que me genere adrenalina. El rock me genera adrenalina, y el folklore también, pero a mayor escala.
–¿Qué aprendió de León Gieco?
–Con él aprendo todo el tiempo, arriba y abajo del escenario. Soy un privilegiado por la escuela que tengo: León, Teresa Parodi, Víctor Heredia, Peteco Carabajal... Es gente muy rica. A León lo respeto sobre todo por la forma en que revalorizó a gente grossa como Elpidio Herrera o a Sixto Palavecino u otros que son más desconocidos. León va a tocar a Córdoba y si tiene un día libre se hace una escapada hasta la casa de Atahualpa Yupanqui. Y después se va a ver a un tipo que hace instrumentos en cerámica con el que seguro termina haciendo algo después. El me enseñó que en las giras hay que estar abierto a aprender de todos ellos.
–¿Y los más grandes, como Antonio Tormo, qué le enseñaron?
–Tengo una anécdota que sintetiza lo que aprendí de Antonio: estábamos viajando con él y León Gieco para un espectáculo que hacíamos juntos, que se llamaba Las tres generaciones. El vuelo era a las siete de la mañana y con León veníamos quejándonos porque no habíamos dormido nada. El no decía nada, escuchaba cómo hablábamos de nuestra fisura. Hasta que en un momento dice: “Cuando yo era pibe hacíamos las giras en carreta”. ¡Chau! Con León no nos quedaron más ganas de quejarnos.

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