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Espectáculos|Domingo, 31 de marzo de 2002
BILLY WILDER REPASA ANECDOTAS Y PERSONAJES DE SU GRAN CARRERA

“Sólo quería escribir un buen guión”

El legendario director austríaco fallecido el jueves deja, además de una gran obra, el recuerdo de una vida fascinante, que lo llevó de los cafés de Viena a las palmeras de Hollywood. Aquí, en sus propias palabras, algunas historias propias de su estilo.

El inmenso talento de Billy Wilder –fallecido el jueves pasado a los 95 años de edad– no se circunscribía a sus magníficos guiones (entre ellos el de Ninotchka que escribió para su maestro Ernst Lubitsch) y a sus imperecederas películas como director, que van desde Pacto de sangre (1944) y Días sin huella (1945) hasta Primera plana (1974) y Fedora (1978), pasando por clásicos como El ocaso de una vida (1950), Testigo de cargo (1958), Una Eva y dos Adanes (1959) y Piso de soltero (1960). Wilder era también un estupendo narrador oral, como lo demuestran estos fragmentos de una larga entrevista con el crítico francés Michel Ciment, en los que pasa revista a algunos momentos y personajes que fueron importantes en su vida.
Infancia. “Recuerdo muy vivamente la época en que, siendo niño, durante la Primera Guerra Mundial, hacía colas durante dieciséis, dieciocho, veinticuatro horas para comprar dos papas, porque no había nada que comer. Recuerdo el final del imperio austrohúngaro. Cuando el emperador Francisco José murió en 1916, durante la guerra, mi padre me llevó a un café para ver los funerales. Era un desfile gigantesco, un espectáculo fantástico. En ese cortejo, que pasaba lentamente por las calles de Viena, había un niño vestido de blanco con el uniforme de los húsares húngaros y con un sombrero de plumas blancas. Era el Kronprinz Adolfo. ¡Dios mío! ¡Cómo envidiaba a aquel niño que sería el emperador austrohúngaro! Por supuesto, dos años más tarde, todo se hundió. Mucho después, cuando trabajaba en la Paramount, alguien vino a anunciarme la llegada de un visitante. Era el Kronprinz Adolf. Era un hombre de mediana edad, con una calvicie incipiente y daba conferencias en las universidades. Así que mi sueño se había realizado, conocí a Adolf... pero ya no era el Kronprinz.”
Freud. “El periódico para el que trabajaba estaba preparando un número de Navidad en el que se acostumbraba a hacer una encuesta a celebridades sobre un tema en particular. Las preguntas hacían referencia a una nueva ideología política llamada fascismo y a Mussolini. En un mismo día, conocí a Richard Strauss, Arthur Schnitzler y Sigmund Freud. Recuerdo que Freud vivía en Berggasse, un bello barrio de Viena y, como muchos médicos en Europa, recibía en su propio departamento. Era la hora de la comida. Ofrecí mi tarjeta de visita a la criada y le pedí que me anunciara. Yo estaba esperando en el salón y vi por una rendija de la puerta la habitación donde recibía, el diván, el famoso diván, un diván muy pequeño recubierto por un tapiz turco. Freud vino del comedor, con su servilleta aún alrededor del cuello, mirando fijamente mi tarjeta de visita. Me dijo: ‘¿Es usted Herr Wilder?’. Yo le respondí: ‘Jawoll, Herr Professor’. Me dijo: ‘¿Trabaja para este periódico?’. Yo le respondí: ‘Jawoll Herr Professor’. Y me dijo: ‘La puerta está allí’. Me echó porque detestaba a los periodistas. Sin embargo, cuando vuelvo a pensar en ello, incluso admitiendo que no es gracioso que te echen de esa forma, prefiero que me echara Freud antes que conversar con cualquiera. ¡Es un honor haber tenido una relación, del tipo que sea, con Sigmund Freud!”
Gigoló. “Eramos jóvenes; el jazz acababa de aparecer; la gente empezaba a bailar el charleston y Dios sabe qué... Como yo era un bailarín bastante dotado y atravesaba una época difícil, trabajé de bailarín-gigoló en el hotel Eden. Pero, de hecho, no era tan romántico como parece, ya que me estaba documentando para una serie de artículos sobre lo que era ser gigoló en Berlín hacia 1926. Mi reportaje fue un pequeño escándalo por la visión que daba de un tema muy antiguo. Evidentemente, las películas dominicales para los niños son hoy mucho más osadas que este tipo de revelaciones que no tenían nada de indecente, pero que para la época eran algo nuevo e interesante.”
Hitler. “Los grandes directores, los que yo admiraba, Ernst Lubitsch, Friedrich Murnau, Paul Leni, ya se habían ido a Hollywood y todos soñábamos con seguir su ejemplo. Fue la llegada del señor Hitler lo que al final nos llevó a California. Cuando se hizo evidente que iba a tomar el poder, al ver cuál sería su política y que ya no tendríamos posibilidades de trabajar, comenzó nuestro éxodo. Algunos, porque no hablaban ninguna otra lengua aparte del alemán, se fueron a Praga o a Viena; pero se hacían demasiadas ilusiones, porque Hitler los siguió y enseguida tomó posesión de esas ciudades. En cuanto a mí, me fui a París, donde pasé un año y realicé una película con Danielle Darrieux. Al mismo tiempo, escribía guiones. Joe May, un viejo director alemán, se llevó uno a los Estados Unidos y lo vendió. Después me pidió que fuera a reunirme con él para retocarlo. Había conseguido un visado de turista para seis meses, pero decidí quedarme en Hollywood, porque desde mi punto de vista la evolución de los acontecimientos sólo podía llevar a una nueva guerra mundial. El problema era que yo no hablaba nada de inglés.”
Guión. “Escribir es un sufrimiento, es el sudor, es un trabajo agotador. Pero con un buen guión y buenos actores, la dirección es un verdadero placer. Escribir un guión es como hacerle la cama a alguien y luego ese otro llega y se mete adentro y a uno lo único que le queda es volverse a su casa. Todo verdadero creador en el cine, ya sea operador, guionista o incluso productor, debe tener por última ambición dirigir. Yo no empecé con ideas extravagantes ni proyectos revolucionarios, como probar que Griffith estaba equivocado o que yo iba a hacerlo mejor que Eisenstein o Pudovkin. No, yo quería escribir un buen guión y dirigirlo yo mismo.”
Enemigo. “El público es tu enemigo. Los espectadores han pagado tres o cuatro dólares, se sentaron con su mujer y sus hijos y te dicen: ‘Hice todo este camino, pagué el estacionamiento, gasté todo este dinero; ahora distráigame. Muéstreme lo fuerte que es: ¿puede implicarme totalmente?’. Resisten. Entonces hay que luchar con ellos, hay que hacerles cosquillas, hay que golpearlos y a veces uno siente que los tiene agarrados por el cuello. Entonces, no hay que parar, no hay que dejar que se escapen, hay que seguir golpeándolos. Hacerlos llorar o reír, pero sobre todo dejarlos sin defensas.”
Actores. “Jack Lemmon, Walther Matthau, William Holden... Es como ponerse un viejo par de pantuflas. Con ellos es fácil, los conozco bien. Me vuelven loco y siempre busco temas de películas en los que pueda utilizarlos. Somos amigos y nos entendemos sin tener que explicarnos. Confían en mí y conozco su capacidad. Si la película trata de un schlemiel seductor y simpático, es naturalmente Lemmon. Si se trata de un hombre de negocios fuerte, muy americano, con la cara cuadrada, entonces es Holden. Y si necesito a alguien divertido, algo tortuoso, del tipo cuñado de todos nosotros, agarro a Matthau. No los hay mejores. Representan personajes muy originales y no necesito una hora para presentarlos.”
Marilyn. “Yo no tuve problemas con Monroe; era Monroe quien tenía problemas con Monroe. Tenía muchas dificultades para concentrarse, casi siempre había algo que la carcomía, dirigirla era como arrancar dientes. Pero cuando acababa con ella, aunque hubiera llegado a las cuarenta o cincuenta tomas, y había aguantado sus retrasos, me encontraba con algo único e inimitable. Y retrospectivamente, cuando la película está terminada, uno olvida todos los problemas que ha tenido. No es que fuera mala, sino que simplemente no tenía sentido del tiempo, ni era consciente de que trescientas personas la esperaban durante horas. Sin embargo, poseía un formidable sentido del timing por naturaleza. A veces podía decir tres páginas de texto sin equivocarse, otras sufría verdaderos bloqueos mentales. Realmente necesitaba al mejor psicoanalista, o incluso a todo un equipo de psicoanalistas, para desenmarañar todo lo que tenía en la cabeza.”
Marlene. “Hicimos dos películas juntos. Era todo lo contrario a su imagen en la pantalla, en El expreso de Shanghai o El ángel azul: la vampiresa seductora. De hecho, es una Hausfrau, una ama de casa alemana. Lo que más le gusta es encerar el piso y hacer huevos revueltos. Es una de mis mejores amigas. Siempre nos reímos mucho de lo que habían hecho con ella en la pantalla.”
Chandler. “En Pacto de sangre, escribí el guión con Raymond Chandler. Estaba loco. El productor quería que trabajara con el autor de la novela, James M. Cain, pero estaba ocupado escribiendo un guión para la Fox, con Fritz Lang, creo que Western Union. Alguien me sugirió a Chandler, que no era realmente conocido por aquel entonces. Era un inglés que vivía en Hollywood y situaba sus historias en Los Angeles. También era un viejo alcohólico. Teníamos discusiones, porque él no conocía el cine, pero cuando llegábamos a una atmósfera, a la caracterización y a los diálogos, era extraordinario. No me estimaba mucho, porque yo quería disciplinarlo. Era un poeta, un genio de ese género de la literatura; pero hay gente con la que uno trabaja con alegría y otros con los que es más difícil: ése era el caso de Chandler. En definitiva, hice esas películas policiales porque no soy un cocinero especializado en sopa, también me gusta hacer gulash húngaro y tallarines chinos: me gusta cocinar.”
Preguntas. “En Hollywood, cada vez que escribía un guión, los productores siempre me pedían que le resumiera el tema en una frase. Y yo les decía cualquier cosa que los dejara satisfechos: ‘La guerra es infernal’, o ‘No se puede tomar la sopa con un tenedor’, o también ‘Ningún hombre es una isla’, o una frase zen; en resumen, algo que les diera una impresión de profundidad. Es imposible comentar tu propia película, es como añadir palabras a una sinfonía, porque cada persona reacciona de forma diferente a la música. El artista debe estimular al público, distraerlo, impedir que se duerma y hacerle buenas preguntas. El que cree conocer las respuestas no es, en mi opinión, un artista. Es un imbécil.”

Traducción: Luciano Monteagudo.

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